Abel Medina Sierra

El 21 de diciembre anterior murió Rafael Antonio Salas Araújo, Toño Salas para la vallenatía, el más grande de los repentistas en la historia del vallenato, “el mejor improvisador” en palabras del maestro Escalona, “el tigre pa´ versear” como lo calificaría su mayor contrincante en las lides de la piqueria: su hermano Emiliano Zuleta Baquero, el que solo 52 días antes se había marchado a las plenitudes cósmicas. Nuevas epifanías se celebran hoy en el cielo: el “Gallo” y el “Pollo” afilan sus espuelas para la eterna parranda celestial mientras en el país vallenato se comienza a anunciar la muerte de la verdadera piqueria.

Toño Salas, hijo Rafael Araújo y la matrona que Luis Mizar llegó a comparar con la mítica Úrsula Iguarán: Sara María Baquero, “La vieja Sara” inmortalizada por Escalona y su nieto Héctor, encumbrada por su genio festivo y sus décimas espontáneas. Toño había nacido un 5 de noviembre de 1925 en el pueblo del que nunca quiso salir y donde construyó su universo musical y social: El Plan de la Sierra Montaña.

En los últimos años, mientras daba vueltas al sombrero desanudaba la nostalgia de los primeros años cuando entre la floresta y el leve rumor serrano, entre el apremio del ganado y el arado se dejaban escuchar versos cantados con la elemental filosofía de quienes ven pasar el tiempo resbalando por el estío. Era el tatareo deshilachado de la decimera mayor: La vieja Sara, esa que cada año organizaba en el Plan las fiestas de Corpus Cristo en las que tanto hombres como mujeres se medían a décimas por largas jornadas. Esa misma vieja Sara que animaba los carnavales del pueblo en los que según Toño verseadores como Florentino Fuentes “duraba los tres días de carnaval cantando décimas de mañana hasta la noche sin repetir ni una”. Eran versos sin acompañamiento instrumental, eran estrofas plenas de ingenio y mordacidad, eran el inventario de los sucesos del año entretejidos con gracejo y lenguaje de pueblo. Allí se nutrió Toño, allí encontró las claves de la improvisación, esas que lo encumbraron como el mejor repentista, como el “pollo” de mejores espuelas.

Aprendió a tocar solo a los 20 años, tal como Emiliano lo había hecho con su tío Francisco Salas le tomó a escondidas un acordeón a su hermano mayor y ensayó rutinas que ya traía escondidas en las fibras sensibles. A pesar de la resistencia de le vieja Sara, para quien “eso de ser acordeoneros y para flojos y borrachones”, Toño fue siguiendo la huella de los acordeoneros que por aquellos años campeaban sus notas por la zona: su primo Chucho Baquero y el gran Chico Bolaños. En vida recordaba Toño que para entonces “yo toqué con un acordeón Tornillo é máquina, el uno y dos teclados. No había ni caja ni guacharaca en esa época, eso lo inventaron después cuando empezaron a hacer cumbiambas. Yo anduve en Atánquez tocando colita con Andrés Mendoza también”.

En esas andanzas conoció a Leandro Díaz, su cantante de casi toda la vida. En una parranda en casa de Poncho Cotes Querúz en Manaure el anfitrión los presentó y nota y letra se casaron por décadas. “Un muchacho de La Jagua vivía en Barrancas y tocaba allá con Leandro, él se venía al pueblo y cantaba los sones de Leandro así que ya yo me sabía esas canciones y por eso nos acoplamos bien”. Fueron casi 35 años de trasiegos cantorales, de parrandas y festejos, de prolijas correrías por La Guajira y el Cesár.

Las notas de Toño adornaban el estro del ciego fecundo, mientras más prolífico se volvía Leandro se apagaba la chispa de Toño para componer: “Yo no hice grandes composiciones. El compadre Leandro era una abundancia de canciones, semanalmente estrenaba una. Entonces yo dejé de hacé las mías por andar tocando las del compadre Leandro. Eso me está haciendo falta ahora”. El mismo Leandro Díaz confirma que Toño fue tan fiel como acordeonero que abandonó la composición por servirle de acompañante. Su producción musical muestra destellos de su casta autoral con versos como en Campos florecidos:

Para llegar hasta los campos florecidos

Hay que pasar una sabana muy extensa

Ando en busca de mi negra que se ha ido

Ay, llevando un ramo é flores en la cabeza

Ando en busca de mi negra que se fue

Me dejó penando solo y sin su amor

Cuando yo alcance a ver el ramo de flor

Entonces me alegraré que la encontré

La mano descompuesta y Patillal son otros títulos de un Toño Salas que más que componer canciones se dedicó a la piqueria que nutrió con un torrente inagotable de versos, la mayoría en formato de décima: el más difícil y exigente para los repentistas de la región . Su grandeza como verseador alcanza mayor nombradía cuando en 1982 ganó el Festival de la Leyenda Vallenata en la modalidad de piqueria derrotando nada menos que los “Cieguitos” Alcides y Luis Manjarrés que ocuparon el segundo y tercer puesto.

Pero su genio creativo se pone a prueba es en la piqueria con su hermano Mile Zuleta, sus condiciones de pollo encontraron así un ruedo exigente para probar sus espuelas recién salidas. Para muchos la contienda verbal entre Toño y Emiliano fue más intensa aún que la sostenida entre Mile y Lorenzo Morales unos años antes. Todo comenzó “una noche en Villanueva” cuando se encontraron en una parranda donde José Bolívar Mattos y Maximiliano Rumbos soliviantaban a un Toño crecido: “Llevaron a Emiliano y Mingo Laguna que era el cajero de Villanueva, y Emiliano con una juma que no daba pá echá un verso y a mí me salían solos. Yo eché los míos y él no dio pa´echá los de él”.

La humillación de Emiliano tuvo respuesta a la semana siguiente cuando Mile compuso “El gallo y el pollo”:

Una noche en Villanueva

Se quiso Toño lucir conmigo

Pero a veces me imagino

Que esa es la gente que lo aconseja

Díganle a Toño

A Toño, mi hermano

Que él está muy pollo

Y yo estoy muy gallo (Bis)

(Fragmento)

Desde entonces Toño se aseguró de ganar la piquerias presenciales y Mile a componer canciones: cada uno explotaba sus potencialidades. El siguiente encuentro fue en La Jagua: “Yo le dije, bueno hermano, vamos a hacerle unos versos a mamá, entonces con un verso a Carmen Díaz y allí volvió a perdé conmigo” recuerda Toño. Emiliano no demoró en componer una nueva arremetida contra su hermano menor como lo evidencia La piqueria:

A mi hermano Toño Salas

Le mando a pedí perdón

Le hice una composición

Que no le vaya a dar rabia

Que recuerde que en La Jagua

Me llevaba a to´a carrera

Que no me dejó decí nada

Pero fue en cuatro palabras

Que eso lo canta cualquiera

(Fragmento)

El tercer encuentro sería para las fiestas del 12 de octubre en La Jagua, a Toño le dieron la razón de Mile: que se encontraban allá y que llevara apostadores. Pero la presencia de la vieja Sara, que se había llevado un garrote, fue suficiente para garantizar mesura y calmar los enconados ánimos: el empate parecía dirimir la piqueria. El balance en las piquerias estaba a favor de Toño, en el plano de las composiciones Mile lleva ventaja, dice haber compuesto más de 10 canciones mientras Toño solo se animó a componer dos. La primera de estas fue La Equivocación:

Emilianito tiene la equivocación

Porque él ha sido siempre el rey de las parrandas

Y anda diciendo que su hermano Toño Salas

Y que no ha dado para componer un son

Díganle a Emiliano que un son le voy a hacer

Para que sepa que también se componer

Y que si quiere se lo vuelvo a repetir

Para que se calle y no siga hablando de mí

(Fragmento)

Como en efecto, se vio obligado a componer otra para hacerle frente a los insultos de Emiliano que en Pico y espuela ponían en duda su autoría para componer:

Que le pregunte a Morales

Como es que se regatea

Pero él según su idea

La música nada vale

Él cree que con insultarme

Como lo hizo en la gallera

Cantando en música ajena

Y él cree que me derrotó

Que hago como hago yo

Que peleo a pico y espuela

Toño Salas respondió entonces con La misma cría para revalidar su herencia versística y su capacidad para componer:

No tiene porqué mandáme

A cogé música ajena

Con una memoria buena

No necesito de nadie

Soy el pollo responsable

Por algo se lo diría

Y en caso de simpatía

Para mí es lo más agradable

Y si la raza es por la madre

Tenemos la misma cría

Toño se midió así en las grandes lides de la piqueria, allí mostró su verso lancinante, su aguda capacidad de improvisación, el certero magisterio de la rima, su ocurrente chispa provinciana. Desde el mayúsculo reino de los grandes verseadores, sin echar sal en los espuelazos del pasado Toño pasó sus últimos años en fraterna ligazón con su hermano Emiliano, añorando esas grandes piquerias como si fueran ritos de una fe desgastada, blandiendo su verso osado cada vez que el desafío hurgaba su talante jaranero, siendo testigo de las gestas de sus 11 hijos, tres de ellos músicos: el rey vallenato Rafael, Darío y Antonio. Toño Salas el de epifánicas gestas, el pollo que supo medirse en la valla, el que supo pasar muchos “arroyitos” para bordear la grandeza de su hermano Mile Zuleta, el hito trascendente de una gran dinastía, el mejor entre todos los verseadores del vallenato se fue tras la estela del viejo Mile buscando la gloria celestial, pues aquí en la tierra ya la tiene en el corazón de quienes de sabe valorar el ingenio de la poesía popular.

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