Por Mauricio Vidales*
La furia amorosa popular o la épica poético-musical de Edson Velandia y Adriana Lizcano
“Ay, amor, sé que estás cansada/
y yo te quiero acariciar la frente/
eres la tierra más adolorida/
pero eres grande, oh, dulce madre mía
Cuando la palabra nace del alma, la verdad se siente, la poesía se hace carne. Cuando el oído del cantor escucha el rumor del pueblo, el canto nace fluido como un río de aguas cantarinas. Entonces, la poesía se hace voz del pueblo y no habrá barrera que pueda ya, contener ese torrente de palabras como lanzas que se convierten en flores o en mariposas amarillas macondianas.
Los corazones estremecidos aman sin medida, entregan lo más profundo de su ternura y su valor para que la historia se haga diáfana de repente. No importa el largo suplicio y la mentira que lo soportó, no importa la tortura de siglos, porque ese canto febril despierta el más anquilosado de los ecos y lo revierte hacia el otro extremo, el de la catarsis inevitable de la liberación, para que los seres que presencian esa épica maravillosa, jamás vuelvan a caer en el abismo de la escolástica oscurantista donde habitó por siglos nuestro sufrido pueblo.
Así nos suenan las canciones de Edson y Adriana, que son la “hostia” como diría un joven habitante de Vallecas, de las Ventas o Lavapiés, allá en esa Madrid contemporánea que lucha contra la nueva faz del franquismo remozado, esa palabra “’hostia” que simboliza todo lo contrario de la pacatería, de la mojigatería católica en que nos embarcó la colonia española, que el mismo Fray Bartolomé de las Casas no pudo esconder, esa vergüenza que le producía la criminal corona a la que servía.
Sin embargo, no hablaríamos ahora, en este momento de evocación de un concierto tan maravilloso como el que la noche de ayer en este otoño hamburgués, literalmente nos arrulló, alborotó y puso a bailar, insisto, no aludiríamos a una atmósfera tan aparentemente remota y tan sombría, si la raíz de aquella aberración ideológica no siguiera presente en nuestro suelo, Colombia, uno de los países más devotos en su catolicismo, donde, como para acentuar las contradicciones de nuestro continente, un religioso de la liberación como el que sería después, un rebelde sandinista, el nicaragüense Ernesto Cardenal, llegó a ordenarse como sacerdote, allá en La Ceja, Antioquia.
Pero, en esos andurriales supuestamente protegidos por “la mano de Dios” también surgió otro cura rebelde, guerrillero, como lo fue Camilo Torres Restrepo, ese otro portento de luz, acribillado en su primer combate en Patio Cemento, en el departamento de Santander, como le sucedió al apóstol José Martí, allá en su isla, que sin embargo, en este caso, aquel final trágico, tres años antes de la victoria definitiva, no pudo borrar su nombre de la historia, como el Libertador de Cuba.
Ahora bien, en ese contexto entre la cruz y el fusil, en lo que respecta a Camilo Torres, cuentan que algunos miembros de su alta clase social bogotana, muchas veces le reclamaron “su ingenuidad” por haber tomado el camino de las armas, cuando aquel hombre valiente y decidido, ante su espíritu altruista y místico, aunado a su formación de científico social, no tenía otra escapatoria más que ser fiel a su profundo espíritu amoroso, de cristiano primitivo, solidario y transformador social, ideales por los que murió peleando, por ese amor incombustible que no podía contener bajo su sotana. A Camilo, también le sigue cantando Edson, desde la voz de un campesino santandereano (que no, santanderino) que lo admira y lo interpela en un diálogo tragicómico, que cobra particular vigencia al nombrar a Dilan Cruz, asesinado por el ESMAD, justo hace seis años, en noviembre de 2019.
“Y si me muero hoy/
qué dirán de mí las Escrituras/
qué dirán en los documentales/
que me gané la rifa del primer balazo/
como Dilan Cruz/
como José Martí/
que me mataron por lentejo/
que no sabía que la vida era prestada/
así pensaba el cura yendo al sacrificio”
Colombia, tiene en el fondo de su corazón una herida que, por más lacerante que sea, persistentemente y de manera casi que insólita y cíclica, cicatriza y se postra ante la belleza que constituye aquella explosión indómita de su suelo multicolor que agrupa las mayores posibilidades proporcionales de biodiversidad en el mundo. Pues bien, Edson y Adriana, encarnan ellos mismos, esa biodiversidad y en sus cantos, logran unirnos, en medio de nuestra asombrosa multiplicidad de raíces, a todos los pueblos que conforman la nación multiétnica y pluricultural, danzante entre el terror imperial agonizante y la efervescencia imparable de la multilateralidad de las naciones libres, al lado de las cosmogonías ancestrales que continúan la lucha para derrotar la mácula de la modernidad occidental.
“Ay, yo te beso frente al mar y el río/
Ay, yo te añoro hermosa por la calle/
porque es bonito verte florecía/
en los andenes y en los valles/
Ay, tierra mía vas a ver que nace/
otro país de tus entrañas/
será sabroso ver el día/
en que renacerás del barro madre mía/
Ay, amor, florecerá por fin aquí la primavera/
tierra mía, cosecharás los frutos de tu incansable labor/
ay, amor, te miro ya sin guerra/
tierra mía ya es el amanecer mira pa’l sol”
En ese ámbito, se desarrolla y florece este derroche de música poética amorosa, explosiva, volcánica de las alturas nevadas y también de las profundidades del cañón del Chicamocha, que invoca el eco libertador que supera los arbitrarios linderos andinos, caribes y amazónicos, que plantaron los traidores de la Gran Colombia- para con su canto arrullar también a la hermana nación venezolana en el Táchira, el Zulia, el Arauca, el Apure y la Amazonia, donde se yerguen nuestros hermanos y sobrinos, la prolongación de nuestros huesos que bailan en las cuerdas temblorosas que rasgan, que acarician con profundo amor a pesar del desgarro que traslucen, aquellas letras y arpegios despojados de sutilezas, armados con la fuerza de la historia acompañados de la furia amorosa y la dignidad, como señuelos que alimentan las nuevas voces del páramo y del trópico ardiente hacia la consolidación de la unidad de Nuestramérica, que resopla con vehemencia en los pechos ardorosos de Edson y de Adriana, guardianes amorosos del Abya Yala.
“Yo bailaba la rumba en Venezuela/
y a Colombia venía por Maicao
Yo bailé tecnomerengue en Piedecuesta/
y en Caracas lo bailé en el 23
En Mérida copiaba el disco/
y en Cúcuta vendía casets
Venezuela, Venezuela, en Caracas tengo diez primos
Venezuela, Venezuela, ocho ñeros, dos sifrinos”
Mauricio Vidales, Hamburgo, 14 de noviembre de 2025
Nota: El concierto contó en la apertura, con la participación de Jimmy Herrera, joven colombiano residente desde hace una década en Hamburgo, un muy buen cantante de boleros quien estuvo acompañado por Carlos Ramos en los cueros, para calentar el ambiente con interpretaciones muy sentidas del repertorio popular colombiano como “El camino de la vida” y “Noches de Bocagrande”.
Finalmente, queremos agradecer a Andrés Toyer, por acoger en su sitio La Peña Latina de Hamburgo, a tan destacados artistas de la resistencia cultural colombiana en esta gira por Europa.
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