Por: Amylkar D. Acosta M1/ El Pilón

Sólo ahora, cuando se anuncia la ratificación del TLC con EEUU y ambos países se aprestan a su implementación es cuando se vuelve el Gobierno a acordar de la Agenda Interna para la Productividad y la Competitividad (AIPC), en la que se comprometió el país hace ya más de seis años, pero de la que sólo se acuerda cuando se habla del TLC para volver nuevamente al olvido.
Ahora se habla nuevamente de desempolvar la Agenda Interna para encarar el TLC. Pero, ocurre que, como dijo el ex secretario del Tesoro de EEUU Lawrence Summers recientemente en su intervención en Expogestión, la competividad no es una especie de switch que se puede prender y apagar sin consecuencias. La competividad es una tarea de largo aliento y la clave de la misma está en persistir, en sostener el esfuerzo, porque no se trata sólo de mejorar sino mejor a un ritmo mayor del de los países que nos aventajan. Y de esto sí que estamos lejos, como se denota en el más reciente Informe del Foro Económico Mundial, en el cual el país queda muy mal rankeado.
En materia de infraestructura Colombia se raja prácticamente en todas las asignaturas: particularmente en la calidad de las vías carreteables con una calificación de 2.9 sobre 7 ocupa el puesto 108 entre 142 países de la muestra y el panorama es más desolador en vía férreas, recibiendo una calificación de 1.7, ocupando el puesto 99. En cuanto a puertos, obtuvo 3.4, ubicándose en el puesto 109. Sólo muestra una mejora en la dotación en infraestructura aeroportuaria, obteniendo una calificación de 4.1 y ascendió al puesto 94. Colombia a duras penas apenas sí obtuvo como nota promedio en infraestructura 3.7. Estas precariedades en materia de infraestructura sitúan a Colombia muy por debajo de sus pares en el grupo CIVETS, del cual tanto nos ufanamos de hacer parte.
No sé de donde saca el Ministro de Comercio, Industria y Turismo (MCIT), Sergio Diaz-Granados, que con el TLC el PIB de la economía Colombiana va a crecer un punto adicional, que se van a triplicar las exportaciones a EEUU (llevándolas de los US $16.900 millones del año anterior a US $50.000 millones en sólo cinco años) y que se van a crear más de 380.000 nuevos empleos. En primer lugar, nadie se explica cómo si la economía mexicana, no obstante contar con un Tratado de Libre Comercio con EEUU (NAFTA, por sus siglas en inglés) desde enero de 1994, en los últimos quince años su PIB ha crecido por debajo del promedio del crecimiento del PIB de Latinoamérica, ahora la economía colombiana, por el sólo hecho de poner en marcha el TLC con EEUU, ahora va a crecer a un rítmo mayor.
Este es un verdadero espejismo, como lo es la pretensión de triplicar las exportaciones a ese país por cuenta del TLC, lo cual lo despeja un estudio del DNP  realizado en 2007 el cual estima que con con el TLC con EEUU las exportaciones crecerán un magro 6.4% mientras las importaciones crecerán el 12%. El resultado de este estudio lo corrobora otro de la Comisión de Comercio Internacional con base en Estados Unidos, según el cual “gracias al TLC las exportaciones estadounidenses a Colombia podrían aumentar en un 10%, cerca de US $1.100 millones y las importaciones en unos US $487 millones”.  Y ello es explicable, porque como lo anota el consultor empresarial Jorge Alberto Velásquez, “una cosa son los acuerdos comerciales y otra la posibilidad de aprovecharlos: en Chile y México participamos únicamente con el 1.1% (US $907 millones) y 0.2% (US $638 millones), respectivamente, de sus importaciones totales.

Firmamos acuerdos, pero no contamos con producción para exportar, ni la generamos”. Esta es la verdad verdadera. En cuanto al empleo, es consabido que a pesar del repunte que han tenido las exportaciones, sin TLC y del aumento de la producción la tasa de desempleo no cede. Con TLC no van a cambiar las cosas, mientras no se cambie el modelo económico de crecimiento sin empleo que predomina en Colombia, en ello no nos podemos hacer ilusiones. Muy seguramente generará más empleo en EEUU del que se va a generar aquí, en donde lo que vamos a tener es destrucción de empleo en el campo.

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