Por Giomar Lucía Guerra Bonilla*

..Grande en el pensamiento, grande en la acción, grande en la gloria, grande en el infortunio, grande para magnificar la parte impura que cabe en el alma de los grandes, y grande para sobrellevar, en el abandono y en la muerte, la trágica expiación de la grandeza…”( Bolívar José Enrique Rodó, Uruguay).

La hamaca es una de las manifestaciones de la americanidad manifiesta en el Libertador Simón Bolívar,  uno de los legados visible y pintoresco del mundo criollo donde están sus más hondas raíces.  En momentos de descanso y después de extenuantes faenas cae bien un café caliente y los cuentos que mitigan las penas y el cansancio.

En esos instantes propicios, el Libertador escucha uno a uno a sus oficiales hablar de las heridas sufridas en combate en un alarde de heroísmo.  Estos quedan perplejos cuando él se acerca pausadamente al fuego y sin mediar palabras se quita la camisa; su piel virgen de heridas resplandece ante la luz fulgurante, limpia, sana y sin rasguño.

Les relata que en 1818 ordena acampar a media noche en la Sabana del Hato El Ricón de los Toros. Morillo  en complicidad con algunos oficiales logra penetrar al campamento patriota, dirigiéndose directamente a las hamacas colgadas sobre los árboles donde se sabía dormía el Libertador… a quema ropa disparan sus fusiles, una y otra vez, mueren en sus hamacas el capellán, y los coroneles Fernando Galindo y Mateo Salcedo,  quienes dormían  justo al lado de Bolívar. L a hamaca del Libertador recibió cuatro disparos certeros que milagrosamente no dieron en su humanidad.  Este era el séptimo atentado perpetrado para acabar con su vida en menos de dos años.

En Jamaica “… determiné mudar de alojamiento… salí con el negro Andrés… resolví aquella misma noche encargar a mi negro de llevarme allí la hamaca limpia, mis pistolas y mi espada, el negro cumplió mis órdenes sin hablar con nadie… entonces despertó a mi negro Pío o Piíto y éste tomó la tinaja para ir a llenarla, mientras tanto el sueño se apoderaba de Amestoy que había ido a saludarme, se acostó en mi hamaca que estaba colgada. El negro Andrés salió a la calle y corrió a mi alojamiento, la turbación de Pío me hizo entrar en sospechas; le hice dos o tres  preguntas y quedé convencido de que él era el asesino.  Al día siguiente confesó su crimen y que  había sido encargado por un español para quitarme la vida (Luís Perú de Lacroix – El Atentado de Jamaica)

Arturo Uslar Prieti, afirma que  en una de las vitrinas del Museo Bolivariano de Caracas hay una vieja hamaca desflecada, con los colores que fueron vivos ya desteñidos por el uso y el tiempo.  Es una de las hamacas que Bolívar usó durante largos años de inagotables campañas de andanzas sin tregua, que se tejió y retejió  con el hilo del destino por entre las selvas, cumbres, ciénagas y llanuras, desde la boca del Orinoco hasta las riveras del Titicaca.

No tuvo otro lecho durante los tiempos difíciles y agitados.  Era su cama, su silla de trabajo: mientras se mecía y se levantaba sin cesar, dictaba cartas, mensajes y disponía operaciones.  Se tendía en ella a dormir un breve sueño con muchas interrupciones. Algunos europeos no entendieron ese uso de la hamaca por Bolívar, les parecía que era señal de inferioridad y barbarie.  La hamaca era el lecho del negro y del indio, heredada por el criollo y por el hombre del pueblo como cama y sillón.

Para quienes no comprenden el sentido y simbolismo de la hamaca, les ha resultado difícil entender las ideas de tan extraordinario personaje, quien aprendió a usarla y amarla en su hogar.  Los esclavos e indígenas que le enseñaron su uso, debieron trasmitirle los más vivos valores tradicionales de la cultura popular, que en su espíritu se mezcló con la otra tradición igualmente viva: la europea, Quienes solo valoran esta última nunca podrán entenderlo. Hay que mirar aquella hamaca que siempre lo acompañó; tejida por manos mestizas, legado de lo más viejo y lo más hondo de la tierra  y de las gentes que en él nació para encarnar.

En su  destino final a Santa Marta, después de un largo y penoso viaje por el Río Magdalena, abandonado por sus amigos, “… Bolívar y Carreño cuentan las siete mil ochocientas ochenta y dos estrellas en la cubierta del barco que los lleva al destino final… entonces el General abandonó la hamaca y lo vio tendido bocarriba en la proa, más despierto que nunca, con el torso desnudo cruzado de  cicatrices enmarañadas y contando las estrellas …” (G.G. Márquez El General en su Laberinto).

El tejido es uno de los temas más recurrentes de nuestra sociedad en la historia de las etnias que enriquecen el imaginario.  La existencia de esta tradición desde la época precolombina hasta hoy en la Costa y las llanuras del Caribe, se destaca precisamente por los tejidos como el sombrero vueltiao, la hamaca, el chinchorro, las mantas, las mochilas y en general manifestaciones artesanales que aún perduran en grupos indígenas y de artesanos y artesanas.

En el caso de la cultura Zenú, Fray Pedro Simón, afirma que cuando los conquistadores llegaron al pueblo de los Finzenú, encontraron que:

“dormían todos en hamacas, en especial la señora cacica, que no sólo la tenía muy curiosa y pintada, sino que a los lados de ella hacía – durmiesen en el suelo, los rostros para abajo, dos doncellas mozas y de buen parecer, sobre quienes ponía los pies al subir y bajar la hamaca, por grandeza como  dejamos dicho”.

Las hamacas y chinchorros de espléndidos colores, elaborados por artesanas especializadas servían para el  comercio como lo anota Fray Pedro Simón”… hacían también los de la Costa hamacas y chinchorros de hilo de algodón que también tenían gran salida, por ser las camas de todos los indios de países calientes.”

La hamaca estuvo presente en los ritos funerarios de varias tribus indígenas.  Entre los chimilas además de los tipos de construcción diferenciadas de las casas, de los vivos y de los muertos, cuando alguien moría  le pintaban el cuerpo de rojo, le ponía en cuclillas y lo envolvían en su hamaca, como mortaja.

Las barbacoas  hamacas largas, se utilizan hoy en zonas rurales, donde escasea el transporte, para llevar enfermos al médico, al curandero.  Consiste en atravesar una vara de festón a festón, turnándose de tramo en tramo, apoyan en sus hombros la vara en cada extremo para trasladar al enfermo y otras veces sirve para la ceremonia mortuoria.

La tradición de los tejidos continúa, entre otras poblaciones en Morroa (Sucre) y en San Jacinto (Bolívar).  Son hamacas artesanales, hechas de algodón y fibra de gran resistencia que conservan el colorido que siempre las caracterizó.

Revestidas de bellas tonalidades las encontramos, vía a Sincelejo, en Morroa en el “Taller artesanal de Colombia”.

El chinchorro Wayuu, es una de las más fuertes expresiones de esta cultura. Siempre habrá una  mujer tejiendo donde quiera que haya un telar: dentro del rancho, en la enramada o en la cocina.  Este se prepara de acuerdo al chinchorro a tejer con dos fuertes troncos pulidos y redondeados, que se colocan en sentido horizontal, a manera de travesaños.  Estas mujeres de singular belleza, vestidas con sus mantas multicolores han llegado a Valledupar, al parque “El Viajero”, donde exhiben sus chinchorros y mochilas, imprimiéndole al lugar mucha alegría por el colorido y calidad de sus tejidos.

Y el asunto no escapa a los temas del folclor musical, motivo de inspiración de un notable compositor como lo es el maestro  Adolfo Pacheco Anillo, quien a través de “La Hamaca Grande”, nos anunció su visita de amistad “… y llevo una hamaca grande, más grande que el Cerro Mahates pa´que el pueblo vallenato, meciéndose en  ella cante…!

*Giomar Lucía Guerra Bonilla |www.giomarluciaguerrabonilla.tk