Por: El Pilón. Nadie se hace solo, siempre hay alguien que lo orienta y lo protege. Una semilla que cae no germina por si sola, tiene que encontrar una morada propicia para su crecimiento. Nada se da por generación espontánea. Los hijos son lo que sus padres por genética le transfirieron o por el apoyo que ellos o alguien les brinda para desarrollar sus aptitudes.
Ovidio Granados Melo, el gran maestro en la ejecución y arreglista de los acordeones alcanzó esa categoría en el mundo musical del vallenato, porque heredó los genes de tres familias de músicos: su abuela materna, Camila Durán era prima de Alejo Durán. De la parte paterna: su abuela, Angela Ochoa, era tía de Calixto Ochoa, y su abuelo, Juancito Granados, el famoso juglar de Camperucho. Además de esta herencia, tuvo el apoyo decidido de su madre, Isabel Melo Durán, que lo protegía de los regaños de su esposo Juan Granados Ochoa, cuando el joven Ovidio para no trabajar en los oficios de vaquería, como lo hacían sus hermanos menores, se ponía a ensayar el acordeón. Claro, tiempo después cuando el padre se dio cuenta, que su hijo tenía talento para ser músico, no dudó en apoyarlo.
Así nace para la historia de la música vallenata, Ovidio Granados Melo. El símbolo viviente de la dinastía de los Granados. Son once hermanos y de ellos tres son reconocidos músicos: Almes, acordeonero, rey vallenato, y Adelmo, cajero, acompañante de varios reyes en el Festival; hoy toca con Silvestre Dangond. Ovidio se casa con Nimia Córdoba, y cuatro de sus hijos heredan su vena artística: Hugo Carlos, rey vallenato en todas las categorías y rey de reyes. Juan José, rey vallenato. Dos arreglistas de acordeones, Eudes (fallecido en accidente con Juancho Roys) y Ovidio Jr.
La matrona la dinastía Granados es Isabel Melo Durán y su cuna es Mariangola. En la década de 1930 llega una nutrida colonia de nativos de El Paso, siguiéndole las sendas a Miro Manjarrez e Inocencio Flórez, entre ellos: Camila Durán con Ambrosio Melo, Dominga Durán con Remigio Melo, Soraya Durán con Rafael Pitre y Candelario Durán con Luisa González. Camila y Ambrosio llegaron con sus siete hijos; la mayor era Isabel, una alta y esbelta joven morena de cimbreantes caderas, que cautiva al joven domador de caballo, tocador de caja y dicharachero, Juan Granados Ochoa.
Isabel, cariñosamente “La Chave” o “Chavenga”, era una bondadosa anfitriona, su casa parecía tener el don de la extensión para albergar a su numerosa prole, vecinos y amigos de sus hijos. Las puertas de su casa siempre abiertas y una sonrisa de canela a flor de piel de bienvenida. En las horas tristes fue solidaria y comprensiva hasta el final. No tuvo prisa en la vida ni en la muerte. Dios le regaló 91 años de vida. El lunes 9 de febrero, la comunidad de Mariangola, amigos de su familia de Valledupar y otras ciudades, acompañaron sus restos mortales hasta su última morada y las notas sublimes de los acordeones de sus hijos y nietos, la despidieron. Ahora sus recuerdos son luz en la memoria y su espíritu un racimo de gozo en la eternidad.

