Por: Julio Cesar Oñate Martínez*
En 1999 Hann Van Rois un millonario holandés enamorado de la música vallenata visitó Valledupar en el marco de su festival trayendo cuatro acordeones de fabricación italiana para regalarlos en el certamen. Inexplicablemente los instrumentos venían con desperfectos en su interior posiblemente por el trajín del viaje o quizás por ser el rechazo o descarte en alguna producción. Al ser presentado donde el Turco Gil, este lo remitió al quirófano melódico de Ovidio Granados y en un par de horas de primeros auxilios en la fragua quedaron perfectos lo cual verdaderamente asombro al europeo. El fulano tenia gran interés que aquí se comercializaran los acordeones Dino Baffetti fabricados en Castelfidardo, un pueblo mediano en la península itálica y muy gentilmente invitó al turco a viajar por Europa para finalmente visitar dicha fabrica comprometiéndose a que allí le fabricarían un acordeón con las especificaciones requeridas para poder superar el tres coronas de la casa Honner de Alemania, instrumento hasta hoy irremplazable en la ejecución de nuestros aires folclóricos.
Gustosamente el turco acepto viajar, pero llevando de compañero al maestro Ovidio el gran gurú de nuestros técnicos de acordeones. Un par de meses después llegaron los tiquetes aéreos y unos dolaretes para gastos de traslado.
Inicialmente llegaron a Holanda y después de una semana en Ámsterdam enrumbaron por tierra, para hacer mas grato el recorrido hacia Alemania en mero plan turístico, siguieron a Austria, luego a la Republica Checa y finalmente Castelfidardo en Italia donde esta la fabrica Dino Baffetti. Allí después de explorar un modelo de acordeón cercano en diseño al tres coronas, el turco y Ovidio lo rechazaron por ser mucho más pesado y su diapasón más largo y además con un sonido medio opaco sin la resonancia de el Honner. En un par de días los fabricantes trataron de modificar el modelo en cuestión, respecto al peso y tamaño pero el sonido no mejoró, ellos no se trazaron truncando así las aspiraciones del millonario Van Rois de invadirnos con los tales Baffetti.
El desagrado del dueño de la fabrica era evidente trenzándose en una calurosa conversación con el holandés tratando de ignorar al par de pretenciosos colombianos; por lo menos estará diciendo de que será que se las tiran esos dos negritos cabeza e ‘piñique, le comentaba Ovidio al Turco y tratando de romper el hielo y justificar su posición le dijo al holandés: a los aparatos de esta fabrica yo siempre les he encontrado algún defecto. Enterado de esto el Sr. Baffetti le entregó a Ovidio un reluciente acordeón para que demostrara la supuesta calumnia. Al abrir el fuelle este observo que la cuarta tecla de la hilera del centro estaba ligeramente en un nivel mas bajo que las demás y al pulsarlo el pito no sonó. El italiano colérico hizo traer al afinador de la fábrica y este al repetir el ejerciciotampoco le sonó. Esa fue mucha vaciá en italiano la que le pegaron al pobre hombre comenta Ovidio. El Sr. Baffetty cambio su actitud y se los llevo para el mejor restaurante de la ciudad.
Un día después sonriente, muy cordial y con engañifas a través del interprete trató de que Ovidio le enseñara a su técnico los secretos para modificar los tonos de los acordeones, pero Billo no mordió el anzuelo argumentándole que era algo que solo podía hacer en su taller de Valledupar con la prodigiosa fragua que inexplicablemente aun no ha patentado. Sin embargo en un gesto de generosidad vallenata les enseño el sistema para obtener un acordeón tapao, la mas sencilla de las triquiñuelas producto de su talento. Durante este proceso lo filmaron desde todos los rincones y mil fotos le tomaron con la seguridad que alguna debe estar en la galería de la fabrica como un reconocimiento a aquel negrito cabeza e’ piñique que con su ingenio asombro a los italianos.
*Julio Cesar Oñate Martínez/El Pilón
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