Por: Lolita Acosta (Hotel Tativan, Valledupar, 6:30 P.M. del martes 12 de marzo de 2013)
Confieso que nunca me había sentido con un compromiso tan grande de escribir algo que estuviese a la gran altura de la presente circunstancia, no sólo por tratarse de la presentación de un libro, el número once de tan prolífico escritor, creo que uno de los mayores de ellos, al lado de la periodista y escritora Mary Daza Orozco, en nuestra tierra valduparense, sino también por el selecto auditorio que, en mis acertadas adivinaciones, sabía que con ustedes íbamos a contar. Intentaré entonces hacer mi mejor esfuerzo.
Manuscritos de buhardilla… Manuscritos de buhardilla, de entrada el escritor nos ubica en el tiempo y en el espacio. En los tiempos de cuando estas crónicas, estas acuarelas de la provincia tuvieron lugar y de cuando aquellos otros florilegios de su imaginación surgieron, como el mismo autor lo expresa, “a manera de antídoto para paliar la angustia que el convulsionado mundo actual me provoca”.
Su buhardilla es el espacio donde él, Carlos Rodolfo Ortega Montero como escritor se pertrecha, para, desde allí, arrojar luz hacia nosotros, sus lectores, en su múltiple condición de historiador, hombre de leyes y de letras, entre otros.
Dice el diccionario que buhardilla es aquella ventana que se levanta por encima del tejado de una casa, con su caballete cubierto de tejas o pizarras, y sirve para dar luz a los desvanes o para salir por ella a los tejados.
Ese es y ha sido Carlos Rodolfo Ortega Montero en su vivir como escritor y hombre de leyes, como docente universitario y como vallenato raizal amante, propagador y defensor de su tierra y de sus costumbre: un hombre que nos ha arrojado luces, ora sobre las vicisitudes del derecho administrativo, el orden constitucional, la legislación de familia, ora sobre la geografía e historia del Valle de Eupari desde la época de la Conquista, pasando por las detalladas biografías y la amplia genealogía investigada de los personajes insignes de nuestra comarca, que él conoce muy bien y tiene el don y ha tenido la voluntad de transmitirnos, hasta haber tocado un tema, en apariencias tan árido, como la lírica política en la historia de Colombia, o traernos noticias acerca de las “Legislaciones del Mundo Antiguo”, de la mano de sus hijos, los abogados Carlos Rodolfo y María Isabel Ortega Saurith y fue su libro número diez.
El título: Manuscritos de buhardilla, no tan simple como pareciera, nos remonta a tiempos distantes, a áticos empolvados, a poetas seducidos por la soledad y el alcohol, viviendo entre el pecado y el arrepentimiento. Eran otros tiempos y no es el caso de nuestro asceta Rodolfo Ortega Montero, hombre universal actual de valores provincianos de siempre.
Hay una gran diferencia entre los escritores del presente y aquellos que permanecían en sus buhardillas, a veces en la extrema miseria, incomunicados, privados de compañía, con la mirada perdida en lontananza. El escritor de hoy utiliza normalmente espacios cómodos e iluminados y permanece horas incontables frente a su procesador de textos.
Sea como sea, porque no se lo he preguntado, Rodolfo Ortega nos lleva en esta obra a esa cercanía de aquella visión del poeta en su buhardilla, solitario luchador contra las obscuridades del olvido, aunque no esté solo, él lo sabe, porque no estoy hablando de esa frustración de quien vive en la soledad y el abandono, más bien estoy hablando de la extraña hermandad que se siente en la soledad compartida… donde su esposa, Mary Saurith, es una gran soporte, inspiración y protagonista.
No usa papel ni pluma, su ático no es ático, sino un cuarto como todos, en una casa como todas, con su escritorio, su sillón, su cama, sus cuadros, su biblioteca y múltiples portarretratos, donde hay un hombre, Rodolfo, que detrás de la pantalla teclea todos los días, intentando expresar aquello que Ortega y Gasset denominó como “sensibilidad vital”: eso que define gustos y repudios, la forma de mirar la vida.
Quizá en antaño, trágicamente, el poeta yacía expulsado, como el Minotauro, en un laberinto incomunicado del resto del mundo y sobre todo con el resto de los poetas. Pero este escritor de hoy, Ortega Montero, vive, palpita y anima a su comunidad de alumnos universitarios, a su progenie y a sus coterráneos todos, agita debates, protagoniza la actualidad noticiosa, opina todos los días por los diversos medios.
Es la diferencia de los tiempos…. aunque él nos aguaite desde su buhadilla, monte adentro, donde tiene una rocita y cría de animales y desde donde contempla la Naturaleza, o en el Novalito, donde vive con la amada familia que ha construido y desde donde observa y analiza la Sociedad que le ha tocado compartir.
No hace falta esperar a que la historia, con sus dedos injustos y selectivos, otorgue un lugar a los grandes personajes de nuestra época. Aquí tenemos ya a uno. Y no es uno más. Es un escritor en la brillantez de su primavera. Once obras ya publicadas son el reflejo de su sensibilidad vital.
Nunca fue tan ingenuo hablar de fronteras como ahora. Detrás de las computadoras, hombres de todo el mundo nos comunicamos por la misma necesidad de siempre. Seguimos lanzando botellas al mar esperando que al otro lado, en otra costa, alguien las reciba.
Este libro es una de ellas: qué si no lo es el capítulo “Acuarelas de provincia”, donde rescata la historia de Batata y sus milagrosos medicamentos?
En un mundo cada vez más dominado por la Internet, donde quien con su guitarra o su piano o un acordeón escribe canciones en espera de ser escuchadas al otro lado del mundo, vía Youtube, pues tuvo el deseo de que todo el mundo sintiera lo que él sentía con esa melodía; donde los bloguistas disertan sobre las ideas de Jacques Lacan, el eminente médico psiquiatra y psicoanalista francés conocido por los aportes teóricos al psicoanálisis basándose en la lectura de Freud; donde los politólogos denuncian los excesos o mentiras en la prensa; donde por Twitter nos invitan a leer al filósofo esloveno Slavoj Žižek, quien en su obra integra el pensamiento de Jacques Lacan con el marxismo y en “Viviendo en el fin de los tiempos” pronostica la crisis terminal del capitalismo global, atreverse todavía a publicar libros, como lo hace Rodolfo Ortega es una osadía, hoy, cuando todas aquellas buhardillas, antes inconexas, encontraron en la web su propio Hermes, su mensajero y su hermeneútica, es decir, el arte de interpretarse, traducirse y explicarse. Ciertamente, en las redes, estamos todos, reunidos por primera vez en la historia. Sin embargo, el libro se niega a desaparecer. El libro, ese que convoca a la soledad, al contacto íntimo con el autor, reclama y lucha por su espacio.
Me siento dichosa de haber alcanzado a esa juventud que pertenece a la presente generación que publica por Internet sus sentimientos y pensamientos, todo aquello que les duele o le hace feliz mientras caminan en ciudades distantes unas de otras, y que sin embargo comparten porque hay algo que nos hace sentirnos escuchados.
Aun así, insisto, el libro es todavía una herramienta válida, no sólo para preservar la memoria como de manera sistemática y perseverante lo hace Rodolfo Ortega, sino para transformar el mundo. Como una ventana desde la cual tenemos la oportunidad de aventar piedrecitas. Una buhardilla desde la cual compartir el mundo que nos ha tocado vivir.
La herencia cultural es menos sensible de lo que parece. Todo el tiempo se están creando y se están destruyendo ideas fértiles y elementos con un amplio potencial de alterar la manera en la que se interpreta al grupo social del que surgen, cómo se entiende a sí mismo y cómo lo entienden los demás. Esta es la lucha que le ha tocado vivir al escritor para trascender a su tiempo.
Rodolfo Ortega entiende esto, y después de auto-reconocerse, entrega sus historias envueltas en una complicidad autor-protagonista haciendo gala de una técnica imposible de replicar, de un vasto conocimiento difícil de igualar.
En la total extensión de los relatos presentes en este libro, el autor está poniendo en nuestras manos un jocundo conjunto de conocimientos y noticias, bagaje del que solo un investigador de gran calibre como él puede disponer.
La primera parte del libro, por ejemplo, son crónicas recogidas de entre los siglos XIV y XIX, traídas al presente con habilidad y precisión de fino escritor, con una narrativa que tiene la capacidad de transportarnos a la fecha y lugar de los acontecimientos descritos casi que cinematográficamente, con detalles tan precisos que nos ubican al pie del personaje. Dice por ejemplo, en la página 65, tercer párrafo:
– “La cara le ardía como si soportara compresas de vino agrio, pero fray Jerónimo de Bueso, su amanuense de todas las horas, le asistía siguiendo sus pasos y llevando en sus manos una pequeña vinajera con cloruro de amoniaco que le daba en inhalación para asentarle el temblorcillo de los párpados en cada ocasión en que el buen ánimo del prelado era turbado por algún disgusto”.
Adorna la escritura, además, un lenguaje poético mesuradamente administrado, sin llegar a empalagarnos. Tenemos por ejemplo, en la página 45:
– “… don Ignacio se preocupaba cuando lo veía hundido en sus evocaciones que duraban varias horas, en las cuales perdía su mirada en los bucles del mar hasta cuando hacían guiños las primeras estrellas de la noche”.
Y en la página 117:
– “Ya la noche había disuelto toda su negrura”.
Página 185:
– “ … y en las fogatas, las últimas brasas se cubrieron con un arropijo de cenizas”.
Cita de la página 252:
– “Cuando las primeras luces de la madrugada moreteaban los cerros más altos”.
Página 262:
– “De pronto un mechón prendido quemó el cielo”.
Encuentro precioso ese lenguaje descriptivo empleado en este primer capítulo, especialmente, y el segundo, para tejer, como filigranas de oro, historias de un pasado remoto y otras no tanto.
Hecha mano de las figuras literarias con una facilidad asombrosa. Como aquella prosopopeya que encontramos en la página 79: – “Era una libertad con hambre”.
O esta metáfora sinestésica de la página 87: – “Trató de abrir los ojos y no pudo porque la vida se le iba en un manantial de sangre que se bebía la tierra sofocada por los ardores del intenso verano”.
Y la hipérbole, cuando dice, en la página 98: – “ … y allí tendido en su canapé … estaba el cuerpo del licenciado Zurita, con una alfaguara roja que le salía de la boca”.
O cuando con inocultable ternura, utilizando un tipo de sinécdoque, se refiere a esos “techos de casas de dos aguas con cobijas de palma”.
El símil, cuando menciona unas “piernas impedidas por el óxido de los años”.
El aforismo, como cuando la mujer de Antonio Urrutia sentencia: – “El revólver es para uso propio, como el cepillo de dientes”.
La imagen, por ejemplo: – “… sorbía la sopa caliente con ruido de albañal atascado”.
El paralelismo sintáctico. Ejemplo: – “… con sus 80 años a cuestas sobre sus pies de 80 años”.
La antítesis. Ejemplo: – “… lenguas que se hablaron después en una antigüedad más joven”.
Escribe Rodolfo de alguien que es: – “… como aquellos sabios que conocían lo desconocido. Esta es otra figura literaria conocida como paradoja, abundantemente encontrada en esta nueva obra.
La consonancia es otro recurso literario bastante empleado en ella. Ejemplo: – “… había vivido muchas vidas en su vida”.
Y así podría seguir enumerándolas al infinito …
Nos lleva de la mano Rodolfo Ortega, en Crónicas y en Acuarelas de provincia también, al conocimiento profundo del uso de las plantas medicinales: el uso de cataplasmas con hojas de marrubio y mastranto, de tratamientos con sinapismos y sulfatos, del marañón como remedio de la irritación de la garganta, del aceite de eucalipto para aliviar el dolor ardido de la cara, las velitas de sebo para las escaldaduras, el ron de alcanfor y las hojas chamuscadas de achiote para los estragos de la gota.
El primer párrafo de la página 175 es todo un vademécum. Veamos (VER LIBRO).
Además se observa en el autor la exhaustiva investigación realizada por él sobre la geografía regional, las localidades, sitios, distancia entre ellos, topografía, clima, detalles de la flora y de la fauna, en una palabra: el bioma o paisaje bioclimático escenario de cada una de sus narraciones.
No escapa a su conocimiento y se desborda en detalles también del recetario gastronómico provinciano.
La muerte ronda en casi todas las historias de este compendio de crónicas. En la cama o en la calle, a traición o en franca lid, en la guerra o de la mano suicida. Las muertes a borbotones de épocas aciagas cuando chulavita, pájaros y mano negra eran tan tenebrosos como águilas negras, AUC, paracos o el serial de comandantes de los 30 hasta 40.
Rescata del olvido oficios y términos que en boca de mi abuela fueron tan comunes y hoy los evoco hermosamente sonoros, como: partera (el oficio de Juana Arias y del doctor Hermes Pumarejo), champan (pequeña embarcación a motor para viajar por el río), esquela (una breve carta), polleras de ñapanga (las faldas de las mulatas), cordobanes (pieles curtidas de cabra), antiparras (gafas), cataplasma (medicamento de consistencia blanda de aplicación tópica), la toalla de doble cuerpo, matalotaje (por equipaje) y viejos medicamentos como el ungüento de Unducuprín, las pastilas de Alarén y el linimento Sloan.
La segunda parte del libro, Acuarelas de provincia, recoge acontecimientos del siglo XIX, dándole crédito como fuentes de memoria a personajes como Abigail Escalona y Luis Alberto Armenta.
“La historia del prefecto” es un perfecto ejemplo de la literatura latina, caracterizada por ser cargada de detalles. Lo vemos en la página 167, en una rica prosa en que nos cuenta que “Juanito Iguarán, cacique absoluto de la provincia de Padilla, desde Riohacha mandaba en todo: en el fallo de los jueces, en el vuelo de los alcatraces, en el desove de las tortugas, en las rancherías de los indios guajiros, en la mercancía de los contrabandistas, en las serenatas de los novios, en los movimientos de la chichamaya, en los cayucos de los pescadores de lebranche, en la voluntad de los electores …”.
No puede faltar la mitología, la leyenda, el esoterismo, y ahí están presentes en los conjuros como el de la invisibilidad, el del perro andón y el de la gallina con pollos, el hombre que hacía oro con los dedos pues poseía el secreto de la piedra filosofal, las pócimas mandrágora para atraer pareja, la bolsita de artemisa para evitar los infartos, el humo de goma vegetal quemada con esencia de sándalo para alejar los espíritus, la guatila aplicada en ron amarillo para volver loca a la gente, el canto del guacaó presagiando una muerte cercana, el vuelo sereno del colibrí anunciando una alegría futura y el de abejón negro una visita próxima.
Este libro es una delicia.
Un herbolario encontrará en esta obra el inventario completo de nuestra flora silvestre.
El gracejo y la picaresca local están presentes en la evocación de las travesuras de Hugo Carrillo, Chiqui Villazón, Cuco Medina, El Nene Arepa, Álvaro de Jesús Castro Castro, David Reales, El Nene Arregocés, en los tiempos de cuando rompían las tejas de las casas coloniales de la plaza por andar cazando palomas, o cuando ponían lazos de alambre dulce como los de cazar conejos, en los callejones cercanos al Cine Cesar, para que la gente se cayera, o cuando le ponían hojas de paico al vino de misa en los tiempos del muy querido padre José de Sueca.
Pero para reír a carcajadas usted se tienen que leer “Metempsicosis” (a partir de la página 371) y “Arte dramático” (página 377).
La manera cómo pone en valor lo esotérico es realmente dramática. Escuchen lo que escribe en la página 381, último párrafo: (VER LIBRO).
Todas esas acuarelas literarias de provincia hacen parte de un solo corpus, aunque todas, individualmente, son un todo en sí mismas. Es decir, se pueden entender y comprender aisladamente.
Como dato curioso, encontré, por primera vez en la literatura nuestra, en la página 291, una cita de la “megalíptica escultura que El Pibe (Santander Durán Escalona) descubrió en cerro Murillo, o Morillo, donde también habitaría nuestro propio Cromagnon, nuestro propio Esalabón Perdido, Hombre de Java que terminó siendo solamente un simple hombre del Javo.
Finalmente, en 27 Cuentos breves o analectas, como el autor los llama para hacernos notar que son una colección de trozos selectos de materias literarias, nos transporta al Valledupar que tenía apenas 3 barrios, que serían La Garita, El Cerezo y El Cañaguate.
Con hábil imaginación entrelaza hechos y personajes que todos conocemos. Sabido es que de la nada nada surge. El cuento tiene algo de realidad y para ser creíble, mucho de ficción. Es así como salen a relucir el diamante del pisacorbatas de Ernesto Palencia Carat que terminó incrustado en el canino derecho de Diomedes Díaz, el San Patacón que terminó en las muelas de Gustavo Arregocés en un hambre canina que lo acosó un Domingo de Resurrección en medio de una resaca monumental, las bebetas en la casa de Petra Arias, la máscara de toro que Tamayo se probó para salir en carnavales pero que tenía dos alacranes adentro que lo privaron.
En una época como esta, signada por la economía de las palabras, lo que quiere decir, por una mala escritura, encontrarnos con la exuberante narración de Rodolfo Ortega es un deleite para el espíritu.
Cada renglón, cada párrafo destila sapiencia, conocimiento, sabiduría, que son tres estadios distintos: la sapiencia, que lo lleva a tener una conducta prudente; el conocimiento, el tener noción de las cosas, y la sabiduría, que es el grado más alto del conocimiento.
Tuvo el cuidado, nuestro cuidadoso escritor, de ir llamando a Valledupar con los nombres que, según la época, tuvo nuestra ciudad: Valle de Eupari, Valle Dupar, Valledupar, nombre actual.
Leer este libro ha significado para mi una catarsis.
La entrega episódica de sucesos, sentimientos y emociones, permanecerán en mi como un eco de lo que fuimos y de lo que somos.
Por demás, es un libro accesible a hombres, mujeres, niños y adultos por igual; su permeabilidad es universal porque la fibra de la que está hecha atañe a la condición humana tan impredecible como pocas otras manifestaciones: la pasión como ingrediente primordial, como hilo conductor a través del cual se interconectan estas historias que desde su buhardilla pone a consideración nuestra, Carlos Rodolfo Ortega Montero.
Tendría tantas cosas más que comentar, pero yo creo que ya he abusado bastante de su tiempo y de su paciencia. Gracias. Muchas gracias.

FELICITACIONES LOLITA HICISTES UNA GRAN EXPOSICIÒN DE ESA MAGISTRAL OBRA DE RODOLFO ORTEGA, USTEDES ESTAN ENRIQUECIENDO NUESTRA CULTURA VALLENATA Y LA ESTAN DIFUNDIENDO POR EL MUNDO, SIGAN EN ESE PLAN QUE LAS NUEVAS GENERACIONES DEBEN CONOCER TODO LO QUE ENGRANDECE NUESTRO FOLCLOR .
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