La semana pasada vimos cómo surgió el concepto de sociedad; es decir, la manera de formar agrupaciones de familias, con el fin de cumplir -mediante la mutua cooperación teórica- todos o algunos de los fines de la vida.
Pero, como dentro de la familia de los amos, vale decir los nobles, había ramificaciones y los nacidos en éstas no podían descender al nivel de los simples siervos, ya quedó establecido cómo la humanidad -bueno, en verdad los amos- se inventaron una nueva clasificación: todos los emparentados con ellos serían nobles, y su sangre azul; mientras que los siervos serían plebeyos y su sangre seguiría siendo roja. Más aún, en caso de confrontaciones entre amos de diversos estados -siempre por la codicia de uno de ellos hacia las posesiones de otro- solamente se derramaría la sangre roja de los plebeyos, es decir la de los siervos. La sangre azul, por su nobleza, debía ser protegida a toda costa, incluida la vida de los miembros de la gleba; vida, cuyo valor había descendido hasta llegar a los más ínfimos niveles.
De allí a convertirse la clase de los nobles, en dueños de vidas, haciendas y honor -perdón, sólo vidas y, si acaso, escasa hacienda; pues el plebeyo en ese orden de ideas, carecía de honor- solamente hubo un paso. Así la aplicación de la justicia -otra vez pido clemencia por este gazapo sociológico- sería estricta para con los súbditos y misericordiosa con los nobles.
Como colofón de todo lo anterior, los nobles vivían en palacios y los plebeyos en chozas, en medio del barrizal.
Ahora bien, como los siervos solamente aprendían a trabajar en labores las más oprobiosas -siempre de vasallaje, a menos que el amo necesitara quien le lustrara las botas o le sirviera el vino o le ayudara a vestirse y las amas requirieran de alguien que les sirviera en los afanes domésticos- las posibilidades de salir de esa situación eran ínfimas y, cuando alguien lo lograba, solo mejoraba un ápice en la escala social, pues solamente quedaba exento de revolcarse en el barro para subsistir; en los demás aspectos, todo seguía igual.
Sin embargo, como estos “privilegiados” que salían de la porqueriza habitual, también procreaban, sus hijos nacían en un ámbito distinto; por tanto crecían propensos al refinamiento y, por esto, las posibilidades de aprender algo diferente a lo conocido por sus padres -antiguos habitantes del lodazal- aumentaban, pues a la vera del aprendizaje de los hijos de los amos, estos pequeños siervos también podían adquirir algunos conocimientos.
Así fueron transcurriendo los siglos y con el paso de ellos, se fueron formando oleadas de siervos, cuyo barniz cultural, les permitió avizorar un futuro distinto para sus hijos. Y, entonces, al alcanzar conocimientos -los descendientes de quienes en el pasado eran meros sirvientes- llegaron a ser artesanos, matemáticos, escritores, músicos, físicos y demás ilustrados que conformaron la pléyade de genios que, poco a poco, fueron cambiando el panorama intelectual del mundo, sacándolo -el uso del intelecto- de ser potestativo de una minoría, para ponerlo al servicio de muchos.
La insurgencia.- El conocimiento trajo como consecuencia natural el despertar de las conciencias de aquellos siervos nacidos en palacios. Se fue formando, así, una progenie intermedia entre nobles y plebeyos, que sin pertenecer a ninguna de las dos, se compadecía de las humillaciones que los últimos recibían de sus amos y recriminaban el despotismo de éstos hacia los siervos y – de esta manera- se fue formando una conciencia social que tenía como paradigma la igualdad entre los seres humanos.
Ahora bien, como los amos no daban señales de despojarse de sus canonjías, casi siempre injustamente habidas, esta nueva clase resolvió tomar medidas para imponer la justicia social en el mundo, luego de haber adoctrinado a todo aquel que quisiera salir de la ignorancia que, por milenios, su casta había sufrido.
Así surgieron los primeros brotes de insurrección social en la historia de la humanidad; porque todas las anteriores manifestaciones de inconformidad se habían dado por razones territoriales o por el avasallamiento de triunfadores sobre perdedores esclavizados, en donde el nivel social ostentado por el nuevo esclavo, no hacía diferencias ante el opresor.
Gustavo Rodríguez Gómez/El Pilón grg1939@yahoo.com
