Por Jesús Adonis Martínez *

La Habana (PL) Cuando cae la noche el guerrillero cuelga su hamaca o, en pocos minutos, arma su caleta, una suerte de cama rústica cobijada con un toldo impermeable y un mosquitero para proteger el sueño de dos enemigos omnipresentes en la selva colombiana: la lluvia torrencial y los zancudos.

Pronto el campamento duerme y solo los centinelas quedan en pie. Para una guerrilla móvil el día suele ser agotador, con marchas de 10 o 12 kilómetros por esos senderos angostos que atraviesan la jungla amazónica.

Pero también hay que cuidarse del enemigo verdadero; de los aviones de reconocimiento y de los obuses del Ejército que pueden «llover» al menor desliz.

Por eso el silencio tempranero; por eso las linternas que apuntan al suelo; por eso los oídos atentos a los tronidos del aire y los ojos pendientes del menor destello delator…

Antes del alba la compañía (50 o 60 hombres) ya está en marcha otra vez y cada guerrillero avanza con sus tres arrobas (unas 75 libras) de armamento, material de reserva, efectos personales y provisiones colectivas.

Así lo cuenta el comandante Yuri Camargo, alias de guerra del hombre que fungió como jefe del Frente 52 del Bloque Oriental de las Fuerzas Armadas

Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) hasta su designación como integrante de la embajada de ese cuerpo armado a los diálogos de paz con el Gobierno de su país en La Habana.

Camargo -alto, de rostro cetrino, bigote breve, pelo corto y lentes ligeros- es odontólogo de formación; y, tal vez por ello, no parece gustarle demasiado abrir la boca.

Cierto que a inicios de diciembre último fue el portavoz de la FARC-EP en su denuncia de la reforma a la ley penal militar en Colombia; sin embargo, reconoce que a estas alturas sus nervios están más hechos para lidiar con un bombardeo nocturno que con la amenaza incruenta de cámaras y grabadoras.

Suda copiosamente mientras conversa con Prensa Latina en un salón del habanero hotel Palco, pero relata su historia con claridad, con la sencillez del niño campesino que -rememora- siempre vio a sus padres trabajar por un magro jornal, pues «nunca hubo la posibilidad de tener alguna propiedad», explica.

«Se la pasaron jornaleando, cuidando fincas y cosas por el estilo», recuerda Camargo; y a continuación explica: «Yo soy de la parte oriental de Colombia, de una de las zonas más pobres y abandonadas (el Meta, Guaviare, Guainía, Vichada, Vaupés), donde el estado colombiano nunca hizo inversión social y muchos campesinos buscan un pedazo de tierra para ganarse la vida».

Cuenta que a principios de la década de los 80 del pasado siglo la guerrilla apareció en la región donde vivía junto a su familia.

«Comenzaron a hablar con nosotros; nos hablaban de la situación de pobreza, nos explicaron las ideas de su lucha y nos dijeron que las FARC estaban luchando contra ese estado de cosas y por un cambio social».

«Fuimos comprendiendo esas cosas. Eso fue lo que nos impulsó a mí, dos hermanos míos y algunos vecinos a luchar por un cambio, por una mejor vida», dice en un tono cada vez más firme Camargo, quien se sumó a la guerrilla en 1983, cuando apenas contaba 13 años.

Según el guerrillero, los campesinos colombianos «no tenían prácticamente oportunidad de trabajo, educación, atención médica; no había modo de salir adelante y ayudar a los padres».

La coca era entonces su única posibilidad para obtener recursos. En esas regiones la única presencia del Estado era precisamente la del Ejército, que llegaba para reprimir y quitar a los lugareños lo poco que tenían».

«Empuñar las armas fue el camino», asegura.

La historia de Yuri Camargo ha sido la misma de muchos jóvenes de la Colombia profunda. Aun cuando tiene un puesto en la mesa de diálogo de La Habana, este combatiente de mediana edad no duda en afirmar que todavía hoy perduran las condiciones sociales que hace décadas llevaron al surgimiento de las FARC.

En el momento de su incorporación a la lucha, Camargo no contaba con una formación teórico-revolucionaria, aunque -apunta- sus padres «mantenían alguna relación con compañeros que en aquella época militaban en el Partido Comunista» y criticaban el estado de miseria en el país.

«Luego de ingresar en la guerrilla, ya uno comienza a recibir educación y va despertando de ese sueño en que lo tiene sumido el atraso», dice Camargo, quien enseguida hace notar que buena parte del pueblo colombiano es «como si estuviera anestesiado, fundamentalmente por los medios de comunicación».

«Yo, lógicamente, comencé como guerrillero raso, desempeñando labores pequeñas; posteriormente, de acuerdo con los estudios y la capacidad adquirida, uno asciende y asume cargos políticos o militares».

Camargo evoca su instrucción inicial en odontología en un consultorio de campaña, sus primeros pasos en la práctica de esa especialidad en los campamentos guerrilleros y su posterior ingreso en la Universidad Nacional, en la que -señala- matriculó «como una persona común y corriente, con mi nombre y documentación reales».

«A mi regreso a la guerrilla, ya graduado, comencé a organizar unidades de atención y recibí en el Bloque Oriental a un grupo de compañeros para instruirlos. Actualmente tenemos un gran número de odontólogos, muchos formados por mí en los inicios», afirma.

Puesto hipotéticamente ante aquella famosa disyuntiva del Che Guevara, cuando -según se lee en sus Pasajes de la guerra revolucionaria- el mítico guerrillero cubano-argentino tuvo que elegir (en plena escapada y bajo fuego rasante del enemigo) entre la mochila de medicinas y una caja de balas, Yuri Camargo duda.

Comprende el simbolismo de la elección y los apuros de aquel instante en que el Che decidió cargar con el embalaje de municiones; pero decide responder -acaso salomónicamente- que tanto la pericia y los pertrechos militares como la capacidad y la consagración médica son imprescindibles para sostener una guerra irregular frente a un ejército convencional.

Desde su doble condición de comandante y odontólogo, Camargo explica que el sistema sanitario de las FARC-EP está basado en la movilidad, una característica imprescindible en las condiciones de lucha guerrillera.

«Usamos equipos odontológicos portátiles, plantas eléctricas móviles e instrumental básico, materiales que pueden trasladar seis o siete personas; además aprovechamos todos aquellos recursos que la naturaleza nos ofrece».

No obstante, aclara que la guerrilla posee mecanismos para la adquisición de aparatos y medicamentos que provienen del exterior.

En lo que respecta a la medicina general, indica que las FARC cuentan con compañeros médicos, generales, anestesiólogos, ortopedistas…, quienes desarrollan su labor en todas las áreas en conflicto.

«Tenemos hospitales móviles; desarrollamos campañas quirúrgicas durante las cuales se atienden casos de cirugía ambulatoria en diferentes zonas, y, claro, también existen sitios acondicionados para operaciones más complejas», resume Camargo.

El guerrillero -ya mucho más cómodo ante la grabadora- se extiende en su explicación e indica que las FARC llevan a cabo acciones cívico-militares, mediante las cuales ofrecen atención médica a habitantes de zonas intrincadas y asimismo a compañeros perseguidos por el Gobierno, quienes no pueden acceder a los servicios sanitarios de las ciudades.

Por otro parte, Camargo asevera que la guerrilla posee estatutos que «obligan a respetar la integridad física y moral» de los adversarios, ya sean heridos en combate o prisioneros.

Es igualmente un deber prestar atención médica a los efectivos enemigos, de acuerdo con nuestras posibilidades, sostiene.

Así el representante en la mesa de paz de La Habana responde a las declaraciones de miembros del Ejército, quienes meses atrás acusaron a las FARC-EP de no reciprocar las atenciones de salud brindadas por las fuerzas regulares a guerrilleros heridos o prisioneros.

Casi al final de la entrevista, Camargo -médico y líder castrense como sus camaradas Mauricio Jaramillo, jefe del Bloque José María Córdoba, y Timoleón Jiménez, Comandante en Jefe de las FARC-, se muestra esperanzado en la ruta que siguen las conversaciones de paz, las cuales se reanudarán el próximo 14 de enero.

«Precisamente, estamos trabajando ahora con el Gobierno para definir qué políticas deben aplicarse en esas regiones durante muchos años abandonadas a su suerte», dice.

Y solo se le nubla el rostro cuando se le recuerda la reciente ampliación de los fueros militares porque ese «blindaje» puede ser sinónimo de «más impunidad, desapariciones, masacres…», subraya.

Terminada la conversación, el combatiente se relaja y toma un café fuerte, a la cubana. Dice que ya casi se acostumbra a beberlo así, pero todavía.

Le pasa lo mismo con la cama blanda en que duerme cada una de sus noches habaneras, con la ropa que lleva puesta, con el servicio que puntualmente arregla su habitación…, con todo.

Yuri Camargo nació con otro nombre en una casa de campesinos pobres y desde los 13 años pernocta en su caleta guerrillera, allá en las selvas colombianas.

*Periodista de la redacción América del Sur de Prensa latina.