Por Donaldo Mendoza*

“Yo he dicho muchas veces que cuando uno
se sienta a escribir tiene que querer ser mejor
que Cervantes, porque si no, no llega a ser
sino Cervantes”.

Gabriel García Márquez

Suena a hipérbole la frase del epígrafe, pero es una verdad cabal. Tan verdadera como el juicio categórico de Rainer María Rilke: “Si te crees capaz de vivir sin escribir, no escribas”. En efecto, escribir no es un pasatiempo de fin de semana. La escritura-pasatiempo es para señoritos(as) que borronean diarios íntimos. Escribir, como lo hacen los escritores o los buenos columnistas en los periódicos, es la cosa más seria y solitaria del mundo. Un tiempo de soledad creativa.

A la pregunta, ¿cuesta mucho trabajo el proceso de escribir?, Gabo responde: «Muchísimo trabajo, cada vez más. (…) Vencer el problema de la escritura es tan emocionante y alegra tanto que valía la pena todo el trabajo; es como un parto». Aquí nace la inquietud de qué tanto corregir: «Mis primeras cosas las escribía de un solo tirón y después corregía mucho sobre el papel, sacaba copias, volvía a corregir». Está implícito que escribir es un acto de ‘honestidad’, porque a un lector crítico no le se puede llegar con cualquier cosa. Los genios de la escultura lo expresaron en la armonía del cuerpo tallado, en donde el observador no ve el mármol sino la ética y la estética. Y el crítico no dirá: ahí hubo ‘inspiración’; dirá: ahí hay ‘oficio’.

Porque, precisa Gabo, «…no se puede ser un regular escritor si uno tiene el propósito de ser el mejor escritor del mundo». Y él fue honrado al trazarse ese propósito. En su caso, se cumplía el implacable oráculo de su ‘destino’: «Desde que tengo memoria, recuerdo que lo único que quería ser, era escritor. Nunca en mi vida he sido nada distinto de un escritor». Y cuando se le preguntaba si tenía alguna recomendación para alguien que quisiera escribir, su respuesta no podía ser más pertinente: «Que escriba. Lo único que tiene que hacer una persona que quiera ser escritor es escribir. Y a escribir se aprende escribiendo».

Sobre el antiguo mito de la creación artística, la ‘inspiración’, especie de ‘soplo divino’, Gabo responde con dones: “tenacidad, disciplina, decisión de llegar a una cosa y lograrlo”. Hasta alcanzar aquello que Borges llamaba ‘simplicidad’: «Cuando uno se sienta a escribir, en cierta forma comienza mecánicamente. Y llega el momento en que uno se identifica de tal manera con el tema, que este lo arrastra y las palabras comienzan a brotar espontáneamente. Este es el misterio que no comprendo. Es lo que los románticos llamaban ‘inspiración’».

Y ante el drama mayor de este solitario trabajo, en donde se juega la suerte de eso que los críticos llaman ‘oficio’ y Gabo ‘carpintería’, confiesa: «Una de las mayores dificultades es escribir el primer párrafo. … Creo que en el primer párrafo se resuelve la mayor parte del problema posterior del texto. Todo está definido allí: el tema, el estilo, el tono…». ¿Conoce usted, maestro, reglas de gramática o sintaxis?: «Ni una sola. Tengo el sentido natural del idioma, nace con uno. (…) Sé que lo que escribo está bien construido, sé que es correcto, pero ignoro el porqué…». A esa ‘simplicidad’ hay que llegar.

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BLOG DEL AUTOR: *Donaldo Mendoza

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