Fernando Dangond Castro

Para quienes vivimos en el exterior, volver a nuestro querido país es siempre una experiencia altamente anhelada y esperada. En nuestro terruño están nuestros seres queridos, el entorno social que nos vió crecer, los paisajes de colores fulgurantes, el rumor de los ríos, el saludo y abrazo afectuoso de los amigos, nuestra comida y música autóctonas, y las esquinas que nos traen recuerdos de infancia o de viejos amores.

Sin embargo, existe un poquito de idealización del terruño, un afán de detener en el tiempo los recuerdos, bajo los cuales se desliza una sensación de que parte de lo que anhelamos ya no es realidad sino recuerdo entrañable, y entonces nos vemos obligados a quitarnos ese lente bajo el cual todo se ve perfecto e inmaculado.

Venir a Colombia desde un país desarrollado nos obliga a ser mas realistas, y tal vez sin quererlo, a hacer comparaciones, a veces odiosas. La informalidad en los compromisos, el desapego por seguir las normas de tránsito, la violencia verbal, el clasismo, el racismo, el basurero en las calles, los edificios del gobierno desvencijados, las escuelas que están que se caen, y los hospitales sin rumbo, son apenas algunas de las observaciones que nos obligan a tomarnos una dosis casi tóxica de realismo.

Y éste no es propiamente realismo mágico. Los hospitales de Colombia dan vergüenza, o mejor dicho, les debería dar vergüenza a los políticos. Pienso que los centros de salud y hospitales y los servicios que prestan son el verdadero termómetro que mide el desarrollo de un país. Yo salí de Colombia hace 24 años, y cada vez que ingreso a un hospital público aquí me da la sensación que estoy en un hospital improvisado de un campamento de soldados de la Segunda Guerra mundial. Los pacientes tendidos en los pisos o en unas lúgubres camillas, todos en el mismo cuartucho, en un hacinamiento deprimente y vergonzoso. Los pacientes que deberían estar, debido a su grave estado, conectados a un ventilador en una unidad de cuidados intensivos, aparecen abandonados en los pasillos a merced de Dios “porque no hay camas en la unidad”. En realidad, están a merced de unos “hospitales” abierta y descaradamente inhóspitos.

Es ciertamente el país del Sagrado Corazón. Por eso digo que a veces, con quitarnos el lente de la idealización, nos encontramos que, aparte de atisbar algunos centrillos comerciales y fachadas de edificios cristalinos,  vemos que nuestros pueblos siguen sumidos en el mismo atraso de hace 24 años. Las caras van cambiando, las canas van llegando, otros van (de pura vaina) naciendo, pero la radiografía sigue confirmando el mismo diagnóstico del atraso social. Para que Colombia progrese, tenemos que formar grupos cívicos que amen a sus pueblos y ciudades y luchen por exponer la corrupción de la clase dirigente y el robo descarado de la platica que debería estar destinada a salvar a los recién nacidos en esos mal llamados hospitales. Algún día, Colombia llegará a tener  una clase política más preocupada por la comunidad que deben representar, que por hacer sus viajecitos con viáticos exhuberantes a Disney World. Ese día nos podremos quitar el lente embellecedor que actualmente usamos para negar la triste realidad del país y finalmente enorgullecernos de que aquí sí hay futuro para las nuevas generaciones de compatriotas.

Email fernando.dangond@eltermometro.co

(Tomado de ELTERMOMETRO.CO)