Con su altura podía ver el mundo desde otra distancia”, murmuraban los actores y extras, que paralizados durante horas obedecían a las palabras mágicas que Ernesto McCausland expresaba con vehemencia: ¡Luces, cámara, acción!.

Así, durante gran parte de su carrera en el periodismo, escribió, produjo y dirigió tres películas, dos cortometrajes y un documental sobre el universo costeño.

Experimentando con la crónica escrita llegó a la audiovisual, quizás por ello no es casualidad que la mayoría de sus premios y reconocimientos fueron entregados por sus documentos para la televisión trasmitidos a través del programa Mundo Costeño.

Los formatos nunca fueron un problema para este coloso con tal de contar una buena historia. Narró sobre una cinta súper 8, VHS, 16 milímetros, y recientemente en cine digital para su productora La esquina del cine, que creó en 1997. Con El último Carnaval, su primer largometraje, consiguió filmar en 35 milímetros la vida trágica, que ocurre durante el Carnaval, del hombre detrás del disfraz y la máscara. En el 2000, en Siniestro, pudo variar los formatos al combinar los 16 milímetros con los primeros albores del cine digital. Sobre su mirada en Siniestro, McCausland expresó a la revista Kinetoscopio que, “confieso que a mí me interesa más la historia de Siniestro, sus giros y recovecos; que el espectador asuma el ángulo de público cotidiano, que tenga una percepción como la de ciertos chismosos en el bus que viven pendientes de lo que otros hablan”.

El cine se fue convirtiendo en parte esencial de su vida y su carrera. En 2001 emprendió el proyecto de Champeta Paradise, rodada entre Cartagena y Barranquilla, y que contaba la historia de cómo un joven en un barrio popular se convierte en estrella de la champeta, género musical, sobre el que reflexionó asegurando que “la champeta es la válvula de escape a la pobreza, y es otra alternativa distinta al boxeo”. En 2007 se dirigió hasta el municipio de San Antero para filmar el cortometraje El pargo rojo. Allí trabajó con actores naturales, como Ignacia De la Rosa, líder de la comunidad, y a su vez encontró el lugar “para poner en práctica la idea de hacer cortometrajes en los pueblos. Historias sincronizadas y auténticas en un proyecto sin precedentes en el cine colombiano”, y ese siempre fue su sueño. Siguiendo esta premisa, su capacidad narrativa no paró allí. En 2009 se embarca en su segundo cortometraje titulado Luz de enero, sobre los inmigrantes y su llegada a Barranquilla. Durante esta filmación, Ernesto dijo que “la gente no se imagina lo que es un rodaje: un ejercicio del arte con una insospechada cantidad de dificultades de producción”.

Eterno nómada, el más reciente documental de McCausland, nació de la historia de cineasta francés Claude Herviant, a la espera de su segundo funeral en una ranchería de La Guajira, y por el cual recibió la convocatoria 2009 del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico. Este proyecto nació de una breve noticia de prensa y le tomó a su creador más de seis años de trabajo, pero para Ernesto el tiempo nunca fue un límite cuando “solo se entrega a la dicha de narrar”.

Eduardo Ortega, un amigo de La esquina del cine

Leí en EL HERALDO que un señor con apellido raro estaba planeando una película sobre un último carnaval. Buscando un contacto que me pudiera acercar a este proyecto pregunté a los mismos directores, quienes rápidamente, con la ligereza del ignorante, desestimaron la grandeza y seriedad de este emprendimiento cinematográfico. Por mis propios medios averigüé su teléfono, me citó en su apartamento atiborrado de copias de guión y trofeos que se usaban de apoya libros. Me atendió tendido en su hamaca de cien colores, tenía la pierna alzada con una media ortopédica, cuya misión de desinflamar una ‘canilla’ violácea que apoyaba sobre un taburete tenía una dura y larga prueba. Sin mayores preámbulos me dio la bienvenida y me preguntó qué quería hacer en la película. Desde ese momento me sentí uno más con derecho a compartir en su propia esquina, en la que él mandaba, jugaba, experimentaba, y retó, al igual que a mí, a muchos pelaos realizadores a contar nuestras propias historias.

Cuando los idealistas creían que el cine era de celuloide, nosotros lo hacíamos con VHS, Video 8, Betacam y todo lo que nos encontrásemos que sirviese de instrumento visual para hacer lo verdaderamente importante, contar la historia. Así, empezaron todos a atreverse a tener lo que Ernesto había tenido desde un principio, las tamacas bien puestas para luchar con terquedad hasta parir la historia y verla en una pantalla con los amigos. Hoy podemos decir que como referencia cinematográfica de nuestra región, después de Pacho Bottía, director por quien Ernesto siempre manifestó profundo respeto, sus películas son un referente obligado sinigual.

Hoy esa esquina virtual llora la ausencia de su anfitrión, sobre la mesa quedaron junto a unas cervezas y un doble seis los colmillos de yuca del Drácula caribeño Baldomero Gómez en su ‘Último Carnaval’, el medallón de Deogracia y Lía Santos como testimonio de vida del ‘Siniestro de Ovejas’. El manuscrito de la champeta que Álvaro le compuso a su amada en ‘Champeta Paradise’. Y la más nueva, la foto de Claude Hervian, su última creación, de la cual me dijo en un momento íntimo que se sentía plenamente satisfecho, en palabras textuales, “hasta para morirse tranquilo”. Esta esquina está grabada en mi alma, con más de una década de rollos de película, casetes de video y guiones corregidos a mano. Hoy solo puedo agradecerle y decirle: ¡Master! Gracias por dejarme participar en la película de tu vida.

Por Lina Robles Luján

EL HERALDO