El anhelo y la afición son los verdaderos padres del triunfo.
POR: JORGE CARRASCAL PÉREZ

En ocasiones escuchaba, complacido y alegadamente, las armónicas notas que Rafael Álvarez le iba sacando al acordeón. Su sonoro hechizo musical iba en aumento cada vez que lo escuchaba, hasta que en no sé qué momento, como un resplandeciente juego de pólvora, explotó mi deseo de ponerme a descifrar los enigmáticos vericuetos de aquel fascinante instrumento.
Por esas casualidades que tiene la vida, un 16 de julio cuando en Ocaña los choferes celebraban el Día de la Virgen del Carmen, su patrona, oí las vacilantes notas salidas de un acordeón. De inmediato deduje que el ejecutor no era Rafa sino un principiante de aspecto extranjero: alto de estatura, delgada constitución, pelirrojo, piel blanca salpicada de pecas, y sonrisa sugestiva. ¡Es Jorge Castilla “el cabeza e’ fósforo”!, me contestó Jorge “panocha” Bayona cuándo le pregunté quién era el que tocaba el acordeón. Mañana amanece sin un peso en el bolsillo, todo se lo gasta en trago, añadió “panocha”. Dicho y hecho, exactamente a la semana siguiente, vi el acordeón en la compraventa “El desvare”. ¿En cuánto está empeñado? En diez pesos, y podría jurar que ahí se quedará porque conociendo el dueño no va a tener con qué sacarlo. ¿Y si te doy doce pesos, me lo vendés?. Claro, dijo mientras lo bajaba de la estantería para que viera su estado y oyera el sonido. Con los cinco pesos que tenía ahorrados, más los otros siete que me dio papá, completé la suma que me hacía dueño de aquel anhelado Hohner.
Vivíamos en el barrio San Agustín, en la casa que papá le había comprado al doctor Ramón Cabrales Pacheco. En el segundo piso existía un cuarto con baño y closet, ocupado por mi hermano Roberto y yo. Desde el preciso instante en que tuve en mis manos el acordeón, el closet se convirtió en el sitio idóneo de aprendizaje. La casa pasó de ser un lugar apacible a una zona con un incesante sonsonete. Al pacífico silencio lo espantó un belicoso tropel de notas. A toda hora se percibía la repetición de la misma canción hasta aprenderla y perfeccionarla. Terminado este extenso e impetuoso proceso, formé un conjunto vallenato con Moncho Castro en la caja, y Juancho Ramírez en la guacharaca.
Con el tiempo variaron los integrantes. A Moncho lo reemplazó Nacho Giraldo, y Carlos Díaz a Juancho. No había fiesta de cumpleaños, baile familiar, serenata de reconciliación, festejo en carnavales, a los que no nos llamaran. Cito un hecho especial. El 25 de diciembre, fecha del cumpleaños de Manuel Guerrero, padre, no fallaba la invitación y por supuesto nuestra presencia. Añado: Hasta en los grados en la Escuela Normal Femenina de Tunja fuimos a parar. La fama es una cosa jodida.
Ahora viene otra época. El maestro Guillermo Abadía Morales (Antropólogo, lingüista, musicólogo, etnomusicólogo y pedagogo universitario), llega a la facultad de Artes, en donde fue profesor Especial del Conservatorio de Música, y Director del Centro de Estudios Folklóricos de la Universidad Nacional. En el trayecto de este cargo, crea, durante la Semana Universitaria, el concurso de los distintos ritmos musicales del país. Por el vallenato participamos nosotros con el título de “Conjunto Aticagua” (Acordeón, timba, caja, guacharaca). Por el original nombre, la apropiada interpretación de los 4 aires: puya, son, paseo y merengue, y la comprometida actitud de los integrantes, declaró ganadores del certamen al “Conjunto Aticagua”, expresó visiblemente complacido el maestro Abadía al momento de hacer entrega del diploma que nos acredita como ganadores.
Posteriormente nos dieron, a cada uno de los integrantes, una autorización para reclamar un vestido completo de paño de la marca Everfit, ¿o a lo mejor Valher?. De ahí en adelante no pararon de llover las invitaciones para presentarnos en reuniones de distinta índole, clubes sociales, universidades, colegios, inauguraciones, exhibiciones de ropa, matrimonios, bautizos, etc, ¡pero pagando! Cuando empecé a desjuiciarme le oí rezongar en repetidas ocasiones a papá: ¡Cómo pude dejarme convencer de ayudarle a comprar ese endemoniado aparato!
Muchos años después, mi hermana Teresa Eugenia aún afirma que “Lirio rojo”, “039”, “El testamento”, “La colegiala”, “El chevrolito”, “La brasilera” y “El hambre del Liceo”, los sabe de tanto oírlos tocar en el cuarto del segundo piso.
- JORGE CARRASCAL PÉREZ
- Ibagué julio 10 de 2023

