El viento fresco entró como un chorro por la ventana. Ella se puso de pie. Miró la hora: era de madrugada. Cuando se ponía a recordar, todo desaparecía a su alrededor. Frotó la nuca adolorida, cerró la ventana y se fue a su cama. Se había quedado en su rincón-estudio evocando su pasado. Dormía pocas horas. Se levantaba a las cinco de la mañana. Tomaba en la cocina un café caliente y salía a caminar una hora, se bañaba y se sentaba ante el computador o en el sillón del rincón donde había instalado su puesto de trabajo, a leer una y otra vez el libro que estaba escribiendo. Hacía un alto para desayunar frutas y café suave negro, con crema. El café era un lazo que la unía con sus recuerdos, con sus sueños imposibles, lazo que no iba a romper nunca.
Ahora, antes de poner la música que le gustaba, según su estado de ánimo, y comenzar su jornada de escritura, escuchó un poco las noticias, ¡siempre las mismas!, los actos violentos inacabables en el país de sus amores, una le llamó la atención: una joven atacada con ácido en el rostro, desde la cama de un hospital, entre dolores y miedos, decía que perdonaba a su agresor. A ella le pareció imposible y pensó que eso no lo creía nadie, hasta llegó a parecerle que esa mujer sólo quería aparentar delante del país una nobleza inmensa o seguía el formato ya establecido en una nación en donde el perdón se ha devaluado.
Ella fue consciente de que en el país se acostumbraron a hablar de perdón y olvido y por eso estaba ahogado en la impunidad, en lugar de repudiar, de protestar, de condenar, corren a perdonar. Habló para sí: “Yo no sirvo para eso. No creo que el olvido sea inherente al perdón, porque tendríamos que borrar el pasado y hay actuaciones que si bien logran perdonarse, no se deben dejar sin castigo. Se perdona cuando ya se ha calmado el dolor. ¿Cuánto tiempo pasó para que el Papa Juan Pablo II fuera a perdonar a Alí Agca, luego del atentado?”
Y siguió con su soliloquio: otra cosa es recordar sin dolor. ¡Esa es la clave para lograr el verdadero perdón!, no en olvidar, sí en recordar sin ira, sin odio. El Papa perdonó a su agresor, pero ¿olvidaría el momento en que vio la fiereza en los ojos del atacante y el terrible instante de la confusión? No lo creo. Quizás hasta sufrió de pesadillas. Y los secuestrados en nuestro país, esos que aguantaron y aguantan años cautivos, ¿pueden, al lograr la libertad, olvidar el largo sometimiento? No. Recordarán sin dureza de espíritu, pero sí con dolor y hasta con una lágrima que de vez en cuando se descuelgue por sus mejillas.
De pronto apagó la tele, pero siguió con el tema rondándole en la cabeza y anotó en una libreta: ‘Cuando se logra aplacar la rabia, el dolor, las ansias de castigo para quien ha hecho el mal, ya se comienza a perdonar y a recordar con las emociones aplacadas. Acepta que hubo algo que no estuvo bien, pero que lo tenía que vivir para que hiciera parte de la historia personal.’
Ella, siempre ha tenido problemas con el perdón, no es dura y perdona, pero antes desmenuza sus sentimientos. Ella cree en la palabra sagrada: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”, pero se alza de hombros y comenta: ‘al fin y al cabo el que la dijo fue Dios.’
Ella, la de los desvelos infinitos; ella, la de los sueños rotos; ella, la que cree en el amor de la amistad; ella, la incomprendida; ella, la que ama la vida aunque pase momentos de aburrimiento; ella, la que gusta de los abrazos profundos; ella la sensible, la que llora en silencio cuando alguien a quien quiere se muestra duro e indiferente; ella, la que aguanta los rechazos y desprecios; ella, la que sabe retirarse cuando una amistad comienza a desgastarse; ella, la vanidosa; ella, la humilde y altiva, mezcla innata; ella, la que no siente rencor, ni odio por nadie, no ha podido desentrañar el misterio del perdón con olvido, solo el perdón, sí, el perdón solo.
*Mary Daza Orozco|MI COLUMNA|El Pilón

