De la saña con que el destino lo iba apretujando en su terreno y la resistencia espiritual para no sucumbir ante los funestos designios, en esa misma medida se bifurcó un ser humano de dimensiones fabulosas: el primero de ellos prefiguraba a uno de esos famosos personajes escapados de una antigua tragedia griega; y el segundo, nos hace recordar aquellos patriarcas bíblicos, que sin resignarse, ofrendaron su alma para defender su fe.
Adriano Salas Manjarréz , nunca se imaginó que dos garrotazos en su cabeza por culpa indirecta de dos mujeres, en situaciones y lugares diferentes, fueran la causa de uno de sus grandes infortunios.
En el municipio de San Pedro (Sucre), donde nació y creció hasta el despertar de su adolescencia, se enamoró con todo el ardor juvenil de una quinceañera coqueta a quien dos vecinos del barrio pretendían también. Los tres dirimieron el derecho para hacerse de aquella conquista, a la criolla tradición: los puños. Pero, cuando no está definidas las reglas de juego, cualquier recurso de supervivencia sale a flote. No bastaron las fuerzas físicas. Uno de los rivales, con un pedazo de palo que recogió del suelo y con la disposición del que se siente perdido, le fracturó la cabeza a Adriano, dejándolo inconsciente, como para que lo llevaran de emergencia al hospital.
Aunque en apariencia, cicatrizó aquella monumental herida como para proseguir su vida normal, con el paso del tiempo se fueron acentuando las secuelas que quedaron de aquella riña callejera.
Este torpe y romántico episodio, sumado a la ausencia de una figura paterna en su hogar, pues, su padre lo abandonó desde que estaba en el vientre de su madre; y los menguados ingresos de esta, una prestigiosa modista del pueblo, que apenas si alcanzaban para el sustento de cuatro personas, lo forzó a buscar una nueva tierra de promisión.
Con escasos dieciséis años de edad, agarró rumbo al Magdalena Grande, región que para aquel entonces se había ganado la fama de remunerar bien a los trabajadores del campo. Cumpliendo diferentes tareas, propias del buen bracero, le tocó vivir por temporadas largas en Astrea, El Díficil, Fundación, Pueblo Nuevo, El Copey y Valledupar.
Fue en esta vasta comarca donde no sólo se codeó con los más insignes juglares de su época, sino que se nutrió de sus códigos musicales y enseñanzas ancestrales. Como discípulo aventajado y con su disciplina férrea para almidonar su arte y su estilo, pronto se hizo notar como respetado músico y compositor de los aires típicos que emanaba de la Provincia. La influencia musical en esos periplos, sin duda, fue determinante en su formación creadora.
En una finca en El Difícil (Magdalena), donde convivía y trabajaba con otros jornaleros, recibió la otra “ñapa” de fatalidad. Sólo que esta vez Adriano, pagó los platos rotos de una inocentada macabra. La protagonista de esta historia fue también una muchacha, pero infiel.
El marido cachón, descompuesto por la traición de su mujer, buscó los datos filiatorios de quien supuestamente era el “pata de lana”, entre ellos, el sitio exacto donde dormía, para preparar un golpe alevoso: sorprenderlo dormido y reventarle el cráneo con un trozo de leña. Pero la irónica mala fortuna otra vez estaba de su parte. La noche del plan, Adriano colgó su hamaca en el preciso lugar donde por costumbre dormía, aquel que debía ser la víctima de la tramoya. Lo despertó un agónico dolor que no solo le paralizó el cuerpo, sino que lo dejaron viendo espectros de juegos pirotécnicos por un largo período.
No murió por mera casualidad. Pero ese golpe, conexo en consecuencias con el primero que le dieron allá en San Pedro, fue suficiente para apresurar de forma insalvable su ceguera. Aunque esta no fue fulminante, sino de manera gradual-contó alguna vez- que hubiese preferido la primera opción para no tener que haber vivido tantos ratos de tensión al filo de la incertidumbre, esperando el día que en que su vista amaneciera perdida en las tinieblas. Antes de cumplir los cuarenta años quedó completamente ciego.
Cuando llegó aquel triste momento, se había preparado lo suficiente como para asimilar la adversidad. En vez de salir a buscar el alfabeto Braille o solicitar alivio profesional a su mal, apeló a su carácter congénito en materia de templanza y se refugió en su emotiva guitarra, que desde los trece años en su pueblo, ya era su cómplice y compañera. Además, que esta le servía como ancla para evacuar todo ese rosario de versos musicales, producto de su vocación perenne para la composición. Estar todo el tiempo dándole rienda suelta a su poder creativo, era el paliativo para escapar y vacunarse contra las penas, y mantener levantada todo el tiempo su autoestima.
Ese mismo instrumento, y la solidaridad efectiva de sus musas, fueron la misericordia para digerir el otro gran trago amargo: la lucha inclemente que mantuvo por años, contra los niveles exagerados de glicemia en su sangre, cuyo efecto conllevó a la amputación de sus miembros inferiores. Aunque esto tampoco se dio de manera simultánea, los intervalos cortos en que sucedieron los hechos, hicieron más extensible su sufrimiento.
Nadie de su entorno puede decir que escuchó de sus labios alguna vez, una maldición o lamento por su desventura. Antes por el contrario, las contadas veces que le tocó hablar de su desgracia, sostuvo que estas eran mas bien un premio de la Divina Providencia, por ser tan parrandero, mujeriego y trashumante. “El mal hubiese sido, peor”, acotaba.
Salvo evocar algunas anécdotas de contenido divertido, siempre se mantuvo hermético en transparentar su pasado. Quienes ignoraban esa férrea actitud y pretendieron en alguna reunión que les revelara rasgos precisos de sus momentos aciagos, él con la habilidad del buen torero eludía la pregunta y terminaba mejor, por improvisar sus más recientes cantos inéditos. Fue un verdadero ejemplo de dignidad y paciencia.
De todos esos suplicios, donde se incluyen, penurias económicas, traiciones y desamores, el golpe que si lo puso a tambalear y del cual no se repuso jamás, fue la muerte de Aurora, su esposa, samaritana e inspiradora en los momentos álgidos de su vida durante más de treinta años. Se conocieron en un bus, donde coincidieron como pasajeros, en un viaje que los llevaría hacia la región sabanera, en esos itinerarios interminables del “Nano”- así lo llamaba Aurora-.En muchas ocasiones se le oyó decir: “Dios me quitó de la vista los atardeceres y anocheceres, pero me dio todo el tiempo una Aurora”.
Más nunca volvió a cantar ni a tocar su guitarra en público. Fue el tiempo y su habitual compostura los que mitigaron ese duelo de ausencia, pero el vacío nunca desapareció. Con ello se fue profundizando en él un comportamiento solariego, se hundió en un silencio amargo que contribuyó a que mermara su ya deteriorada salud.
La soledad y nostalgia que a toda hora experimentaba y que le producía recuerdos ácidos, pensó que la única forma de sacudirlos era buscar otro ambiente donde vivir .Nunca pensó que Aurora se fuera primero que él. Por eso tomó la determinación de marcharse de Sincé, de donde era oriunda Aurora y donde convivieron todo ese tiempo que estuvieron casados.
Se mudó a Corozal donde vivía una hermana, quien le dio hospitalidad y atención como se lo dio en vida Aurora. Cuenta esa hermana, Carmen Alicia, que casi todos los días escuchaba unas notas suaves y apacibles de guitarra y un susurro de voz imperceptible que se escapaban de su cuarto, donde se la pasaba en solitario. La misma Carmen no dejaba de comprarles periódicamente los más recientes casetes de diferentes interpretes vallenatos, salidos recientemente, para que los escuchara en una grabadora que siempre tenía a su lado.
Fue en la población de Sincé donde tuve la dicha de conocerlo e invadir su territorio; primero, como admirador, luego como discípulo y más tarde como amigo. En poco tiempo ya yo formaba parte del club de sus fieles y privilegiados contertulios. Este vínculo afectivo, que se extendió por más de dos décadas, me da una coraza de autoridad para traslucir algunos capítulos breves de su vida.
Hay algo que causa asombro a propios y extraños, y que nunca estuvo vedado, incluso en sus momentos de borrasca: el exuberante humor y permanente frescura del estado de ánimo de Adriano. Ese tino mordaz en convertir una simple trivialidad, en exquisitos apuntes jocosos y aliñar con su sarcasmo recurrente cualquier episodio de la vida cotidiana, es en esencia, magistral. Ni siquiera su discapacidad se salvó de su propia burla. –Aurora!, búscame las abarcas y desempólvame las gafas, que me llegó visita-Solía decir cuando llegábamos a su casa. Otras veces: –no busques que te de una patá-cuando alguien se demoraba en servirle el trago. Era bien sabido que para esos momentos ya carecía de piernas y visión.
Pertenecí al selecto grupo de amigos que a cualquier hora del día, éramos bien llegados a su humilde vivienda-a esta la identificaba como “la palma ensartá en una horqueta”. Para él nunca importunábamos. La una condición era muy clara: No se presenten sin un bangaño de aguardiente en la pretina. El licor parece que era otro de los sedantes que utilizaba para amortizar los malos recuerdos.
No fue tampoco un pendenciero de oficio, aunque reconocía que algunos tragos de más, lo ponían fastidioso y algunas ocasiones perdía los estribos. En el fragor de la parranda tratábamos de ubicarnos fuera del alcance de sus manos, porque sino terminábamos con la camisa rota o sin botones.
Un primero de Enero, en las horas de la mañana me sorprendió en plena amanecida parrandera, la visita del reconocido compositor sabanero, Julio “Rio Crecido” Fontalvo, quien llegaba de Sincelejo donde vivía. Lo primero que me pidió fue que lo llevara a la casa de Adriano. Julio (q.e.p.d), que los tragos también lo ponían pernicioso, desde que llegó a donde Adriano fue sugiriéndole de forma cansona que si nos podía preparar un sancocho de gallina. Adriano tan quisquilloso como oportuno, perdió la paciencia:-Aurora!-gritándole a su mujer-consígueme el soco-machete- para mocharme la bola izquierda y prepararle un sancocho é chácara este carajo.
A mediados de los setenta, se celebró en Valledupar una recordada parranda, donde asistieron varios artistas de la época, entre ellos, Adriano, el Maestro Leandro Díaz, Luis Enrique Martínez y otras personalidades del acontecer social y político de la ciudad. Entre este grupo se coló un refinado político y folclorista con fama de tacaño. Aprovechando el instante en que Leandro y Adriano compartían juntos, se lanzó una jactanciosa frase: “se encuentran entre nosotros los ojos más agudos del folclor vallenato”.-Y aquí tenemos el bolsillo más ciego de la comarca-replicó Adriano- con su usual desenfado.
A comienzos de los ochenta me pidió el favor para que lo llevara de Sincé a Sincelejo para una consulta médica de rutina. En compañía de otro amigo, nos fuimos en un campero de servicio público que nos dejó a una cuadra del consultorio. No me quedó más remedio que montármelo en el cuello a lo caballito. No se había acomodado todavía cuando lanzó su proverbial sentencia: “…Ahora si quedé bonito como mico de ciudad. Para completar, sólo hace falta que me dejes caer, para ver si abandono el zoológico de una vez…”
La grandeza de Adriano Salas y su invalorable contribución al acervo cultural, podríamos verla en varias vertientes. Pero creemos, sin equivocaciones que la máxima valoración de su innato aporte, es haber penetrado como sabueso del arte en el espacio bucólico de nuestra Costa Caribe y hacer del binomio, amor-naturaleza, su temática constante. Esa temperamental sabiduría para escudriñar la fauna y flora de su reducto , como elemento vital en su vinculación personal en esos escenarios, lo catapultan como el primer “paisajista” del folclor vallenato. Toda la materia natural que de esta región emana, las va a evocar el grueso de sus canciones: aves, invierno, riachuelos, laguna, palmeras, lirios, juncales, sauce, serranía, cultivo, cabaña, primavera, ensenada, rivera… Su devoción infinita por plasmar en su obra todos esos elementos telúricos lo patentizan como el pionero de este género. Los títulos de sus composiciones así lo refrendan: Trébol Legendario, Cerro Verde, Panorama, Caño Lindo, Cofre de Perlas, Selva Dormida, Amaraje, Cóndor sin Plumas, Islas Canarias…
En su intimidad, ya aseveramos, que era un enemigo de los gestos piadosos y de palabras lastimeras a sus percances. Más sin embargo, muchas de sus composiciones reflejan a aun ser desgarrado por dentro: “…hoy las roncas tempestades con voz de trueno me abruman, soy el barco que naufraga dentro de un mar de amargura…”…Sé que la vida es un fandango y se que tengo que morir, yo me la paso cantando, no ven que llorando nací.-La única vez que lo vieron llorar fue cuando murió Aurora- .Estos siguientes versos son estremecedores también: “…tienes que saber morena que te vi por vez primera, fue con los ojos del alma porque mis ojos cansados no te pudieron mirar…”;…sólo la guitarra es la que no puede olvidarme y me ayuda a sufrir las tragedias del destino…”
Los primeros artistas ya consagrados que creyeron en su talento y lo sacaron del anonimato como compositor a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, fueron: Luis Enrique Martínez, Andrés Landero, Julio de la Ossa, Calixto Ochoa y Enrique Díaz. A mediados de los setenta sería el Dr. Pedro García con los Cañaguateros quien le daría un tratamiento de importante reconocimiento al incluirlo en casi todas sus producciones.
En época moderna Poncho Zuleta, aprovechando también su olfato canino a favor de su proyecto costumbrista le dio cabida en tres álbumes consecutivos.
Mientras preparaba esta crónica-testimonio, me enteré, que con justicia tardía, Daniel Samper en la segunda versión de “Cien Años de Vallenato”, reivindica su memoria histórica ubicándolo en el pedestal ganado; y un coterráneo de Adriano, parece que está a punto de lanzar un libro biográfico . Esperamos que sea para rescatar con sinceridad a este gigante del canto vallenato y no para obtener méritos profesionales a costa de su nombre.
Pero los percances apocalípticos de Adriano aún no habían finalizado. En Corozal, cuando todo apuntaba que se había repuesto un poco anímicamente por la ausencia de Aurora, le sobrevino una trombosis severa que lo dejó para siempre sin habla y sin conciencia. Su hermana, al no poseer los medios clínicos necesarios para atenderlo, lo internó contra su voluntad en un asilo cerca de su casa. Ahora, ciego, inmóvil, mudo y sin mente, que otra destrucción vendría… ?
Un par de semanas antes de este último desenlace, le dijo a un periodista regional: “…de mi plumaje solo ha quedado la ruina…”.Aurora, alguna ocasión comentó, que varias veces le oyó murmurar a Adriano, que si de algo tenía que morir en esta vida, era por sus convicciones musicales. Me acordé a través de este pasaje de Aurora, que un compañero de tertulias, quien hoy es un profesor jubilado, en la exaltación de una parranda dijo una frase antología: “parece que a Adriano le soltaron todos los demonios ecológicos, por el simple hecho de ser un guardabosques del folclor,
Cuenta la historia, con algún tinte de fantasía, que mientras Beethoven se encontraba en el lecho moribundo hubo una fuerte tormenta. Entonces él, levantó una de sus manos y la empuñó con las fuerzas que le permitieron. La interpretación personal que podemos darle a ese enigmático gesto, es de soberbia y desafío a los elementos naturales. Adriano, en cambio, murió sobrecogido, temeroso de su Dios y la naturaleza. Amó y añoró la quietud del campo del que hizo su universo creador. Su gran tragedia fue luchar para que en vez de compasión, se le reconociera la misión artística que, justamente, ese mismo don natural le confirió.
El seis de Julio del año dos mil dos, se marchó sin ruidos ni tormentas del panorama de su tierra, Adriano, el centinela del folclor sabanero. Las tres estaciones que tanto evocaba en sus canciones dejaron de contar con sus versos floridos. Pero, estamos seguros que Las Sabanas en buena medida ha logrado reverdecer y recoger los frutos que sembró este insigne trovador.
Mientras tanto desde el reino de los vivos, en gratitud, reconocimiento y recordatorio al amigo que no está, con el corazón en la garganta le hacemos coro a una de sus viejas canciones: “…ya no acompaño más con mi guitarra a las aves silvestres del playón…”.
Por: Alfonso Osorio Simahán
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En una entrevista al maestro Adriano, para efectos de mi tesis de pregrado , «Estrategia para la enseñanza del lenguaje figurado a partir de canciones vallenatas» una de las diez canciones seleccionadas fue «Cerro Verde». Canción que en homenaje a Cartagena, al cerro de La Popa, motivó al poeta a cantarle al amor de una mujer que de manera repentina nunca más volvió a ver.
«Si en alguna ocasión yo vuelvo a ir// por aquel caminito perfumado// Aunque el tiempo lo haya deteriorado// el recuerdo si tiene que existir» Al preguntarse al maestro, por lo del caminito perfumado, si era que la chica usaba colonia fina él respondió: «Es que todo me olía a ella»
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..¡Fenomenal ese apunte!..,propio de la cantera de Adriano…Sí, Cerro Verde la grabó por primera vez el gran Maestro Calixto Ochoa .Me reconforta, además,que te hayas percatado a tiempo de de este singular talento Sabanero y hayas incluido una de sus magistrales obras en tu proyecto de grado.¡Saludos!
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