Por Alonso Sánchez Baute*

Todo lo que he leído sobre el pasado Festival Vallenato habla bellezas de esta fiesta, quizá porque todo se ha escrito desde el corazón, con alegría o nostalgia. De modo que otra vez haré el papel del aguafiestas, pero no porque no soy, como la mayoría de mis paisanos, adicto al vallenato sino porque quiero mucho a Valledupar y me preocupa que al final del festival las crónicas quejumbrosas de sus mismos enamorados hablan de desorden y suciedad.

Esta columna no va sobre la fiesta como tal, cuya organización está en manos privadas. Busca mejorar el desempeño de la administración pública gerenciando los futuros festivales, lo cual debe importarnos a todos los vallenatos por igual. Conservo altas mis expectativas en el actual alcalde, pero le urge a Socarrás enfrentar temas como limpieza, movilidad y cultura ciudadana durante esta fiesta para no seguir el ejemplo de quienes ya pasaron por su cargo.

Estos son los puntos sobre lo que más hay quejas: que los trancones eran de no acabar; que en todos los rincones olía a orines secos o a manteca hirviendo, esto último por exceso y desorden de vendedores ambulantes; que los taxistas abusaron con tarifas que iban entre los quince y los veinte mil pesos, cuando en tiempos normales cobran 4 mil; pero, sobre todo, que la mugre en las calles –papeles, botellas de licor y latas vacías- sumaba cerros enteros que parecían doña Juana en Bogotá.

He amanecido un par de veces en Río de Janeiro luego del Reveillon, que no es más que el Año Nuevo. Dos millones de personas rumbean esa noche en Copacabana. A las cinco de la mañana termina el rumbononón, y a las seis en punto no hay ni una colilla de cigarrillo en la vasta playa. En una hora, miles de personas dejan ese lugar como la cocina más reluciente. Lo hacen por respeto con el turista pero también por amor propio, pues –salvo a Shreck- a nadie le gusta vivir entre la inmundicia. Se trata de una labor conjunta entre la empresa de aseo y, quizás, los bomberos que no se está llevando a cabo correctamente en nuestra ciudad.

Quizás por el deseo de disfrutar la fiesta nos olvidamos pronto del orden de la casa. Pero el buen anfitrión no se olvida de su casa por más buena que esté la fiesta. En el Valle, los dueños de casa se preocupan más por la fiesta que por la casa. Eso es grave, y más sabiendo que el festival sigue creciendo: se dice que el de este año ha sido el mayor de su historia; que “hasta volvieron los políticos”, presumen algunos vallenatos –los más lambones- como si se tratara de una gran cosa. Embúa! (A propósito: que Clara López haya estado en el festival es la prueba reina de que aspira a la presidencia).

El caso es que urge gerenciar la organización de la ciudad durante su festival. Siendo una fiesta para medio millón de personas, no es labor para adelantar de la noche a la mañana. En la necesaria reforma administrativa que requiere la alcaldía debe contemplarse la creación de la Secretaría de Cultura y Turismo. No es posible que una ciudad que vive de su música y su folclor no tenga un ente que regule y organice su evento turístico más importante.

PD: El machismo está mandado a recoger. La violencia doméstica, en cualquiera de sus formas, debe ser desterrada de nuestras costumbres, así como nuestra dirigencia –política, social o económica- no puede seguir involucrada en temas en los que debe ser ejemplo. El primer interesado en que se aclaren los hechos en que se ha visto involucrado por un supuesto incidente de maltrato intrafamiliar debe ser el mismo Pepe Yamín. La confusión en torno a esto le hace daño a él, al Concejo de Valledupar y, sobre todo, a la sociedad cesarense.

*Por Alonso Sánchez Baute
sanchezbaute@hotmail.com