Existen fundaciones en la ciudad que velan por el reconocimiento a ésta parte colonial de la ciudad.(Foto: Yajaira Otálora/VANGUARDIA)
El progreso de la ciudad es evidente tras el paso de los años, las edificaciones, las casas de material, los centros médicos y de negocios, centro comercial y el centro de Valledupar no tienen el mismo paisaje de hace tanto tiempo.
La ciudad de los Santos Reyes conserva en un sector importante los más valiosos recuerdos materializados en casitas de bahareque, que simbolizan los libros más antiguos del Valle del Cacique Upar donde la historia se empezó a escribir con barro.
No es extraño que después de 463 años propios y visitantes recurran a nombrar el callejón de la Purrututú para recrear sus anécdotas y vivencias de tiempos pasados, cuando ésta ciudad aún se llamaba ‘pueblo’, cuando los viejos curaban las enfermedades sin mas medicinas que las que daba la tierra, cuando las parrandas no tenían mas sonido que el de un acordeón en vivo y un canto que nacía en ese preciso momento, la mayoría de las veces, para enamorar a una mujer.
Sí hay lugares en los cuales vivir la intensidad de un buen canto Vallenato, y no precisamente, por el volumen al escucharlo, sino, por las fibras que mueve sentarse debajo de un palo e’ mango en las zonas coloniales de la ciudad y saber de donde nacieron las historias cantadas que los de ‘antes’ tararean y que hoy día algunos jóvenes atesoran y prolongan.
Valledupar puede jactarse de tener su propia realeza; una familia real, conformada por reyes y juglares que hacen que el sentir ‘vallenato’ sea acogido por las personas nacidas o no en este terruño.
Es cierto lo que dice la canción: “se llenó el valle más de luces”, pero, no ha perdido su esencia, sus raíces siguen prolongándose, cual árbol sembrado a orillas del río Guatapurí que no se cae con cualquier creciente.
Gracias a que las personas que habitan las zonas coloniales como el callejón de Mahoma, no han permitido que el paisaje cambie totalmente, este lugar no ha pasado a ser sólo una fotografía para tirar en un cajón o colgar en una pared.
Este año al cumplirse los 463 años, los vallenatos analizan como ha ascendido su lugar de origen, siendo los mismos autores de esta historia viva que seguirá siendo escrita por las próximas generaciones.
Publicada por
Karelis Rodríguez / VANGUARDIA
