Giomar  Lucía Guerra Bonilla

En Colombia, por fortuna, contamos con un sinnúmero de expresiones culturales que nos hablan de la diversidad de costumbres y tendencias, en ese mosaico ostensible de riquezas que es nuestro país. Reservamos hoy este espacio a contenidos que desnudan hechos cotidianos, primarios, referentes a actividades relacionadas con el maíz, producto ligado a la época prehispánica en el amplio corredor latinoamericano. Nos dan certeza de esto, vestigios encontrados por investigadores de la dieta alimentaria de las culturas agrícolas aldeanas precolombinas.

“Los antiguos habitantes de rio Cesar dejaron rastros abundantes de piedras y manos de moler, así con de grandes platos discoidales para tostar, que indican un sistema agrícola basado principalmente en el cultivo de maíz… (Ana Ma. Groot. Región arqueológica Costa Atlántica)” por la época en mención la culinaria de los nativos usaba los sistemas universales de cocción, hervir, sancochar y asar que complementaban con  la técnica de conservación del ahumado. Afirma enla Florestael alférez Nicolás deLa Rosa“el maíz rinde con exceso…” La cocina costeña cuenta con variados manjares que tienen como base el maíz, que orgullosamente se pasean por una increíble diversidad de alimentos apreciados por su exquisita suculencia.

Por eso es justo rendirle un merecido homenaje a uno de los platos tradicionales en nuestro país: La arepa*. Del maíz obtenemos variedad de ricuras culinarias. Según la región la hay de todos los tamaños, estilos, sabores, saladas, simples. Solo de maíz, de maíz blanco, de maíz tierno, asadas al carbón, horneadas.

La mujer, como preservadora y transmisora de cultura, la han relacionado desde la época prehistórica en el primitivismo artístico europeo representándola en hermosas estatuillas que simbolizan ritos mágico-religiosos referidos a la fecundidad de la tierra. Lo mismo sucedió en varias culturas precolombinas. En la historia y cosmovisión de ésta y en especial la maya existen varias deidades femeninas vinculadas a la naturaleza, a la agricultura y en particular al cultivo del maíz. Según ellos es la mujer quien cuida la semilla del maíz, es quién garantiza su reproducción y conservación. Los mayas se autodenominan “Los hombres del maíz” y entre ellos existe el convencimiento que fue en esa parte del mundo donde nació.

Pero la mujer no permanece solo en el plano de deidad, sino que heredó y aun hoy están vigentes los oficios de cocinar, cernir, pelar, moler, pilar, envolver en hojas y pilando… pilando… llegamos a la época contemporánea con una acción que perdura en muchas regiones, trocada de la labor culinaria al folclor musical, caso de la danza de ‘El Pilón’.

Natalia y Valeria Quintero Hinojosa, Piloneritas

Cuando en la región las mujeres despertaban con el lucero del amanecer “el molendero”, y el canto de los gallos y el trinar de los pájaros. Sacaban agua de la tinaja, la vertían en el agumanil y la rociaban en sus rostros para despabilarse, iban al patio a iniciar las labores. Conversando, contando historias y cuentos, susurrando canciones, sonidos guturales, y los últimos chismes del pueblo difundidos por radio bemba. Organizadas de manera espontanea, cn las manos del pilón y el maíz, comenzaban a pilar con movimientos rítmicos de las caderas y el torso, costumbre de la cual derivó  una de las danzas representativas de la ciudad “el pilón,” uno de los principales eventos del Festival de la leyenda vallenata, sobre cuyo origen existe abundante información.

Valledupar cuenta con una tradición de familias dedicadas a la tarea de hacer  arepas y diversidad de viandas derivadas del maíz, que durante años nos han deleitado en el desayuno, la merienda, la cena. Mencionamos a la fallecida Señora Aminta Monsalvo de         Felizzola. Ella y algunos de sus hijos, por más de 80 años han perseverado en este quehacer, en el sitio en otra época denominado Súper Nocturno (calle 16 con carrera 7), conocido ahora  como ‘Arepa Vallenata’ cuyo consumo se ha extendido más allá de los limites nacionales.

 Es Dolores Martínez  esposa de uno de sus hijos, quien continúa cultivando este quehacer. Aminta Felizzola Martínez, nieta, nos dice que su mama “le cogió a su abuela los truquitos del sabor, la textura de la arepa, el arroz de pollo, el guiso de chivo y así de todas las comidas que ella preparaba…” Pero…además de las arepas, usted también puede conseguir un buen libro en la librería Papiros, propiedad de Mary Felizzola Monsalvo.

En este paseo no podemos dejar por fuera el merendero ‘El Hueco’ (Avenida Hurtado). Hace honor a su nombre. Allí tan pronto entra ve brotar las llamas, los carbones encendidos, el crepitar de la leña, rindiéndole culto a la diosa arepa.

Esto es candela viva, en medio de frondosos árboles del patio poblado de árboles que lo hacen acogedor. Encuentra además los fritos tradicionales. Los clientes entran como Pedro por su casa. Sirviéndose lo que más les gusta, sin más, ni mas. Ellas, el clan familiar, Edith (‘La Endinde’), Luisa (‘Hicha’), ‘Lule’, ‘La Ñego’, ‘La Yuya’, atentas y sonrientes nunca se confunden, saben cuánto ha consumido cada uno.

 Originaria de la exótico Guajira, la señora Edith Chassaine ha dedicado su vida a este oficio con su familia. “Aquí seguimos haciendo las arepas de maíz pilado, cocido, molido y amasado con queso criollo, asadas en el anafe con carbón de leña de brasil”.

Son muchos los sitios donde puede degustar una buena arepa. Es una muestra de la economía informal. En la esquina de las casas, en los garajes, patios, callejones, andenes en carritos, como microempresa (caso de la señora Aury Guette y sus hijos que hacen los bollitos cocidos, envueltos en la propia hoja de la mazorca, venden la masa por kilo y de ñapa el agua de maíz) y en negocios recientes y con mayor inversión económica.

Al visitar a Cartagena sus anfitriones lo llevan de paseo vía carreteraLa Cordialidadhacia Luruaco, a degustar la arepa de huevo (‘arepaehuevo’) típica de la región, a quien el poeta Daniel Lemaitre le dedicó unos versos. Es admirable la pericia de las mujeres de estas fritangas para introducirle el contenido del huevo crudo.

 Y los pueblos ribereños rinden honor a las pilanderas con la famosa canción del maestro José Benito Barros, ‘La Pilandera’. “…que vengan de Santa Marta que vengar para baila/ al son de las pilanderas de mi tierra tropical/ Ay pilá, pilá, pilandera que viene de la noche buena/ díganle a las pilanderas que traigan maíz y panela para hacer la chicha buena/ y vayan por el pilón donde el Compae Pantaleón…”

Carmen de Bolívar no podía  quedarse atrás. Luis Eduardo ‘Lucho’ Bermúdez nos obsequia su composición ‘Arepa de pilón’, que dice/ ya tengo mi caserón/ con guámbito y mujer/ y todos quieren comer/ arepa de pilón/ arepa de pilón…