Al cumplir siete años, los niños wayuu se lanzan como buzos al mar, para pescar mariscos.
La Raya, una ranchería wayuu donde viven alrededor de 170 personas y que pertenece al municipio de Manaure, es abrazada por un hermoso mar, proveedor del sustento de los indígenas a través de la pesca, pero que también es escenario de las habilidades de un grupo de niños indígenas buceadores.
Aunque los expertos recomiendan que cuando un niño quiera bucear, debe esperar a estar suficientemente maduro mentalmente, para comprender los riesgos que esto conlleva y además su sistema respiratorio debe estar desarrollado para que la diferencia de presión no los afecte, para los wayuu, solo deben existir dos requisitos: cumplir 7 u 8 años y las ganas de hacerlo.
Ellos, desde que nacen, son preparados para esta tarea y cuando llegan a la edad necesaria, se lanzan al mar sin ninguna clase de preparación, pero como todos unos expertos.
Así lo hizo Jesús Manuel Pulido, quien ahora tiene trece años y además de estudiar, se dedica a bucear para pescar langostas, langostinos, varias clases de pescados y camarones.
“La primera vez, me tiré para aprender, tenía ocho años y no sabía mucho, pero después fui aprendiendo y ahora me gusta mucho bucear para pescar”, expresó el niño con el ímpetu propio de su edad y mostrando el fruto de su trabajo, unos langostinos que se convertirán en el manjar de cualquier comensal en uno de los restaurantes de Riohacha.
Pueden durar hasta dos o tres minutos bajo del agua. Para comenzar la vida de “buceador” (emenui), cada uno de los menores que hoy son expertos, tuvo que pasar por el rango iniciático de “reventar los oídos”, cuando se lanza por primera vez al mar, ese que ven al levantarse todos los días de su vida.
Una vez superada esta fase, el nuevo buceador podrá resistir tanto tiempo en el agua como sus mayores, dado que según ellos, podrá “respirar por los oídos”. Así explica Rufino Bouriyú, líder de la comunidad.
“Después que se les rompe el oído y les sangra la nariz, decimos que están listos para seguir buceando “, asegura.
Los niños de esta comunidad desarrollan esta habilidad hasta tal punto que logran sumergirse y estar bajo el mar, durante al menos dos o tres minutos, tiempo durante el cual logran atrapar varias langostas.
Aunque es una actividad riesgosa, por los frecuentes ataques de tiburones, lo cual exige un profundo conocimiento del medio marino, cada vez son más los niños que se unen al grupo de pescadores que salen todas las mañanas a la faena. La ubicación exacta de bancos de langostas y ostras, se da por medio de un manejo de las características físicas de las costas superpuestas con los accidentes geográficos visibles del horizonte.
Un pescador que no sepa bucear es un pescador incompleto. La habilidad de los wayuu para el buceo y la pesca es reconocida en distintos tratados históricos cuando se pescaban perlas, en las costas de La Guajira colombiana y especialmente en la isla de Cubagua, en Venezuela, posterior a la conquista.
Según Weilder Guerra Curvelo, en la investigación El Poblamiento del Territorio, el buceo constituye para los apalaanchis (pescadores o playeros), la actividad especializada que produce mayor prestigio y un pescador que no sepa bucear es un pescador incompleto.
Anteriormente se practicaba el buceo sin aditamentos tan solo con los recursos del cuerpo humano; hoy se ha generalizado el uso de caretas, aletas y pistolas de pesca submarina, que son elaboradas de manera artesanal por los mismos wayuu.
La zona de mayor tradición pesquera en territorio de la Guajira es la franja de 130 kilómetros ubicados entre Riohacha y el Cabo de la Vela, donde están asentadas la gran mayoría de comunidades wayuu dedicadas a la pesca.
Casi todo lo que pescan, lo venden. El producto de la pesca tanto de niños, como de adultos en la comunidad wayuu de La Raya, casi toda es destinada para la venta, actividad que la realizan la mujeres.
La langosta, los langostinos y camarones, son vendidos a restaurantes y particulares en la ciudad de Riohacha. Los precios varían por temporada, aunque la langosta generalmente se vende a doce mil pesos el kilo.
Precarias condiciones. Las familias wayuu de la comunidad de La Raya, carecen de muchas cosas y a pesar de esto viven muy felices a orillas del mar caribe. La ranchería esta compuesta por viviendas de construcción artesanal, las cuales sufrieron daños durante los inviernos de años anteriores.
Sin embargo, todo lo que quieren los niños de esta pequeña parte de La Guajira, es seguir buceando para ser unos grandes pescadores.
Por Sandra Guerrero Barriga/El Heraldo
