YEGUAS DE DIOMEDESPor: Mary Daza Orozco*

Me gusta leer al colega Julio Mario Celedón, es genuino en su lenguaje y en los temas que trata, sin arrogancia, ni ofensas. Así leí su última columna publicada: El poder de la palabra; siempre me ha llamado la atención el tema, me inquieta; pero hoy, con todo respeto, quiero hacer unas precisiones sobre dos pasajes, mitológico y literario, a los que alude el columnista.

Dice que no encuentra la anécdota de los caballos que se comieron a su amo, anécdota que utilizó Diomedes Díaz en uno de sus cantos. Bien, hay un cuadro famoso “Diomedes devorado por su caballos” del pintor Gustavo Moreau, que hace alusión al tema, se exhibe en el museo de Rouen.

En la mitología griega encontramos que Diomedes rey de Tracia, era un gigantón, hijo de Cirene y Ares; tenía cuatro yeguas que vomitaban fuego y él las alimentaba con carne humana de los extranjeros que llegaban a sus predios, hasta cuando Hércules o Heracles, entre sus doce trabajos, recibió la orden de Euristeo de que le llevara las cuatro Yeguas de Diomedes. Hércules cumplió el encargo, su octavo trabajo, y se llevó las yeguas, mató a Diomedes y les dio su carne a las yeguas que inmediatamente se volvieron mansas. Euristeo las dejó en libertad. Es un pasaje apasionante, como todos los de la mitología griega.

En cuanto al cuento que le narró Amalita, se nota que ella, gran lectora, se leyó uno de los cuentos menos conocidos de Gabriel García Márquez, el Nobel lo concibió, en una reunión para explicar cómo se logra las historias, algunas pueden partir de una frase, de un presentimiento.

Lo resumo: Cuenta que una señora mayor, se levantó medio aburrida y mientras le servía el desayuno a sus hijos, ellos le preguntaron qué le pasaba y dijo que tenía la sensación de que en ese pueblo iba a suceder algo muy grave. Ellos se rieron y dijeron: ´son presentimientos de vieja´

El hijo mayor lo comentó en el billar, al no hacer una carambola sencilla dijo que estaba preocupado porque en el pueblo iba a pasar algo como dijo su madre; del billar todos fueron a sus casas con la misma preocupación; el pueblo todo estaba sobrecogido. Un hombre dijo yo soy muy macho y me voy, todos siguieron su ejemplo, pero unos dijeron si llega alguna maldición que no le caiga a esta tierra y prendieron fuego a sus casas; se quemó todo el pueblo y la vieja de la premonición dijo: “Yo lo dije, que algo muy grave iba a suceder en este pueblo”.

Con ese aporte, especialmente en el cuento se ve el poder de la palabra de la que habla Julio Mario en su buen artículo; aunque personalmente tengo mis dudas, a ver: si es tanto el poder, ¿por qué cuando compro un billetico de lotería y digo en mi casa, a voz en cuello, ‘me la voy a ganar´, no le acierto ni a un numerito?

Mary Daza Orozco/El Pilón