MI COLUMNA

Por Mary Daza Orozco/El Pilón

Ser periodista es tener el alma enredada en las raíces del pueblo. Es saber que nunca te reconocerán como el orientador de la opinión pública, sino como la persona que sirve cuando se le necesita, cuando no, es el amarillista que busca notoriedad. Es comprender que lo que nos parece elemental puede ser vital para el pueblo. Esto último lo sentí, por primera vez, cuando un toque alarmante en la puerta de mi casa me despertó a las cinco de la mañana de un domingo. Presurosa mi madre, que insistía en que visitas o llamadas a esa hora eran para malas noticias, abrió la puerta y se encontró de cara con dos indígenas arhuacos. Con sus vestidos blancos, con sus manos aceleradas rascando sus poporos y sus miradas tristes, dijeron con voz grave:”Buscamos a periodista”. Mi madre les dijo que yo dormía porque era domingo. Insistentes contestaron: “Llamala, es urgente”. Salí a ver qué pasaba. Me miraron como si me necesitaran para salvarlos de algo. Dijeron: “Periodista, decí en radio que se nos perdió una mula color marrón, con mancha mofa, mofa en la frente”.

Mi madre rió mientras yo pensaba en: que si me despertaron en el único día en que podía dormir hasta tarde, que era el colmo llamarlo a uno por una mula perdida, en qué sería eso de mancha mofa, mofa, cuando les iba a decir que yo no trabajaba ese día, algo se iluminó en mi mente y caí en la cuenta de que eso, motivo de risa para mi mamá y para mí, era vital para ellos. Era su medio de transporte. Me fui con ellos a la emisora. Le pedí al locutor de turno que leyera varias veces el aviso de la pérdida de la mula. Cuando los indígenas lo escucharon rieron, estaban felices.

Nunca supe si recuperaron al animal, pero sí comencé a mirarlos con respeto y afecto hasta el punto de que unas de mis mejores crónicas fueron sobre sus vidas, su cosmogonía, sus tragedias. No se me olvida la de la muerte del Cabildo Gobernador Sebastián Zalabata, roído por la tuberculosis; y al año siguiente su sucesor Yarey Vita (Pastor Niño) también atacado por el mal que los consume.. El Espectador le daba primera página a estas noticias, salían a la luz pública esos seres, los dueños del amplio territorio Caribe que poco a poco fueron relegados al macizo montañoso de la Sierra Nevada de Santa Marta. Años después sus territorios serían escenario de violencia y de dolor.

Uno de los sucesos que recuerdo claramente fue la huelga que organizaron contra la diócesis de esta región. Acababa de morir el obispo de todos, Vicente Roy y Villalba y llegó a remplazarlo monseñor José Agustín Valbuena Jáuregui quien tuvo que enfrentar a los indígenas que pedían la devolución de todo lo construido por los sacerdotes que durante años los evangelizaron. Allá nos fuimos los periodistas, a Nabusímake, la que antes de la huelga tenía el nombre de San Sebastián de Rábago. Subimos terrenos sinuosos, tocando los dinteles gélidos de la Sierra Nevada, sin mirar al fondo atrayente de los grandes precipicios y llegamos al poblado centenario. Cubrimos el suceso que muchos recuerdan; los nativos quedaron allí, en la soledad que les gusta, esa misma que tratan de proteger contra las perturbaciones a su territorio. (De Periodismo de Provincia)

GAZAPITOS. Se leyó la semana pasada: “corta piza, por cortapisa”. Se pregunta el doctor Luis Augusto González: ¿Van a montar una pizería? Contesto: sí, así, sin la z doble.

Está haciendo carrera la expresión “han habido”; aunque lo que siga sea en plural siempre se dirá “ha habido”. Recordemos a Octavio Paz: “Aprende a conjugar y aprenderás a hablar”.

Lo último. De un titular sabatino: “Bancarización…”