
Las exploraciones literarias de Jaime De la Hoz Simanca lo habían llevado a recorrer los senderos del país. ‘Viajaba’, inspirándose en entornos presentes y pasados, y forjando en su interior a un ‘hombre de letras’, con una sensibilidad excelsa para contar la vida; sin que pernoctara en ningún ‘puerto’ distinto a su natal Barranquilla.
Hasta que tuvo un encuentro los paisajes, costumbres y verdades mágicas de La Guajira. El encanto fue tal, que no hizo nada por resistirse y terminó estableciendo su residencia en la península. Allá se despierta todos los días impregnado de la cosmogonía indígena, del sonido del mar, del color dorado del desierto, de ese ‘todo’ que lo atrapaba.
Su cotidianidad se convirtió en el descubrimiento recurrente de cosas, de personajes, de agradecimiento que quiso eternizar con una obra literaria que hoy presenta al mundo: ‘Son Guajiros’.
Para desembocar en este libro, De la Hoz Simanca cumplió un itinerario que lo llevó ‘tras las huellas del juglar’ Leandro Díaz; lo puso frente a frente con ‘el reino encantado’ de Silvio Brito y el ‘rojo profundo’ de Jayariyú; conoció ‘el poder de la palabra’ de Weildler Guerra y escuchó a Benjamín Ezpeleta pronunciando el ‘monólogo alrededor de Federman’.
También recorrió, de la mano de Miguel Ángel López Hernández, ‘los senderos de Vito Apüshana’ y se encontró con ‘el compositor (Roberto Solano) en su salsa’. Supo, como Vicenta Siosi, que ‘los wayúu tienen su propia escritora’ y pudo ver ‘la imagen detrás del espejo’ de Víctor Bravo Mendoza. Con Arnoldo Iguarán saludó a ‘su majestad el fútbol, señores’ y vivió con Luisa Santiago Márquez los ‘cien años de la mamá del Nobel’, para terminar descubriendo ‘la última vida del acordeonero Juancho Rois’.
De esta manera, construyó su homenaje para una tierra, para ese “otro mundo”, que lo sigue ‘embriagando’ hoy, caso cuatro años después de haberlo convertido en su hogar.
Publicada porMaría Ruth Mosquera / VANGUARDIA
