Por: Manuel Palencia Caratt *
Especial para EL PILÓN.

El  siete  de agosto de 1819 es la verdadera fecha Histórica de nuestra patria, porque en ese día con decisión de vida o muerte un puñado de patriotas resuelto a vivir libre o morir con dignidad, enfrentó sus energías al enemigo común de España, esa España que con orgullo despótico, golpeaba el sentimiento de nuestros derechos legítimos desde hacía mucho tiempo.

Y fue en el pequeño puente de Boyacá, ese gran testigo histórico donde el alma americana, encendida de ideales patrióticos enarboló las justas pretensiones de independencia, la libertad republicana y la democracia de los derechos del hombre.
Y era que nuestros próceres el más o el menos se convencieron que la peor esclavitud del hombre es rendirle homenaje a su propio enemigo.

La patria estaba maltratada; la injusticia era una norma de derecho; la conciencia patriótica estaba amordazada y su pensamiento encarcelado. Esta situación desesperante alentó de heroísmo a nuestros paladines, primero en el Pantano de Vargas, un día 25 de julio, y luego en el Puente de Boyacá, donde la soberbia bautizada de patriotismo, reventó las cadenas de la opresión española.
La arrogancia del coronel Barreiro cayó vencida, y las campanas de la victoria sonaban jubilosas en el oído de la patria. Bolívar, magnánimo exponente de la libertad e ilustre forjador del porvenir americano, había encontrado el verdadero camino de la emancipación al lado de un Santander, aquel en cuyas venas corría el delirio de la justicia y la ley de la igualdad.

De Rondón, que trocó su alma en lanzas de coraje, en lanzas de triunfo; de José María Córdova que sólo le tenía miedo a la cobardía; de Saublette, de Anzoategui, Jaime Rook y de muchos más que fueron elocuentes caballeros del valor en esa gran jornada libertadora de 1819. Vale aquí apuntar con sentido histórico, que los hombres no pueden vivir oprimidos, porque algún día revientan su opresión.

Mas España creyó que un pueblo sometido, silenciado y herido, era la mejor partida para mantenerse en el gobierno, y no tuvo en cuenta – o no lo sabía-, que las sociedades evolucionan por una ley inexorable de buscar mejores rutas o mejores esperanzas. Y también los hombres se agigantan cuando están iluminados por un ideal noble en que el corazón palpita de romanticismo moral y justiciero.

Por todo ello, desafían el dolor y pierden el temor de la muerte, para encontrar las fronteras de la libertad con todos sus elementos: políticos, económicos, cultural, religioso y social. Eh, ahí, la grandeza de Bolívar, que acompañado de la fiel energía de nuestros grandes próceres, prestó con sagrada devoción, darle vida libre a nuestra patria con la escritura de la independencia que nos legó y que ahora tenemos.
Ojalá todo esto nos sirva para llevar en nuestros espíritus una valiosa gratitud sin límites, en honor de aquellos hombres que en un delirante soñar libertario, lo dieron todo por el bien común.

Miembro de Número de la Academia de Historia del Cesar