Después de ser violada por tres sujetos, en pleno aborto Catalina fue detenida y conducida a la cárcel El Buen Pastor. Allí vivió su segundo infierno. Esta es su historia.

Por www.kienyke.com

El sonido es nítido, el corazón palpita aceleradamente, la mano enguantada del médico empuña una especie de «mouse» lubricado en gel, que recorre la piel sobre la panza de la joven que tiembla mientras observan una pantalla de formas grises en la que se ve un punto oscilante que se agranda y achica al compás de los rápidos latidos. Ambos entienden: Es la vida que empieza… La muchacha cree sonreír, forzando una mueca nerviosa. Quiere correr, pero soporta el examen recostada en la camilla, con los ojos anegados. El galeno, curtido en la ambigüedad emocional de sus pacientes, la mira condescendiente. Pero no se enternece…

-Siete semanas. ¡Está a tiempo! ¿O lo quiere tener?

El médico contiene la respiración; ella se rompe, solloza aferrándose a la bata del hombre endurecido que ve los dedos clavados en su ropa y apenas atina a posar la mano desocupada sobre los rizos rubios, meneando la cabeza torpemente.

-Tiene que ser fuerte. ¿Está sola?

-Si…pues, no. Estoy con una amiga…

El no soporta más. Antes de abandonar el pequeño recinto, sentencia:

-Si está sola, esta parte va a ser la más fácil. Necesita la cédula, un acompañante mayor que firme y los 350 mil pesos… Hable con la enfermera-. Y se marcha.

Catalina tiene 19 años, llegó a Bogotá de 17 al terminar bachillerato. En su Pácora natal jamás imaginó que se volvería citadina y andaría de su cuenta en una urbe de ocho millones de almas, conocería gente en centros comerciales, calles y tabernas de estudiantes. Su papá no quería que estudiara en Bogotá, pero su mamá sí. Las buenas notas en las pruebas de estado animaron a su madre a pedirle a una hermana que la alojara en la capital. Cuando pasó en la Nacional todo fue dicha, Contadora de la Nacional. Que orgullo. Pero a esta hora, Catalina no está en clase aunque sean las 10 de la mañana de un martes. Sino sola en el mundo, embarazada sin saber de quién, ni saber a quién llorarle, solo piensa en morirse.

Un mes y medio antes la invitaron a una finca, ella nunca había tomado, y con los tragos vino una desnudez que no quería y sintió cuerpos que la invadieron bruscamente, dolorosamente, sin permiso. Fue violada por tres de los cuatro que viajaron con ella en el bus… Al que conocía, también lo emborracharon. Debían de ser las dos de la mañana cuando se aburrieron de ella. Como pudo escapó caminando hasta una vereda en la que una señora y su hija la socorrieron… La siguiente semana no pudo ir a clases, pasaron los días y las primeras náuseas y mareos la llenaron de terror; por eso, apenas recogió el giro del mes, le contó a Lorena, una paisana tres años mayor que ella, quien ahora la está acompañando en la «clínica de abortos».

Imposible sentirse más sola. ¡Un bebé! Dios. ¿Donde está Dios? ¿Por qué ella? El mundo súbitamente se le desparrama encima. Nada importa, pero siente terror a la reacción de sus padres. ¿Cómo decirles? ¿Cuál de los tres infames será el padre de esa vida que crece en su cuerpo? ¿Cómo será esa bebé? ¿O será un él? No… su papá se moriría. Siente asco, está preñada de un canalla. De tres. ¿Puede ser de los tres? No sabe… ¿Cómo amar al hijo de un demonio? ¿Podría quererlo? ¿Lo repudiaría? Sinceramente, quiere morirse…

-No soy capaz de tener un hijo de esos malditos perros… Lo que quiero es morirme… Le dice a Lorena.

La enfermera se acerca y les pregunta si el procedimiento será hoy.

-Si tienen el dinero, el doctor puede atenderla en media hora-.

-Si. Es mejor… De una vez-. Exclama Lorena. Ella asiente.

La silla esta helada, yace casi desnuda sobre su espalda con una batica delgada que no se cierra por detrás ni huele a limpio. Abre las piernas llena de vergüenza ante el médico que parece estar ofuscado; encienden una maquina que emite un zumbido como de dentistería, y un cilindro delgado, frío y liso va entrando. Eso chupa, se mueve, está en su barriga, abajo, siente ganas de orinar, le duele un poco, succiona y de pronto un dolor hondo, agudo, que jamás había sentido, la atraviesa por el centro. El rayazo la paraliza y le hace morderse los labios. -Me están arrancando las entrañas-. Piensa. De reojo, ve surcar por la sonda transparente lo que le sale de adentro. La garganta esta rígida, le duele la espalda, quiere correr, pararse, irse… Pero ya está…No hay vuelta atrás.. El dolor es también un ardor insoportable. Una sensación de pérdida y confusión la arroja a un abismo de amargura… No puede parar de llorar.

Está adormecida, mareada, muy adolorida, pero oye voces altas, ruidos, y de pronto unos hombres vestidos de negro entran junto a tres policías que llevan armas desenfundadas…

-¡Están detenidos!-gritan los hombres de la Fiscalía. El drama apenas comienza.

Catalina fue condenada a 30 meses. Estuvo un año prisión. Nunca podrá tener hijos; la infección hizo un daño irreversible, nadie alcanzo a recetarle antibióticos. Sus padres no le hablan. La botaron de su casa, y en el Buen Pastor vivió un segundo infierno. Su vida cambió dramáticamente. Ella no sabía que abortar era un homicidio. Ahora es otro ser humano, diferente, peor. Llena de odio…

El aborto, como la drogadicción, es un tema de salud pública y conciencia individual. En Colombia más de 300.000 mujeres abortan clandestinamente cada año. Aunque el 98,6% de las mujeres del mundo habitan países donde es legal abortar, aquí, la segunda causa de mortalidad materna es el aborto ilegal. Miles de mujeres pierden su capacidad reproductiva; 24% de los embarazos terminan en abortos, 26% en nacimientos no deseados. Una de cada cuatro mujeres alguna vez abortó. Más de cien mil niños llegan cada año a las calles por embarazos no deseados. Suceden centenas de suicidios asociados a casos de violaciones y embarazos. Hay muchas Catalinas cada día.

Entretanto, nuevos inquisidores y algunos retrógradas del partido Conservador creen correcto penalizar el aborto para que las mujeres, aparte de sufrir el desgarramiento de su alma y tener que vivir laceradas desde su conciencia; además de derrotar su instinto maternal yllorar para siempre la pérdida insuperable de algo tan ligado a su esencia, además de resistir tal calvario… paguen cárcel. ¿Acaso una mujer tiene que ser castigada por el crimen de decidir si su cuerpo debe o no a dar vida, sin importar cómo y quién haya embargado su vientre? No. No puede ser justo.

Criminalizar a una mujer cuando decide interrumpir su embarazo, tras haber sido vejada, atropellada, humillada y abusada, es condenarla dos veces. Y en cierta forma, es volver a violarla.