Ernesto McCausland trabajó en todos los formatos y soportes del periodismo.

Ernesto McCausland nos ha dejado, pero se va victorioso. Es cierto que perdió la batalla definitiva contra el enemigo oculto con el cual no tuvo más remedio que convivir por décadas, con gran fortaleza y discreción, pero en cambio ganó mil batallas más importantes. Sobre todo, la de los afectos, el cariño y la admiración por parte del público, de sus colegas y de su familia y amigos, que nunca lo olvidaremos, porque lega a nuestra memoria y corazones una huella humana y profesional imborrable.

Conocí a Ernesto desde muy joven, cuando nos encontrábamos con él y con mi hermano Mauricio en las funciones del cineclub del teatro ABC, y luego caminábamos a nuestras casas del barrio El Prado, comentando las joyas del cine europeo y del cine independiente norteamericano que nos presentaba Braulio de Castro. Desde entonces era alto, flaco, simpático, buen conversador y movido por una gran curiosidad.

La vida nos permitió compartir y trabajar más de cerca en Telecaribe, donde él era un puntal de la programación del canal regional, y luego en el proceso de creación de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, en el cual no solo yo como su amigo quería contar con sus consejos y propuestas, sino también Gabriel García Márquez, que lo quería y respetaba tanto que el de Ernesto fue el primer nombre que me mencionó entre los periodistas que valía la pena convocar a nuestras reuniones. Nos acompañó en muchas ocasiones, la última de ella en el encuentro de directores y editores de medios colombianos que celebramos en febrero de este año en Bogotá, a la cual llegó quejándose de un gran cansancio.

Ernesto se dio el lujo de seguir su vocación y de trabajar de manera incansable en todas las funciones, formatos y soportes del periodismo y la comunicación. De reportero a director, de cronista a columnista, de guionista a presentador, de cuentista a empresario, tanto en periódicos, libros y revistas, como en programas y noticieros de radio y televisión, así como en las redes sociales y los largometrajes, nada se le escapó y todo lo experimentó en el mundo de los medios. Y todas las etapas y resultados de su brillante navegación vital y creativa en estos campos están unidas por unos hilos fundamentales que vale la pena resaltar: la pasión por contar historias, el profundo sentido ético y de servicio público y su anclaje emocional en los territorios del Caribe colombiano, que recorrió hasta el último rincón para buscar y mostrar los personajes, temas y paisajes de su mundo costeño.

Especial referencia merece la vinculación de la vida profesional de Ernesto con el diario EL HERALDO, que fue su casa periodística desde el principio hasta el final de su carrera, y a la cual consagró su creatividad y capacidad de liderazgo en los años recientes. Ernesto era consciente de la enorme responsabilidad que tenía, y se preocupaba no solo por el éxito en los índices de lectura, sino por la formación de nuevos cuadros periodísticos y cuidar en las secciones informativas y editorial el papel del periódico como orientador equilibrado del debate sobre prioridades e intereses colectivos, a la vez que mantener la conexión emocional y cultural con los flujos noticiosos que movían la atención de los lectores.

Ernesto fue un gran luchador que obtuvo resultados tangibles. Merece ser recordado, exaltado y releído en el papel y en las pantallas como un ser humano intachable y como uno de los grandes periodistas colombianos de su generación.

Por Jaime Abello Banfi
Director general de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.

por El Heraldo