De su origen y transformación
Por Donaldo Mendoza
En la anterior entrega, fueron dos los elementos tributarios en el curso transformador de la música, el público y la música actual, que fijan el límite temporal de la investigación: la década del sesenta. Ésta última consideración en torno a la música tiene que ver con la «música popular», así llamada porque toca las entrañas de las formas de vida, usos y costumbres, tradiciones y creencias, que se constituyen en vivencias propias de los pueblos.
Hay una frase de Jacobo Grimm (Alemania, 1785-1863) –coautor de “Cuentos de los hermanos Grimm”– que revela el genuino espíritu del pueblo: «Como cualquier cosa buena de la naturaleza, las canciones populares emanan silenciosamente de la pacífica fuerza de todos». Nos lleva a decir que el pueblo crea sus cantos, como si emanaran del subconsciente colectivo. Y el arte popular, dice Valls, “no conoce períodos, etapas ni modas que afecten sus fundamentales manifestaciones”.
Dentro de ese contexto de unidad étnica, Manuel Valls identificó dos expresiones musicales que supieron conjugar lo local con lo universal: el Fado portugués y el Tango argentino. Ambos surgidos de la entraña misma del alma popular, con inquebrantable fidelidad. Antes de referirme a esta música ‘marginal’, cito nombres que fueron pioneros de la música popular, en Europa y Estados Unidos: Maurice Chevalier, Bing Crosby, Édith Piaf, Frank Sinatra, Charles Aznavour e Ives Montand.
El Fado. Debo a mi amiga Luz María Vernaza (q.e.p.d.) el encuentro con el «fado xuxo» portugués; en efecto, a principios del noventa me regaló un cd de Amalia Rodrigues, y apenas escuché Uma casa portuguesa, fue la epifanía. El fado, nos dice Valls, nace a comienzos del siglo XIX, “y vive y halla el ambiente apropiado para su desarrollo en los barrios portuarios de la capital portuguesa”. Las guitarras y fabordas son el soporte instrumental y armónico, con la peculiar inflexión vocal de quienes lo interpretan, que produce un timbre ‘quejumbroso y quebrado’. Y quien mejor lo ha interpretado –dice la tradición– es Amalia Rodrigues (https://www.youtube.com/watch?v=D72QoWB9ft0). El lirismo y una suave saudade ponen al sensible escucha en un estado de encantamiento; asimismo, el aliento nostálgico y pesaroso de poesía lusitana: “…ante la audición de un fado recordamos inmediatamente a la Lisboa «antigua y señorial»”. Fácil es inferir que el amor y la desdicha, con un halo fatalista, hacen parte del expresivo fado.
Humilde, muy humilde, es también el origen del Tango argentino. En efecto, a comienzos del siglo XX el tango se asienta en los distritos porteños de Buenos Aires y Montevideo. Como diríamos aquí, es una música ‘barriobajera’. Su lenguaje instrumental es descifrado o, mejor, confiado a la guitarra, acordeones y bandoneón. Sobre la proyección universal de esta música porteña, dejemos que Borges nos cuente: «Oliverio Girondo y Ricardo Güiraldes… llevaron el tango a París y consiguieron que el pueblo de Buenos Aires aceptara ‘ese lamento de los cornudos’. Porque no quería aceptarlo. … Porque ninguna mujer iba a bailar eso que era un baile infame. En París lo adecentaron, lo entristecieron y después vinieron personas que se encargaron ya de cambiarlo. Como Gardel».

Y así cierro la reseña. Queda abierta la puerta a la enciclopedia sin fin de los lectores. Mucho hay por decir todavía sobre la historia y transformación de la música.
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