Por: Ignacio Cantillo Vásquez*
Comenzaré por decir que, nada en la vida, ocurre por casualidad.
Y, al hablar de la vida y obra de Ivo Díaz Ramos, esta frase sí que adquiere toda una trascendencia, tal como paso a explicarlo.
Nunca fue casualidad que naciera en un hogar donde, desde muy pequeño, se fuera impregnando del sentir y el actuar de uno de los poetas más sensibles que ha tenido y quizás tendrá la música vallenata. Yo estoy seguro que ese hecho se debió a uno de esos caprichos que tuvo el creador en su embeleco de prologar la obra de Leandro Díaz, su padre, a través del tiempo.
Ivo, según cuenta la historia, poco a poco y casi sin que nadie se lo ordenara, se fue colinchando a su padre ciego cada vez que éste participaba en esas parrandas donde resultaba novedoso observar a una persona invidente sacarle melodías a una armónica o tocar magistralmente una guacharaca, mientras de su boca, como por arte de magia, iban saliendo versos que cada vez sorprendían más a propios y extraños por su impecable métrica y su estructura literaria digna de cualquier profesor de español del siglo pasado.
Fueron incontables las tardes, las noches, los amaneceres que padre e hijo vivieron juntos recibiendo, muchas veces, como principal pago, las atenciones de la familia anfitriona y el elogio permanente que provenía de las personas que disfrutaban cada encuentro musical. Sin duda, todo eso, Ivo lo iba analizando en su mente juvenil mientras crecía su admiración por el viejo Leandro que cada vez se apegaba más a ese hijo que lo protegía de manera incondicional.
Sin embargo, debió pasar algún tiempo para que uno de esos parranderos trascendentes llamado Alfonso Cotes Queruz, atendiendo, de pronto, a otro de los caprichos del todopoderoso o fruto del efecto de los tragos o quizás de ambas cosas, se le ocurrió la genial idea de pedirle a Ivo que cantara uno de esos lindos vallenatos que había escuchado a su padre y a otros tantos músicos que de una forma genial transmitían sus sentimientos – alegrías y penas- con la sencillez de un saludo y la profundidad de un programa de cualquier gobierno.
Yo no me alcanzo a imaginar lo que ese momento debió sentir la persona que está cumpliendo 40 años de vida artística, pero supongo que debió ser similar a la que sentimos los abogados cuando, frente a unos magistrados, nos ha correspondido sustentar nuestra tesis de grado. Tal vez aquí el reto y el atortole debió ser aún mayor, pues los oyentes eran todos eruditos, conocían de versos, habían escuchado muchas veces esas canciones y, lo más importante, quién iba a debutar era, nada menos que el hijo del gran Leandro Díaz. Ignoro por completo muchos de los detalles de esa primera aparición en público, pero de lo que sí estoy seguro es que el resultado fue fenomenal y el viejo Leandro, con los ojos del alma, debió llorar de emoción al percibir que su hijo ya tenía ese tumbao, ese sabor a malanga de la Sierra del Perijá, que se requiere tener para que cada verso, como por arte de magia, sea capaz de impactar el alma de quien lo escucha.
Por lo que yo conozco, ese fue el inicio de la carrera de Ivo como cantante empírico de unas canciones que, por estar precedidas de unas historias donde se fusionaban la realidad con la fantasía, cada vez más le hacían sentir con mayor fuerza la pasión al interpretarlas. Esto hizo que, casi sin pensarlo mucho, a una corta edad y sin consultarlo con nadie, Ivo tomara una determinación frente a su futuro: Sería cantante de música vallenata y, en especial, su mayor anhelo consistiría en ser el principal interprete de las canciones de su padre, es decir, su palabrero mayor.
Hoy, después de cuatro décadas de vida artística de Ivo Díaz Ramos, el balance no puede ser mejor. Logrando superar muchísimas dificultades, compitiendo con los más grandes expositores de este folklor, manteniendo su lealtad con un estilo costumbrista auténtico, Ivo tiene ganado un trascendente protagonismo en Colombia y en muchos otros países del mundo. Es una persona que, en un medio permeado muchas veces por vicios y tentaciones, fue capaz de entender a tiempo que su compromiso era imprimirle profesionalismo a la actividad que había escogido y que para ello, además de cantar bien, debía ser un excelente ser humano. Igualmente, como el mismo lo reconoce, Dios le ha permitido contar con el apoyo de colegas, amigos y un entorno familiar maravilloso, los cuales se han constituido en su mayor fortaleza a la hora de enfrentar los retos.
Así mismo, no me parecería justo dejar de mencionar que el gran Ivo Díaz también aprendió de su padre el arte de componer canciones y hoy ostenta el título de REY DE REYES. Cada una de sus obras contienen mensaje coherentes, inspirados en vivencias, en historias, en anécdotas o en personajes reales o imaginarios, con las cuales construye versos perfectos para acompañarlos con unas melodías exquisitas que brotan de las manos de magníficos acordeoneros como lo es el gran Almes Granados, su pareja musical desde hace ya varios años.
Finalmente, quiero destacar toda la logística que se implementó para celebrar esos 40 años de vida artística del maestro Ivo Díaz, acto éste liderado por la doctora Rubby López su esposa. Fue un acto elegante, sobrio, ameno y donde el agasajado tuvo la oportunidad de compartir con los más de doscientos asistentes el sentimiento de cariño y admiración que le profesan, mientras él interpretaba canciones que engalanaban el gran salón del Centro de Convenciones Crispín Villazón de Armas en una noche pletórica de recuerdos y anécdotas.
Un gran abrazo para el gran Ivo Díaz Ramos. Que ojalá el todopoderoso le conceda una larga vida para poder disfrutar por muchos años de su compañía, su apoyo y sus canciones.

*Ignacio Cantillo Vásquez
Abogado- Compositor.
