Las disqueras fueron un elemento importantes en la difusión de la música vallenata y que verdaderamente le dieron solidez al Festival Vallenato, para que siguiera en su labor promotora de nuestro folclor, ya que uno de los principios por lo que este evento fue creado precisamente fue ese: la masificación de la música del Valle del Cacique Upar.
Fue con el primer Festival Vallenato cuando la industria fonográfica de nuestro país se interesó por la música vallenata, rica en melodía e historias, pero pobre en promoción, hasta ese momento 1968, así fuera regional, no había ningún interés de las disqueras por nuestros iletrados músicos campesinos.
Verdaderamente, era una Odisea que un músico vallenato tuviera la oportunidad de llegar a un estudio de grabación, distantes en esa época de la región de donde eran, en su mayoría oriundos, nuestros juglares ,algunos incluso murieron sin conocer uno, como Morales o “Chico” Bolaños, entre otros.
Los que tenían estas aspiraciones de dejar plasmados su talento en acetatos, tenían que recorrer largas distancias, expuestos a sol y agua, por caminos de herradura de aldea en aldea, ganándose el sustento y transporte amenizando parrandas y eventos de toda clase que encontrasen en su camino, llegaban exhaustos y ansiosos, hasta Barranquilla o Cartagena, que era los sitios más cercanos donde existía un estudio de grabación, casi siempre la respuesta era negativa, por lo que tenían que rebuscarse algunos pesos adicionales a los de su alimentación y hospedaje, para poder sufragar el valor de la grabación de los discos que querían grabar, para después salir a hacerlos sonar en las escasas radiolas “Crown” que existían en las poblaciones que visitaban, para después proceder a vender los discos de 78 rpm, a los pocos seguidores de este tipo de música.
A las disqueras ya no había que ir a buscarlas a sus madrigueras, ellos llegaron dóciles a Valledupar en 1968, atraídos, por la magia de la música vallenata, buscando talentos, inéditos para el resto de Colombia, pero entre nosotros si conocíamos de sus destrezas en el arte, fue así como sedujimos al resto de la nación y el mundo, con la música campesina, que pronto se vestiría de gala.
La década de los setenta, fue prácticamente la era de El Dorado de la música vallenata, surgieron en cantidades, figuras en todos los campos del folclor; cantantes, acordeoneros, compositores, promovidos por la avidez comercial de los disqueros que encontraron un mercado virgen, esperando ; poco a poco fue penetrando en regiones insospechadas para los cálculos más optimistas.
La disquera CBS con sede Bogotá, estaba a punto de irse con sus bártulos para Venezuela, por su inminente quiebra comercial ya que los artistas que tenía en ese momento, Claudia, José Alfredo Jiménez, Javier Solís y otros, no eran rentables, y es oxigenada esta empresa, cuando llega la música vallenata y se convierte en una de las sedes de esta multinacional, más próspera del continente.
A raíz del hechizo con que la música vallenata arropó al mundo, con sus crónicas y narraciones y el consumo de millonarias copias de discos vendidos, con cuentas económicas pocas claras para los artista vallenatos, de parte de los disqueros, estos más sedientos de aumentar sus estrafalarias ganancias, a costa del folclor, le cambian el sentido a la música vallenata con historias truculentas, ajenas al folclor, pero de muy buena aceptación en el mercado cachaco, inclusive le quitan la identidad y originalidad a los músicos vallenatos, poniéndolos a imitar a los artistas vallenatos de moda, en la composición , el canto y la ejecución del acordeón.

