COLOMBIAColombia y su realidad indígena están presentes en la 63 edición de la Berlinale con el documental «La eterna noche de las doce lunas», de Priscila Padilla, que con su cámara inmortalizó una antigua tradición de la comunidad wayuu.

El filme acompaña a la joven protagonista, Pili, en su camino hacia la vida adulta a través de su encierro -a partir de la llegada de su primera menstruación-, aislada en una cabaña durante doce meses, en los que se prepara para su papel como mujer.

Para ello, explicó hoy Padilla tras una de las proyecciones de su ópera prima en la sección Generation de la Berlinale, tuvo que realizar un proceso de investigación de unos tres años.

Durante todo este tiempo recorrió todo el departamento colombiano de la Guajira, en el norte del país, en el mar Caribe, hasta dar con una ranchería -como se denomina la pequeña comunidad que conforman los parientes cercanos de un clan- y unos personajes que permitieran contar este ritual del encierro.

Cuando conoció a Pili y su ranchería, comenzó a mostrarle a la comunidad su trabajo como documentalista, principalmente «historias de mujeres contadas por mujeres».

A partir de ahí comenzó el proceso de hacerse amiga de ellos, convivir con ellos y todo lo que ello implica, como traer agua y leña, cocinar con las mujeres, «para poder entablar una relación».

Uno de los primeros retos de Padilla fue aprender el wayuunaiki, que no habla perfecto, pero sí entiende, porque «en la medida en que aprendía la lengua de ellos, podía entender mejor su cultura».

Durante los primeros tres meses, «la etapa más sagrada de este ritual» en la que nadie extraño debía ver a Pili, la realizadora optó, por respeto, por no entrar en el lugar del encierro, a pesar de contar con el permiso de la abuela, pues había convivido con los miembros de la ranchería durante cinco años.

En estos primeros tres meses, las «partes más sagradas» de este ritual fueron tomadas por una de las niñas de la comunidad, mientras el equipo de Padilla ideó «toda una parafernalia» para colocar el micrófono y una cámara obturada en el exterior de la cabaña.

Para la documentalista, lo más complicado fue encontrar una ranchería con mujeres que aún practiquen este ritual, pues se está perdiendo y ya «no todas las niñas wayuu pasan por el encierro», por lo que ese fue el reto de la película.

Hoy en día las niñas, también las wayuu, «están invadidas por la cultura occidental y hay niñas que ya no se quieren encerrar».

«La ranchería de Pili tiene una tradición de 200 años de encierro. La bisabuela fue encerrada, la abuela fue encerrada y por lo tanto las hijas de esa ranchería todas van a seguir practicando este ritual», explicó.

Por otra parte, este documental ha servido para que el encierro no suponga un parón en los estudios de las menores, y como se puede ver en el filme, ahora durante la reclusión siguen tomando clases.

Tras su encierro, las niñas se convierten en mujeres muy valiosas a ojos de sus posibles pretendientes y las hace merecedoras de una elevada dote para sus familias.

«Los wayuu se están replanteando esto. Son los hombres los que deciden si se le da la dote por la niña, pero no son las mujeres», aunque en el caso de Pili sí que fue su abuela la que decidió, tras recibir una oferta por su nieta, que la menor debía madurar todavía, seguir estudiando y hacer con su vida lo que considerara mejor.

En todo caso, también esta tradición se está perdiendo y se puede decir que prácticamente ya no existe, pues los wayuu «ya están de acuerdo en que la niña debe decidir una vez crezca, una vez estudie, con quien se quiere casar».

La wayuu es una cultura matrilineal, que no matriarcal, puntualiza Padilla, pues la mujer es «la que da el clan», es decir, «un hijo o una hija de mujer wayuu es wayuu», pero «no son ellas las que toman las decisiones más importantes».

Según la documentalista, «los wayuu toman de Occidente lo que les conviene, pero siguen manteniendo su tradición».

«Ellos saben qué deben tomar de Occidente para seguir prevaleciendo y de hecho prevalecieron más de 200 años», subrayó.

Por su parte, Pili, que ha salido por primera vez de su comunidad, dijo estar «contenta» y «muy orgullosa» de estar en Berlín con su película, y confirmó que también ella quiere acabar el bachillerato y estudiar, quizás para doctora.

«No sentí nada, la cámara no hace nada, no le come a uno, no es un tigre. Nosotros (los wayuu) no tenemos miedo a la cámara, ni las corrientes, ni nada», aseguró la protagonista del filme, que por su valentía se llevó una gran y merecida ovación del público. EFE

Elena Garuz Para EFE