Lo que quedó de La Umbría.- Parte II
Algunos de mis compañeros exseminaristas de La Umbría, aún recuerden aquel remoto día en que en pleno salón de clases mientras nos recreábamos de un horario vacante, surgió una folclórica discusión colectiva donde la apología regional pautó las reglas del juego.
En un aula donde había condiscípulos provenientes de casi una decena de departamentos diferentes, no era extraño que en cualquier momento se desataran los efervescentes espíritus de pertenencia, con el fin de promocionar y defender con altisonante discurso lo más representativo de nuestras respectivas comarcas.
El expositor que rompió el hielo en aquella ocasión no podía ser otro que Diego Morales –fallecido – ; aprovechando sus atributos, pues, lo que le faltaba en estatura le sobraba en arrojo; buscó el espacio adecuado para que lo oyera todo el mundo para luego encaramarse en un pupitre :
– Dónde se encuentra Coltejer y Fabricato…y quien es el mejor ciclista de Colombia, pregunto yo? – Sentenció.
Era obvio que hacía alusión a las dos grandes compañías textileras antioqueñas y al legendario campeón, “Cochise” Rodríguez.
El breve murmullo que produjo el discurso de Moralitos fue opacado por una explosiva carcajada, cuando su paisano, Heriberto Zapata, con su cómica vocecita de niño regañado salió en defensa de su paisano.
- Así es, señores… pá qué agarren gárgara –dijo- sin incomodarse.
David Sáens, – tristemente fallecido también – Tan ceremonial en sus ademanes como tan pulcro en su lenguaje, en su clásico acento boyacense replicó:
- Ajá, y díganme una cosa, mis queridos compañeros, de donde son originarios los mejores bocadillos y los mejores presidentes que ha dado Colombia…? .Hubo vítores y reproches a la vez.
El alumno, Rubén Darío Escobar, midiendo fuerzas dentro de aquel ring de promociones, y haciendo sentir su voz nasal producto de sinusitis perpetua, sacó pecho al relucir la fama del Valle del Cauca por sus cañaverales, mujeres hermosas… y como epicentro deportivo de Colombia.
En representación de nuestra Costa Caribe se autonombró Roberto Fernández, un mulato cordobés con visibles síntomas de fiel rumbero. Su carta de presentación no pudo ser más pachanguera:
- Eche, qué va! Si no existieran “Los Corraleros de Majagual” este sería el país más aburrido del mundo – Replicó.
Quien clausuró aquella celebrada controversia, fue Miguel Martínez:
– Ustedes deben saber – dijo con pasmosa convicción y su talante de erudito – que el Huila es cuna de la civilización colombiana, y sus recursos naturales le proporciona vida a media Colombia. Si no, que lo diga el profesor Rojas – concluyó.
El profesor Marcos Rojas era quien para entonces nos daba la asignatura Geografía de Colombia, y no se había cumplido todavía un mes en que en equipos regionales nos tocó exponer como trabajo para evaluación definitiva, todo lo concerniente con nuestros respectivos departamentos.
Quienes esperábamos que Miguel Martínez sustentara aquel día sus dudosos argumentos, nos quedamos con las ganas, ya que en ese preciso momento entró de manera intempestiva al salón, Fray José Mario Jaramillo, quien solía hacerlo cada vez que le tocaba suplir la ausencia de algún profesor titular, con la intención de poner a tono a aquellos que teníamos lagunas de comprensión en el área de las matemáticas.
Hoy, después de más de cinco décadas, recapitulando las anteriores y entretenidas anécdotas, pero haciendo hincapié en aquella fugaz intervención de Miguel, no se necesita ser culto para defender de manera inequívoca que lo que quiso abordar con un poco de hipérbole era que, la prehispánica Cultura Agustiniana es, justo, la más antigua del país ; y que el cauce por donde serpentea el Río de La Magdalena – que nace en territorio huilenses – y atraviesa 11 departamentos, debe su innegable desarrollo y riqueza a sus gloriosas aguas.
A finales de los 60s. y comienzos de los 70s. un grupo de entusiastas estudiantes, paisanos de Miguel Martínez, emisarios regios de la Cultura Opita, católicos de convicciones, provenientes de varios municipios huilenses , recalaron en el Seminario Franciscano, La Umbría de Cali, tentados, al igual que lo hicimos muchos centenares más, para sumarse a una experimental formación académica diferente. Aquella generosa colonia se convirtió en aquel plantel franciscano, si no en la más numerosa de esa época, si en la más unida y entusiasta.

Esos fueron los mismos seres humanos que un día, después de probar la mieles de los dogmas franciscanas, y apertrecharse de una buena formación académica se convencieron, al igual que este humilde comodín, que la sotana de sus proyectos de vida estaba enarbolada era en el mundo seglar; voluntaria determinación que a la postre les valieron los pergaminos suficientes para convertirse en unos exitosos profesionales en diferentes especialidades.
Y Hoy, son otra vez ellos, sesentones, con una intensa pero dorada existencia en sus espaldas que, henchidos de solidaridad y empoderamiento regional tomaron la iniciativa y se ofrecieran sin escatimar esfuerzo para servir como consagrados y eficientes anfitriones a la hora de celebrar la IV Edición, “Reencuentro La Umbría 2025”.Evento que coronó con los mejores aplausos.
Quienes en algún momento dudamos que la convocatoria de este año podía sufrir alteraciones o replanteamiento a raíz de una calamidad sobrevenida, nos equivocamos.
Guillermo Villa Ríos, mentor y columna vertebral del proyecto “Reencuentro Umbría”, sufrió en el segundo semestre de 2024 un lamentable y grave accidente doméstico que lo obligó a estar recluido en una clínica por varios meses. Apenas se estaba recuperando del duelo que lo afligía debido a la pérdida de su eterna compañera, Milito.
Pero bendita paradoja; nunca Guillermo fue más incisivo y tesonero a la hora de promocionar su liderado proyecto. Desde su lecho de enfermo, día tras día, cargado con el mismo lenguaje optimista y motivacional que utiliza en sus sugestivas conferencias de autoayudas, se valió de los medios virtuales para sincronizar a lo buen ajedrecista lo más mínimos detalles y pormenores para que se llevara a cabo sin tropiezos el “Reencuentro 2025”. Dio a entender con ello, que estaba más pendiente del Huila, que de su seria convalecencia. Tanto es así que, la convocatoria de este año rompió todos los record de asistencia, y él fue el primero de los forasteros quien hizo acto de presencia en predios huilense para servir de ajuste al equipo organizador.

La ciudad que por consenso escogió el equipo organizador como acopio y concentración de dicho Reencuentro 2025, fue Rivera; municipio que debe su nombre al laureado escritor y poeta, José Eustasio Rivera, de quien se dice, nació en uno de sus recodos. La escogencia de dicho municipio, que pudo haber sido compleja ante otras alternativas con sobrados atributos, resultó de un acierto incuestionable. Eso lo pudimos comprobar no más al acercarnos a este municipio, después de haber dejado atrás las últimas encrucijadas de concreto de la capital de Neiva, donde habíamos hecho una breve escala.
Hubo un momento, a pocos kilómetros de Rivera, mientras avanzaba el vehículo particular que nos conducía al hotel, nos dio la impresión que de la tierra, como por arte de magia, brotara a nuestro alrededor un jardín botánico interminable. Una vez llegado a nuestro destino, no más con dar el primer vistazo a los cuatro puntos cardinales, algo indescifrable nos decía que estábamos pisando imaginariamente el mismo ambiente pastoril y sosegado que un día pisamos en la “La Umbría”.
Su privilegiada cercanía con la capital Neiva, sus famosas aguas termales, más, esa mezcla de lo tradicional con la innovación urbana, la convierten en un atractivo natural de ensueños. Sus habitantes sostienen que nadie podrá resistir al avasallante deseo de regresar de nuevo a Rivera, una vez que la hayas visitado por primera vez.
En cada palmo del recorrido, en cada vértigo del itinerario, en cada rincón de historias y paisajes cautivadores que nos tocó visitar…y en cada brote de la muestra cultural en que nos sumergimos, paralelo a todos esos encantos, como si recientemente hubieras abandonando como estudiantes los predios del seminario La Umbría ; cada uno de nosotros, apelando a los instintos espontáneos del relato oral, fuimos, drenando docenas de recuerdos perennes , evocaciones repletas de nostalgias que fluían, al igual que aquella acequia musical de aguas cristalinas que atravesaba La Umbría , que con su murmullo matinal nos advertía que había llegado un nuevo día.
De manera aleatoria, de tantas esas historietas celebradas en tierras huilenses, hemos escogido una trilogía, que en lo personal, creo, sirven para reconfortar el alma seminarista:
EL DOMINGO LA VEREMOS.- Todos los días, salvo escasa excepciones, se celebraba en la capilla principal de la comunidad franciscana una misa obligatoria para todo el cuerpo estudiantil. Pero la misa del domingo tenía cierta particularidad que la diferenciaba del resto de los demás días: la oficiaban a las 8 am., en vez de las 6:30 y, como era revestida de mayor solemnidad, por ende, era la de más la de más larga duración; y, otra cosa, asistía un número muy significativo de feligreses advenedizos, que presumimos, provenían de las urbanizaciones cercanas.
Cualquier domingo de cualquier mes, pero con la certidumbre que fue entre los años 1970/71, un suceso repentino hizo que las subsiguientes misas dominicales generaran para muchos de nosotros unas expectativas, más de tinte platónico, que de eclesiásticas.
Una vez culminado los actos religiosos de aquel día en mención, afuera, en los laberintos de los pasillos, nos percatamos de la presencia de una adolescente quinceañera. Casi todas las miradas se posaron sobre ella. No pudimos ocultar lo deslumbrado que quedamos ante su extraordinaria belleza y el distinguido atuendo que cargaba encima. Iba acompañada de dos personas, un hombre adulto y una muchacha joven; al igual que ella, acababan de asistir a la liturgia de ese día.
Las sanas discusiones que solíamos hacer sobre la dinámica dominical en materia de planes para el resto de la jornada, ese día quedaron relegadas a un rincón, ante el interés febril que despertó aquella paracaidista. Comentarios, donde mucho de los compañeros exteriorizaron entre bastidores su cuota de morbo, picardía, jocosidad y hasta sus ilusiones de conquista, elementos que serían el caldo de cultivo para un festejo toda la semana, al menos, en nuestra cofradía, cuya mayoría estaba conformaba por alumnos de tercer año y otros pocos del segundo y cuarto año. A raíz de este gracioso affaire, este impulsivo grupoquedó rotulado como “Los Amantes de las Chuchas”, por supuesto, alusivo al Camellón que llevaba su nombre.
Podrían imaginarse los incrédulos compañeros, el agónico interés que despertaba para nosotros la llegada del próximo domingo para volver a ver de nuevo la muchacha. Pero una frustración generalizad nos aguardaba.
Al fin, llegó el domingo. A quien le tocó oficiar la liturgia ese día fue a Fray Serrano, sacerdote muy parco y mesurado a la hora de impartir instrucciones grupales. Desde antes de dar inicio a la misa notó una desconcentración y comportamiento novedoso en muchos de nosotros; esto ocasionó que se produjera un llamado de atención de parte de él, enviando con disimulo algunas señales que nosotros captamos.
La cosa fue qué, de aquella misa salimos desilusionados, donde nada tuvo que ver el sermón sino la usencia de la vedette. No apareció por ningún lado. Ese mismo lunes, el padre Serrano con un toque de humor mediante una charla informal que mantuvimos por la noche en la tienda-cafetín, nos dijo que el día anterior en la capilla parecíamos unos vigías custodiando un cuartel, mirando a cada rato hacia los cuatro costados. Eso nos hizo suponer que al padre, veterano de las explosiones emocionales que producía nuestras edades, le habían colado algo sobre el asunto de la muchacha.
A la semana siguiente, llegó el alivio. De los primeros parroquianos que hicieron su entrada a la capilla fue la coqueta quinceañera con sus mismos acompañantes. Como tomaron asiento en una de las primeras bancas, una media docena de avezados compañeros, buscando mejor perspectiva visual para hacerse notar, y por qué no, contemplar a sus anchas a la muchacha, trataron de romper el orden de ubicación…y no conforme con eso, un par de ellos abordaron al Hermano, quien fungía como monaguillo de turno, para ofrecerse como lectores de la epístola de la ocasión; pero fallaron en su intento porque ya había un alumno del 5º. año elegido el día anterior para tal fin , y lo otro fue que el cura hizo regresar a sus asientos a los impulsivos alumnos.
Era muy recurrente que al abandonar la capilla, después de la misa, sobre todo, la del domingo, el grueso del alumnado mientras avanzaba por los pasillos que daban accesos a otras áreas, saliéramos entonando a lo coral aquellos cantos de contenido religioso. El de aquel domingo fue:
“…A paso lento va la caravana… por el sendero del alto peñón…”
Jairo Lara, alumno del 2º.año, que dentro de sus virtudes congénitas cualquier minucia la elevaba a categoría de chiste, al completar el primer verso del canto nos dijo a bocajarro:
- Ni tan lentos muchachos, que perdemos la caravana!
Se refería a la comitiva de la susodicha, pues, ya no eran dos los acompañantes de siempre, sino que ahora se habían sumado dos más; ella siempre marchaba en medio del lote. Entonces nosotros, como alma en pena salíamos en cambote tras ella, pero a lo Moisés, nos tocaba consolarnos con ver la tierra de promisión a distancia. Sin importar llegar tarde al desayuno, como siempre, la seguíamos a prudente distancia hasta el portón de entrada, hasta que la perdíamos de vista, camellón abajo. Nunca dio el papayazo de quedar expuesta a un contacto nuestro. Muchos fueron los domingos que con rigor disciplinario aplicamos esas mismas secuencias.
Ya se había completado una docena de semanas desde que había irrumpido en nuestros feudos la misteriosa criatura dominguera; y nadie, hasta entonces, había intercambiado una sola palabra con ella; nadie sabía cómo se llamaba, y, peor, nadie sabía su procedencia. Habíamos hecho hasta apuestas, sobre quien del grupo iba a ser aquel intrépido Romeo que le iba a echar el primer piropo, o en extremo, el primero que la iba a cortejar. Misión difícil teniendo en cuenta el muro infranqueable que tendríamos que sortear.
Hubo una temporada en que los vientos de desilusión empezaron asolar los sueños de conquista de “Los amantes de las Chuchas”. Pues, al transcurrir una semana y luego hasta dos meses que no la volvimos a ver los domingos…fue suficiente para suponer que la tormentosa criatura la habíamos perdido definitivamente del radar.
Pero de nuevo, otra vez, la rebeldía y el atrevimiento huilense fueron la clave no solo para dar con su paradero, sino vulnerar el reino de la escurridiza doncella. Esos osados estudiantes fueron, José Lizardo “Veramón” y Olegario González, que para la tal aventura, desafiando cualquier norma romántica, conquistaron primero fue al padre de la muchacha; pero la cosa salió como para el olvido.

Estos galanes, en una de sus rutinarias caminatas por el “ Camellón de las Chuchas”, buscando el impagable fiado en el quiosco del inefable Heliodoro, que quedaba en la intersección de la Carretera Panamericana con El Camellón , se percataron, sin querer, de la presencia de la chica. No se sabe que ingenio fraguaron para ganarse la confianza de su papá, un reconocido personaje de noble estirpe valluna, de apellido Lloreda. Este, al identificarlos como seminaristas y apelando a su genuina cordialidad, no solo los hizo entrar a su mansión, sino que los agasajó con refrigerios.
Estaban conversando entretenidamente de aquella invitación cuando de repente salió la chica en bikini con la intención zambullirse a una pequeña piscina que quedaba a un costado de la casa. Contaría después “Veramón”, que en esos momentos lo invadió un remolino de pensamientos fantasiosos y llenos de euforia que le entumecieron todo el cuerpo. Pero que al minuto, cuando tras ella se le acercó un joven, que por su comportamiento, debió ser su novio y la tomó del brazo para meterse también a la piscina, del poco aliento que le quedaba lo que hizo fue mirar a Olegario quien con el rostro también desconcertante casi se le soslaya de las manos la gaseosa, que al final tuvo que dejar por la mitad, porque hasta la sed se le quitó.
Enterado el resto de los compañeros de los resultados macabros de dicha historia, Miguel Caro “Careto”, quien estaba también salpicado de despecho, pues, con Olegario había apostado en ser el primero en enamorar a la muchacha, cada vez que veía a este junto a Veramón, no perdía la oportunidad para restregarles en la cara a manera de parodia el repetitivo estribillo del Himno de la Alegría: “…vengan, canten, sueñen cantando, vivan soñando el nuevo amor…”Los que nos encontrábamos por allí cerca, para atizar el chalequeo, terminábamos haciéndole coro.-
EMPELOTARSE NO ES PECAMINOSO.- De los curas que causaron revuelo, pero en positivo, entre los seminarista de la promoción 70/71, fue Fray Olmedo Ospina, cuando trató de imponer algunos métodos revolucionarios en materia de convivencia, que según sus criterios no era otra cosa que romper algunos tabúes y normas que a él le parecían nocivos para el desarrollo personal del individuo, porque frenaban sus aspiración vocacional.
Durante el corto período que tuvo bajo control la disciplina interna del dormitorio; una noche, después de una didáctica exposición de motivos, donde nos habló del despertar sentimental del sexo y de los misterios de la pubertad, nos emplazó para que aquellos que quisiéramos prescindir de las piyamas para dormir y de la pantaloneta a la hora de ducharnos, cada vez que se nos antojara, lo hiciéramos sin avergonzarnos.
Ni más faltaba su bien recibida propuesta: fue el pandemónium total. Qué mejor ocasión aquella para para darle rienda suelta a los desbarajustes nocturnos y matutinos. Las pilatunas en todos los tamaños, y bromas ácidas fueron la sazón desde entonces. Pero ese recordado experimento habría de durarnos apenas diez días.
Una mañana a la hora de bañarnos entró de manera sorpresiva al área del dormitorio el rector Fray García Florez. Con quien primero se topó a la entrada de las duchas fue con Leonardo Calle, un antioqueño de casta insolente, quien en esos momentos estaba haciendo un show de acrobacia al intentar de columpiar un jabón en su pene. Ya Iba a comenzar a darle su respectiva dosis de regaño cuando algo lo detuvo; al lanzar una mirada panorámica al interior de los baños se encontró con el dantesco espectáculo nudista que jamás había visto en su vida. Los que tuvieron la oportunidad de observar al padre en aquellos momentos notaron como se le transformó su semblante y como se le pusieron los los párpados enrojecidos. Todos se asustaron porque pensaron que al padre le iba a dar un desmayo. Lo que hizo fue ajustarse con estilo el cordón de su hábito, dar la espalda y bajar a tumbos.
Ese mismo día a la salida del refectorio, después del almuerzo, – no recuerdo si lo mismo haría después con otro grupo -, el padre García, mientras a un grupo selecto nos iba señalando uno por uno con el dedo, nos conminó a dirigirnos al sitio de mejor ambiente campestre del seminario: el quiosco techo de paja plantado en medio del lago artificial; que además, era el sitio predilecto para eventos y reuniones especiales.
Lo que causó extrañeza fue que de la veintena de estudiantes seleccionados, la mayoría éramos costeños. Parado el padre en el centro del quiosco, con su delatosa dicción gaucha, que por cosa extraña, esa vez fue suave y con un dejo más bien de ternura, nos dijo : ¡hijos míos, quien fue el de esa perversa idea de convertir el dormitorio en un Sodoma y Gomorra!; continuó , con que nos apartáramos del pecado y no volver a incurrir en esa u otras bochornosas prácticas mundanas; qué…y más qué…Terminada su letanía, nos azuzó por si alguno de nosotros tenía algo que alegar ante los evidentes hechos, lo expusiera. El “Mono” Ruíz, un barranquillero, de aspecto zumbado y eterna sonrisa sarcástica, a riesgo de una inminente expulsión, fue el único que asumió con vehemencia nuestra defensa, cuya tesis, estamos seguros, que a más de un evangélico lo hubiera dejado perplejo:
– Padre, usted va a perdonar –dijo el “Mono”, mientras contemplaba las aguas del lago. Pero yo creo que en la época en que Juan el Bautista bautizó a Jesús en el Jordán, todo el mundo se zambullía al agua era encueros. Y al momento del pasaje del Mar Rojo, creo yo, que más de uno se quitó la ropa por si acaso y… eecheee, que vaaa, en esa época nadie criticaba a nadie.
La mitad del grupo nos tocó hacer un doble esfuerzo visceral para poder reprimir la risa, cuando Gustavo Petro,- que no sabemos si tiene algún parentesco con el presidente – otro cordobés de salidas agrestes y mamagallista impenitente, en voz baja balbuceó sin que el padre lo oyera qué, si sería que el “Mono” se había zampado algún un taco de marihuana. Los que esperábamos con temor a que Fray García desatara ante nosotros su arsenal de reproches, nos sorprendimos. Se sentó con cierta dificultad, y sin pronunciar palabras nos lanzó una enigmática mirada que nunca supimos si fue de compasión o frustración. Al ponernos todos de pie para recitar en conjunto la famosa oración de San Francisco de Asís, fue sentimos que se había apagado el suspenso.
LAS COSAS DEL FUTBOL.- Nuestra jornada dominical, que era la más expectante de la semana, estaba siempre marcada por una variada y previa programación donde el deporte, el esparcimiento y la recreación eran el gran menú del día.
Los apasionados por el futbol optábamos por doble alternativa: asistir al estadio Pascual Guerrero a ver un clásico o partido importante, u organizar un encuentro en una de las tres apetecibles canchas de La Umbría. Por lo regular, nos vestíamos de selección seminarista.
El año de 1971, de pleno furor de fiebre Panamericana, no sé qué atajos de elección usurpé, que aparte de capitán, terminé dirigiendo los hilos conductores de la Selección La Umbría. Los viernes o sábados con la complicidad del nariñense Aurelio, el portero oficial del seminario, quien me facilitada el aparato telefónico y las páginas amarillas del Departamento del Valle, al voleo, contactaba a ciertas empresas y compañías caleñas reconocidas, que suponíamos, deberían contar con algún equipo de futbol organizado. A muchas de estas empresas les bastaba que uno solo mencionara el nombre del seminario, para confirmar la invitación y rivalizar con nosotros. Fue así como por nuestras canchas vimos desfilar a la Sherwin William, Peláez Hermanos, Pintuco, Riopaila, Carvajal y CIA, entre otras Razones Sociales.
El nombre de la empresa a la que pertenecía el equipo de la historia que esta vez nos atañe no la recordamos; pero si sabemos que tenía que ver en algo con la producción de cartones porque este nombre lo llevaban como complemento las camisetas de los jugadores en sus espaldas. El partido lo habíamos programado para las 3p.m.
Estábamos en plan de calentamiento en la cancha San Antonio, la más grande de las dos restantes y la única que contaba con una pequeña tribuna al costado oriental, cuando vimos llegar un camión tres cincuenta con barandas. En su plataforma traían a unas cuarenta personas adultas de ambos géneros.
Al principio pensamos que se trataba de las habituales excursiones que normalmente frecuentaban las instalaciones seminaristas los fines de semana. Pero cuando un grupo de hombres en una de las canchas contiguas, se despojaron de sus ropas normales y dejaran al descubierto los uniformes, no nos quedó otra cosa que reconocer que era el equipo rival. El más joven de ellos tendría no menos de cuarenta años y la mitad cargaban unas panzas que parecían salidas de un campeonato de comelona. En la Costa Caribe le llamamos a estos vicarios del futbol los “canillones”. Miguel Caro “Careto” que las veinticuatro horas del día estaba atisbando cualquier detalle fuera de tono para ridiculizar en jocosidad, comentó con risotada al verlos, que esos viejitos se iban a llevar tantos goles que no iban a caber en el camioncito en que vinieron. Nuestro optimismo era tan sobrador, pues, llevábamos de invicto cinco partidos en fila india y no había motivos, por lo que estaba a la vista, que nos impidiera respetar nuestra casa.
Pero, qué va. Los “pelaos” parecían ellos y nosotros los vejestorios. No había finalizado el primer tiempo cuando ya nos habían encajado en nuestro arco cuatro goles; nos estaban dando un verdadero baile y, precisamente no era salsero. El árbitro del partido era el jefe de mantenimiento del seminario, “Desbaratao”, – con ese único nombre fue que lo conocimos – quien a decir verdad también se defendía bien como mediocampista y delantero. No recuerdo quién fue el de nuestra oncena el que se le acercó de manera discreta para pedirle una colaboración antideportiva; buscando a ver si un gol regalado nos sacudía el ánimo para a salir de aquel infierno. Más demoró la petición, que “Desbaratao” en pitar un penal a nuestro favor; tan descarada la decisión, que quien salió lesionado de ese fuerte encontronazo que supuestamente produjo la pena máxima, fue el defensa del equipo contrario.
Hasta ahora no conozco un antecedente similar – ni en caimaneras lo vi – donde un árbitro se despoja del pito y se coloca el uniforme de uno de los equipos en contienda. Aunque suena increíble, eso mismo fue lo que hizo “Desbaratao” a los 15 minutos del segundo tiempo, cuando nos habían metido dos goles más en nuestro arco; parece ser que lo estremeció la humillación que estábamos recibiendo. El resto de la plantilla nos alegramos en su momento por su crucial y sospechosa determinación. Pero ni modo, su aporte solo sirvió para que no se moviera más el marcador; terminamos perdiendo 6-1.
No todo pudo ser derrota, y algo teníamos que ganar. La euforia del equipo triunfador con sus acompañantes nos salpicaron de tal suerte, que nos invitaron para sumarnos a la celebración mediante una francachela que armaron en la tribuna. Sirvió ese animado compartir para que se revelaran dos efímeros secretos: que dos de los jugadores del equipo ganador habían integrado la selección del Valle y otro tanto la inferiores del Deportivo Cali. Y lo otro, que William Robechi (q.e.p.d) , a quien le tocó ejecutar el penal, al momento de patear se le revolvió la moral a manera de expiación de culpa por lo injusto del penal, por lo que decidió tirárselo a las manos al portero. Pero lo que no sabía Robechi es que el portero también había pensado otra cosa. Para no desmoralizarnos por lo abultado del marcador, no aplicó ningún esfuerzo por atajar el cobro, y lo que hizo fue tirarse a un lado cuando vio venir el balón, para que de esa manera entrara sin dificultad. ¡El futbol nos da sorpresas..!
Otrosí.- La Umbría no ha muerto. Uno de los principios fundamentales que nos inculcaron los curas en el seminario es que nuestra venturosa existencia debería tener un objetivo. Saco esto a colación, pensando, que dentro de tantas metas que se nos presentan a lo largo y ancho de nuestras vidas, los reencuentros de esta naturaleza, y que se han venido llevando a cabo con buen olfato durante cuatro períodos consecutivos, sobra decirlo, tienen un objetivo específico: mantener vivo, en nuestro caso, el espíritu de La Umbría, a pesar de lo atractivo y agradable que nos pudiera parecer el destino turístico que se nos ofrezca como señuelo entusiasta para que nosotros hagamos acto de presencia.
Se ha demostrado en cada una de la convocatorias, que cuando evocamos un grato o triste episodio…o navegamos en ese mar de recuerdos que tiene que ver con nuestro ciclo estudiantil seminarista, en ningún momento, a pesar del tiempo, ha dejado de obsesionarnos en beneplácito con lo que en nuestra adolescencia se convirtió nuestro segundo hogar, la añorada Umbría. Cada uno de nosotros, de manera involuntaria, nos hemos ido convirtiendo en unas piezas importantes de cimientos humanos para mantener viva y latente la memoria de todo lo que emanó de sus espacios.
Por eso, estoy más que seguro, que cuando llegue el día en que nos toque entablar una conversación fortuita o una tertulia formal que tenga que ver con nuestro pasado estudiantil, cada uno de nosotros , alzando la cabeza con altanería franciscana vamos a exclamar sin tapujos : yo me di el lujo de estudiar en La Umbría.
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ALFONSO OSORIO SIMAHÁN
