Por: Alejandro Gutiérrez De Piñeres y Grimaldi

Desde muy temprana edad y específicamente en la década de los años 60′, solía sintonizar a diario en mi Ocaña natal, en un horario nocturno, una Radiodifusora de Santa Marta llamada ‘Ondas del Caribe’, en la cual se emitía un programa denominado «Así canta el Magdalena». En ese entonces no existían los departamentos de la Guajira y del Cesar. Daba gusto escuchar a auténticos juglares, cuyos cantos propios o de otros autores,
eminentemente costumbristas, narraban sucesos reales acaecidos en sus terruños y, todo ello, marcado por un estilo propio, con creaciones donde cada cual hacía gala al mezclar sus propias sonoridades, emanadas de la combinación particular de los pitos y bajos, con los cuales fueron creando sus propias fanaticadas, que en un principio se limitaban a los pueblos del Caribe colombiano, pero que gradualmente se fueron extendiendo por todo el territorio nacional y, posteriormente, traspasar las fronteras patrias.

Desde niño mis inclinaciones musicales se fueron aproximando a los aires musicales del Caribe colombiano y las Antillas mayores (Cuba, Puerto Rico y República Dominicana), pero de igual modo por la música andina y llanera de mi querida Colombia. Debo admitir que, en gran medida, el hecho de haber cursado mis estudios de secundaria en el Colegio JOSÉ EUSEBIO CARO de Ocaña, donde llegaban decenas de jóvenes procedentes de departamentos como Guajira, Magdalena, Atlántico y Bolívar, contribuyeron en gran medida para apreciar la belleza de sus creaciones folclórico – musicales y sumarme a ellas.

En ese período importante de mi vida, solía aprenderme las canciones de esos maestros acordeoneros que más se destacaban, entre mis favoritos por sus notas y melodías singulares, de auto-didactas, estaban en primer lugar «Colacho» Mendoza y Luis Enrique Martínez. Siempre atento a las nuevas producciones que salían al mercado, en grabaciones de acetatos, producidas en las casas discográficas de la época (Curro, Fuentes, Sonolux, Carrizal, Orbe, etc), adquiría cada L.P. (Larga Duración), dando prelación a los citados artistas, pero también a los que hoy denominan músicos sabaneros, como Alfredo Gutiérrez y Aníbal Velásquez.

Durante años aprendí los cantos de Rafael Escalona, interpretados por ese magnífico Trío de Bovea y sus Vallenatos, acompañados por el acordeón magistral del gran «Colacho» Mendoza. Así mismo, cuando le dió por introducir el Bombardino en algunas grabaciones, también acompañando a Isaac Carrillo o, el mismo vocalizando sus propias composiciones.

DESPEDIDA (Paseo)
Autor: Luciano Gullo Fragoso
Acordeón y canto: Nicolás «Colacho» Mendoza

GUAYABITO (Merengue)
Cantautor: Nicolás «Colacho» Mendoza

El hecho de haber sido el músico favorito de personas pudientes de Valledupar, condujo a algunas personas a señalar que los triunfos obtenidos por «Colacho», se debían básicamente al apoyo que ellos le proporcionaban.
Esa atmósfera creada por unos resentidos, que no aceptaban las capacidades de un músico de gran calidad, tanto artísticas como personales, creando una imágen distorsionada, lo cual condujo a que el día de la final del Primer Concurso «REY DE REYES» del Festival de la Leyenda Vallenatos, ese grupúsculo de desadaptados arrojase piedras y botellas, sobre la tarima, donde «Colacho» se erigió como primer ganador del mencionado concurso.

A raíz de ese hecho bochornoso, se produjo un alud de comentarios en diversos medios de comunicación, unos a favor y otros en contra. En virtud de lo que estaba ocurriendo de forma inverosímil, opté por escribir un artículo en defensa de todo un caballero, como lo fue «Colacho», el cual fue publicado en el Diario Occidente de la ciudad de Cali. Un ejemplar del mismo, lo remití a Doña Consuelo Araújo-Noguera, quien dirigía en una Emisora de Valledupar, su propio programa. Ella, tras haber leído el mismo y comentarlo, le hizo llegar dicho artículo a las manos del propio «Colacho». Éste, al percatarse de su contenido, obtuvo mi número telefónico y, sin meditarlo 2 veces, me hizo una llamada directa a mi residencia en Cali, para confesarme: «Señor Piñeres:
He recibido de parte de Doña Consuelo Araújo-Noguera, el artículo escrito por usted, el cual ha sido motivo de enorme alegría en mi alma. Aunque son muchos los escritos que se han publicado en mi defensa, el suyo me produjo un gran impacto y emoción en mi corazón, pues he derramado muchas lágrimas de gozo, al leer sus bellas palabras, que me reconcilian conmigo mismo. ¡Gracias mil !

A continuación «Colacho» me formuló una invitación para que fuese a Valledupar, y poder tener una atención especial para mi persona. Ella se cumplió cabalmente. Viajé a la capital del Cesar, «Colacho» me llevó a la residencia de mi hermano Flavio, donde me hallaba hospedado, un preciosos regalo, luego en horas de la noche me condujo con todo su Conjunto musical, al Club Valledupar, me presentó a Don Dario Pavajeau y a muchos de los socio allí presentes. Acompañado de Leandro Díaz e Ivo su hijo, de Wilber Mendoza y el resto de integrantes de su agrupación musical, nos deleitó con un repertorio de maravilla. A las 5 am, cuando ya concluyó su compromiso con el Club, fuimos a parar a una residencia y continuar la parranda ilimitada, donde también hubo espacio, para que yo cantase un tema.

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CORTESÍA DE: ALEJANDRO GUTIÉRREZ DE PIÑERES

BLOG DEl AUTOR: Alejandro Gutiérrez de Piñeres

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