Por Donaldo Mendoza*

“Esa es una de las mejores épocas de mi vida.
Esa que viví en Valledupar. Tenía dos maneras
de vivir: la una era vendiendo libros… Y la otra,
esperando que el maestro Escalona me diera de comer”.
Gabriel García Márquez

Hay en «Para que no se las lleve el viento» dos temas dominantes, muy caros a Gabo: el oficio de la escritura y el vallenato. Una obstinada presencia en las más de cien entrevistas concedidas por el escritor a medios de comunicación de todo el mundo. El vallenato le interesó como música, en particular; y como expresión cultural, en general. Y en el centro de ese universo aparece el maestro Rafael Escalona.
A principios de la década del cincuenta, Gabo llega a la provincia vallenata atraído por los cantos de Escalona y el interés de conocer la tierra de sus ancestros, por el lado materno: “Entonces conocí a Escalona… Escalona y yo trabajamos un poco juntos, hacíamos unos viajes del carajo por La Guajira, donde había experiencias que me vuelvo a encontrar, ahora con una absoluta naturalidad”. Durante esas correrías el asombro de Gabo va en crescendo, es como si hubiese visto todo aquello a través de cristales recién lavados: “…era un mundo que tenía muy nebuloso y cuando iba llegando a los pueblos, a Valledupar, a La Paz… iba encontrando: esto era lo que me decían, por esto me contaban eso… mi abuelo había matado un hombre, y recuerdo que me sucedió la cosa más jodida… Estaba en Valledupar… fue en ese viaje donde encontré todas las raíces de Cien años de soledad, y de todo…”
Hoy, hasta estudiantes de bachillerato repiten la ajada frase: ‘Cien años de soledad es un vallenato de 500 páginas’; pero sacada de ese gelatinoso lugar, Gabo da razones sólidas: “…eso no es un chiste… La verdad es que el mensaje de Cien años de soledad se transmite por un método semejante al de los vallenatos, que es el de la crónica caribe”. Y el argumento más concluyente es el que a continuación nos revela: “Hay un personaje en Cien años de soledad que es Francisco El Hombre. Durante mucho tiempo yo estuve dudando si en vez de Melquíades, introducía a Francisco El Hombre: es decir, que Cien años de soledad fuera narrada por alguien, como efectivamente es narrada en sánscrito por Melquíades”.
Vista la pasión con que Gabo habla del vallenato y se muestra agradecido de sus aportes, hay una pregunta, dictada por la curiosidad: ¿Usted nunca ha compuesto nada, maestro? Y Gabo responde con una nostalgia no disimulada: “No, componer es lo más difícil que hay. … Te imaginas meter toda una gran cantidad de argumentos en siete u ocho líneas. Esa es la admiración que le tengo a Escalona y a todos esos compositores vallenatos”.
Y articulando el epígrafe con el final de la reseña, concluyo citando palabras de Gabo, que son testimonio incontestable de la buena relación que hubo entre el que canta y el que cuenta: “Yo le he dado a Escalona algo mejor que comer, y es el hecho de que él aparece en todos y cada uno de mis libros. […] Ahora, lo que pasa es que el maestro Escalona es un genio. Estudiábamos a fondo el vallenato. … Escalona me ayudó mucho, y siempre hemos sido buenos amigos. Asistí al parto de muchos de sus cantos. Esa era una época en que él componía seguido. Estaba saliendo de uno e inmediatamente se metía en otro”.
El historial de esa relación Gabo-Escalona supera el espacio de esta columna. Hay, por ejemplo, un filón anecdótico en donde Gabo era fecundo, allí también aparece Escalona…


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BLOG DEL AUTOR: *Donaldo Mendoza

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