Por José Atuesta Mindiola/El Pilón
Cuando a una persona se le conceda una condecoración; tendrá, de acuerdo a su estilo personal, una manera especial para recibirla. Lo hará con sencillez, con júbilo o con serenidad. Las expresiones del alma no pueden estar sumisas a las rígidas reglas del protocolo.
Desde la antigüedad son famosas las condecoraciones de collares de oro con figuras de leones que en Egipto los faraones entregaban a los más bravos guerreros del imperio. En Colombia la primera condecoración para exaltar a los valientes miembros del ejército fue creada por la Junta de Notables de Santafé (Bogotá) el 9 de septiembre de 1819, y el primero en recibirla fue el libertador Simón Bolívar, en la Plaza Mayor de Santafé el 18 de septiembre de 1819.
Hoy en el todo el país existen múltiples condecoraciones, unas más significativas que otras, pero tienen en común el reconocimiento a los valores y a los servicios de las personas o las instituciones. Somos de la opinión de que las condecoraciones deben entregarse en vida para que el homenajeado disfrute de esos laureles; aunque algunos son partidarios de los honores póstumos porque miran desde la óptica de ciertos filósofos cristianos que consideran que el ser humano vive en la oscuridad y su luz comienza con la muerte.
El valor de una condecoración es relativo a los méritos de quien la recibe y de quien la concede. Estamos seguros de que el departamento del Cesar aspira que en diciembre del 2015, el gobernador y cada uno de los 25 alcaldes reciban del pueblo la condecoración: “Corona de oro por la transparencia, la honestidad y la eficiencia”.
Existen condecoraciones insubstanciales, sin ningún valor. Leamos el siguiente pasaje. “Un rector del Instpecam, en los días próximos a la celebración del Día del Maestro, invita a un coordinador que le colabore en incluir en la programación un punto de condecoraciones a los docentes destacados, y de hecho, sugiere ser incluido entre ellos. Como estaba recién nombrado, el coordinador le plantea una serie de posibilidades, tomando como referencia su calidad de exalumno del plantel, entre ellas: Una condecoración como bachiller sobresaliente en su especialidad técnica, deportista destacado, miembro de la banda cívica, buen puntaje Icfes o por sus cualidades artísticas. El rector responde con sinceridad que no califica en ninguna de las propuestas. Pero era tanta la insistencia en recibir una condecoración, que decide condecorar a todos los profesores exalumnos de la institución. Esa noche hubo cuarenta condecoraciones, entre esas la del rector, firmada por el rector y recibida por el rector”.
Desafortunadamente, también existen las anticondecoraciones que son alimentadas por las rivalidades o por la razón de la sinrazón que vulnera los preceptos legales. Una de las máximas injusticias de esos afanes de anticondecoraciones, la posee el dictador Leónidas Trujillo (1891- 1961) de República Dominicana quien gobernó desde 1930 hasta su asesinato en 1961. Cuentan que en una tarde de carnaval mientras observaba un desfile de danzas de empleados oficiales, le llamó la atención que iba un parejo arrítmico, desentonaba en los pases y en la coreografía, y de inmediato le ordena a uno de sus lugartenientes que averigüe el nombre para destituirlo. El lugarteniente, tiempo después regresa, y le avisa que ese señor, semanas antes ya había sido despedido del trabajo. El dictador da orden de un nuevo nombramiento y al día siguiente publica el decreto de destitución.
COLOFÓN. FELICES FIESTAS. Un hombre incrédulo de acerca a un árbol y le pide que le hable de Dios, y el árbol enseguida comienza a florecer.
JOSE ATUESTA MENDIOLA

