
Por Giomar Lucía Guerra Bonilla
“Esta noche es nochebuena/ vamos al monte, hermanito, / a cortar un arbolito/ porque la noche es serena. / Los reyes y los pastores/ cantan siguiendo una estrella. / Le cantan a Jesús Niño/ hijo de la Virgen bella” (José Benito Barros)
Por su orfandad desde muy niño se vio obligado, a vivir calle arriba y calle abajo haciendo travesuras. Para proveer algunas necesidades como la invitación a la novia a cine y aportar algo al sostenimiento de su familia, conforma con su hermano una sociedad de emboladores, que duro hasta cuando llegó un parroquiano con unos zapatos combinados blanco y negro. José Barros sin darse cuenta por estar discutiendo, sacó la tintilla negra y con ella untó la parte blanca del zapato, el cliente entro en cólera, en medio de su inconformidad lo insultó.
Huyó atemorizado tuvo que abandonar este oficio. El juego y el trabajo marcaron los primeros años de su vida. Heredó la vena musical de su tío Roberto Palomino, que cantaba muy bonito y tocaba muy bien el tiple. Siendo niño comenzó agudizar su oído cuando escuchaba las melodías que éste interpretaba de los mejores compositores de la época: Agustín Lara y los más famosos tangos de Carlos Gardel. Con sus amigos de “La Barra”, organizó conjuntos musicales, imitando varios instrumentos. A medianoche salían a entonar serenatas a sus novias y por encargo.
La afición por la música y el canto fue creciendo. Forma parte de un círculo selecto de jóvenes amantes de la literatura y la buena poesía para estudiar a: García Lorca, Pablo Neruda, Porfirio Barca Jacob, Julio Flórez, entre otros. Dice. “Neruda y todos vivían siempre en mi pensamiento, los leía mucho, entonces yo empecé con una facilidad a hacer versos, porque desde esa edad comencé a componer canciones con una rima muy perfecta”. Con la guitarra en la mano, canciones en su mente y el espíritu aventurero, inicia el peregrinaje por el mundo. No contaba aun con libreta militar. Viajó a Santa Marta e ingresa a presta el servicio militar obligatorio. Aún allí buscaba el espacio para la música. Según sus biógrafos, aprendió a tocar guitarra con el soldado Jaime Gutiérrez y las noches las aprovechaba para componer boleros.
En 1934 decide, embarcarse como polizón en el barco Medellín, no logró llegar a su destino, en el puesto de Barrancabermeja lo bajaron. Allí trabajó en Tropical Oíl Company, donde se relacionó con músicos y formó parte de grupos que tocaban en los bares. De ahí partió a Segovia (Antioquia), ilusionado por las minas de oro, donde desempeñó trabajos forzados. El socavón de las minas oscurecía su calidad de compositor. Aquí permaneció un año.
Viaja a Medellín a donde llego sin un peso en el bolsillo. Una guitarra rasgada a tiempo con el verso preciso daría para vivir. Grandes repercusiones en su vida artística tuvo la corta permanencia en esta ciudad. Vivió penurias. Las canciones y su guitarra lo acercaban por las noches al mundo de arrabal, de celos, traiciones, puñaladas. Compuso entonces muchos tangos. Sus amigos insisten para que se presente en La Voz del Triunfo. Lo animan para que participe en un concurso de canción inédita en la Voz de Antioquia y gano con la canción “El Minero”.
Mientras tanto en su tierra natal se comentaba que había muerto y le celebraron hasta la misa de nueve noches. Reside en Bogotá en la década de 1950. En la capital constató que la música costeña estaba entrando con fuerza al interior del país; por esos días compuso su célebre “Gallo Tuerto.” Alcanzó gran prestigio.. Viaja a Panamá, México y Argentina. Las influencias de la música de estos países lo llevan a componer rancheras y tangos.
Después de tanto sufrir sus sueños se cumplen. En la cotidianidad de la música colombiana, está al lado de personajes como Luis Uribe, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, entre muchos otros y es considerado uno de los más prolíficos compositores, dueños de los más variados géneros musicales.
