Federico Nietzsche es uno de los principales exponentes del existencialismo filosófico. Su obra ha influido en casi todas las áreas de las ciencias humanas. También pertenecen al movimiento existencialista autores como Sartre, Kierkegaard, Dostoyevsky, entre otros.

Nietzsche es considerado como uno de los más influyentes y estudiados filósofos en la historia. Su trabajo se basó en una crítica a los valores morales sobre los que se sostiene la sociedad occidental.

La filosofía, a la par que la literatura, siempre deberían estar presentes en el alma de un espíritu juvenil, de esos que otean con aire romántico en el cercano horizonte, por ver cuán esquiva es la verdad y la belleza. Reconozco que desde mis años juveniles, literatura y filosofía fueron para mí hermanas gemelas y hermosas, aunque algunos se atrevan a opinar que ese matrimonio es cosa inextricable.

Cinco filósofos acompañaron mi juventud y buena parte de lo que va de la vida: Fernando González Ochoa, el filósofo de Otraparte, con su bien desarrollada idea de la introspección; Sören Kierkegaard, contemporáneo y paisano del gran escritor danés Hans Christian Andersen, y su teoría de “la nada y lo absoluto”; José Ingenieros, el genial ítalo-argentino que revolucionó el pensamiento a partir de sus trabajos sobre la naturaleza del hombre; Gastón Bachelard y su moderna visión del conocimiento, y el pensador alemán Federico Nietzsche.

Vamos a centrar nuestra atención y nuestro magín en este último, pues el pasado 25 de agosto  de 2012 se cumplieron 112 años de su fallecimiento.

Una de mis tempranas motivaciones, tratándose de  Nietzsche, fue el asunto de la lectura. Para ello me apliqué a la lectura de “Aurora”, texto de 1881, donde desarrolla su idea de “La lectura lenta”; la lectura como trabajo, como paciente degustación de cada palabra, para entender su real significado, para ahondar en su valor semántico.

En ella, el filósofo se define como “un hombre subterráneo, satisfecho con su trabajo de desentrañar el mal y de leer con lentitud para devolver su valor a las palabras”. En consonancia, al escribir invita a “tallar las palabras como si fueran diamantes”.

Tres etapas

En el prólogo a la “Genealogía de la moral”, de 1887, y en la primera parte de “Así habló Zaratustra”, de 1882, esboza con lentitud, tal vez con paciencia generosa, su original teoría de las transformaciones del espíritu.

 Dice: “Las tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño”.

Transformaciones estas por las que debe pasar quien quiera llegar a ser verdaderamente un gran lector, agrega. A su propósito y comprensión, nada mejor que citar el texto clásico “Sobre la lectura”, de nuestro maestro raizal Estanislao Zuleta:

“Camello es el espíritu que admira, que tiene grandes ideales, grandes maestros, por ejemplo, en el caso de Nietzsche o Schopenhauer, y una inmensa capacidad de trabajo y dedicación; el camello es el espíritu sufrido, el espíritu que busca una comunidad con cualquier cosa”.

Si no se logra leer así -continúa nuestro filósofo-, no se entiende nada; pero el espíritu no es solo eso, admiración, dedicación, fervor, y trabajo; el espíritu es también crítica, oposición y es entonces cuando el espíritu se convierte en león.

Como león se hace solitario casi siempre y en el desierto se enfrenta con el dragón lleno de múltiples escamas y todas esas escamas rezan una misma frase: tú debes. Entonces el espíritu se opone al deber, es el espíritu rebelde, el que toma el tú debes como una imposición interna contra la cual se rebela, que mata todas las formas de imposición y de jerarquía, pero que todavía se mantiene en la negación”.

Y dice Nietzsche que el león se convierte finalmente en niño y lo explica así: “el niño es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, y una rueda que gira, una santa afirmación”.

Vida y pensamiento

El filósofo, poeta y filólogo alemán Federico Nietzsche nació en Sajonia el 15 de octubre de 1844. Tempranamente recibió la influencia de la cultura helénica, específicamente de la filosofía de Sócrates, Platón y Aristóteles, al igual que del filósofo alemán Arthur Schopenhauer y del músico Richard Wagner.

Su postura filosófica giraba en torno a la idea de que los valores tradicionales, representados fundamentalmente en el cristianismo, habían perdido su influencia en la vida de las personas, tal como lo expresó en su proclama: “Dios ha muerto”.

Para Nietzsche, los valores tradicionales no son más que una moralidad esclava, creada por personas débiles y resentidas que fomentaban comportamientos de sumisión y conformismo, al servicio de los creadores de la moral. El imperativo ético, decía, está en crear valores nuevos que sustituyeran los tradicionales y su fundación debía configurar el superhombre, el retrato del hombre por venir.

Tres grandes períodos distinguen el pensamiento del filósofo alemán:

El primero, que va desde sus estudios en Leipzig, hasta 1877, donde establece una distinción entre lo apolíneo y lo dionisíaco; el segundo, de 1878 hasta 1882, donde se muestra crítico hacia el arte y la metafísica; el tercero, que empieza en 1882, con la publicación de “Así habló Zaratustra”, donde concibe la vida como lucha, como dolor.

Para la comprensión cabal del filósofo es necesario citar: “El nacimiento de la tragedia desde el espíritu de la música”, de 1871; “La gaya ciencia”, de 1882; “Más allá del bien y del mal”, de 1886, y “El crepúsculo de los ídolos”, de 1888.

Imposible hablar de Nietzsche sin citar uno de sus grandes textos: “¿Nosotros, los aeronautas del espíritu?”,  que hace parte de “Aurora”, y que poetiza sobre nuestra tarea y misión como lectores:

“Todos esos pájaros intrépidos que vuelan rumbo a lo lejano, a lo más lejano, ¡en alguna parte, ciertamente, los abandonarán sus fuerzas y se posarán en lo alto de un mástil o en una estéril roca, y aún estarán muy agradecidos por tan pobre alojamiento! Pero ¡quién va a inferir de esto que delante de ellos ya no hay inmensos ámbitos libres que han volado tan lejos como es posible volar! Todos nuestros grandes maestros y precursores se han detenido al fin en algún punto, y no es precisamente la postura más noble y elegante la de la fatiga que se detiene; nos pasará igual también a mí y a ti. Mas ¡qué nos importa! ¡Otros pájaros volarán más lejos!

Se eleva verticalmente sobre nuestra cabeza y su impotencia y desde las alturas otea las lejanías vislumbrando las bandadas de otros pájaros mucho más poderosos que nosotros que enfilarán hacia donde nosotros hemos enfilado y donde todo es todavía mar, mar ¡nada más que mar!

¿Y adónde nos encaminamos? ¿Es que queremos cruzar el mar? ¿Adónde nos arrastra este poderoso afán que anteponemos a cualquier goce? ¿Por qué precisamente en esta dirección hacia allí donde hasta ahora se han puesto todos los soles de la humanidad? ¿Se dirá acaso algún día que también nosotros, tomando rumbo al oeste esperábamos llegar a una India, pero que nos tocó naufragar en lo infinito?; ¿O no, hermanos míos? ¿O no?”

Concluyamos estas notas recordando que el creador del superhombre, el ubermensch,  el que predijo una raza superior de ojos azules, falleció el 25 de agosto de 1900, en la república de Weimar, víctima de una apoplejía, en medio de tremendos dolores y maldiciendo lo que amó. Aunque parezca inextricable: ¡maldiciendo lo que amó!

Fragmento

 «¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar: «¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!». Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron la risa. […] El loco se encaró con ellos, y clavándoles la mirada, exclamó: ¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la Tierra de la órbita del sol? […] ¿No caemos sin cesar? ¿No caemos hacia adelante, hacia atrás, en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío […]? ¿No hace más frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada? […] ¡Dios ha muerto! […] ¡Y nosotros le dimos muerte! ¡Cómo consolarnos nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? […] La enormidad de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros?».

Este es, quizá, uno de los fragmentos más famosos de Nietzsche, en el cual «Dios» representa los valores morales sobre los que se basa la cultura occidental, los cuales él consideró como caducos y dañinos, y con esto abre paso a una destrucción del concepto tradicional de «hombre» para crear una serie de nuevos valores.

“Diez mandamientos para escribir con estilo”

“1. Lo que importa más es la vida: el estilo debe vivir.

2. El estilo debe ser apropiado a tu persona, en función de una persona determinada a la que quieres comunicar tu pensamiento.

3. Antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de viva voz lo que se tiene que decir. Escribir debe ser solo una imitación.

4. El escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. Debe, pues, inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá de todos modos mucho más apagado que su modelo.

5. La riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones; también la elección de las palabras y la sucesión de los argumentos.

6. Cuidado con el período. Solo tienen derecho a él aquellos que tienen la respiración muy larga hablando. Para la mayor parte, el período es tan solo una afectación.

7. El estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no solo que los piensa sino que los siente.

8. Cuanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más importante es hacer converger hacia ella todos los sentidos del lector.

9. El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que la separa.

10. No es sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría”.

Federico Nietzsche.

Autor: Iván Guzmán López. por elmundo.com