Por Donaldo Mendoza
«Juglares contemporáneos» es el título de un impreso que oscila entre libro y revista, en razón de su concepción textual y fotográfica. Su autor es el artista y escritor vallenato Jacobo Solano Cerchiaro. Fue publicado en Barranquilla en 2012, en su primera edición. “En una cuidadosísima edición de lujo, 128 páginas en color, cargadas de exclusivas fotografías y diseño”. Destacaría también el trabajo decoroso de los correctores de estilo y ortografía. Sólo escapó un detalle, no menor: tan pronto se abre para leer, la encuadernación deja ver su falencia. Ojalá las siguientes ediciones, si las hay, hayan superado ese ‘detalle’, la obra lo merece.
En la presentación, Jacobo Solano nos ilustra con la naturaleza original de los juglares de Occidente en la Edad Media, cuya ‘filosofía’ era “transitar provincias enteras cantando y contando lo que vivían”. Y los emparenta con sus pares, en las provincias de Cesar, La Guajira y Magdalena, “que van de pueblo en pueblo, a lomo de mula, interpretando merengues, paseos, puyas y sones que nacen de la poesía inspirada por la mujer y la naturaleza”.
A propósito de ‘poesía’, vale la pena establecer semejanzas y diferencias entre la composición (cantos) y el poema (lírica). Hay afinidades en cuanto a la forma, como le explica Daniel Celedón a Rosendo Romero, jovencito aún: «…en las canciones vallenatas los versos tienen que rimar: tienes que coordinar el primer verso con el tercero, el segundo con el cuarto, le pones un coro y un estribillo». Para no desanimar al joven compositor, Daniel omitió la camisa de fuerza de la métrica. En eso el poema clásico y el canto vallenato se parecen; como también comparten temas: el sentimiento, el amor y el desamor, la naturaleza, la mujer, el paisaje… Y coinciden en recursos literarios (imágenes, metáforas, hipérbole, símil/comparaciones, personificación…). La abisal distancia está en lo expresado: el compositor dice, describe (a veces con muchas palabras); mientras que el poeta insinúa, es sugerente; y, en general, lo hace con pocas palabras. Llamar ‘poeta’ a un compositor tiene más de lisonja que de verdad.
En los compositores seleccionados por Jacobo Solano es notoria esa diferencia. Lo mismo en los juglares que tienen un talento natural (Leandro Díaz, Náfer Durán…) como en los que, además de talento, tienen una formación académica y lectora notables (Rita Fernández, Santander Durán…). El compositor aspira a que sus cantos sean grabados en disco, en tanto que el poeta le apuesta a la publicación de un libro. Para el compositor es fundamental el ritmo y la rima, que soportan la melodía; para el poeta, en cambio, el ritmo es el aliento de una música interior, más próxima al silencio que al ¡uepa jé!
Hay un leitmotiv en esta obra que funge de hilo conductor, a fin de mostrar el antes y el ahora en la tradición vallenata. En los llamados ‘clásicos’, el amor o el desamor, la mujer que encanta o desencanta, el campo, la naturaleza y el paisaje…, son temas fundacionales del canto; y el folclor vallenato justifica al juglar, le dice que valió la pena vivir. Estos juglares, en general, hacen de la humildad y la sencillez su filosofía. En tanto que el compositor ‘moderno’ es otra cosa, otra filosofía. Santander Durán, el más académico del grupo, es quien mejor, según mi criterio, define el vallenato moderno: “…se volvió muy urbano y ha perdido la esencia simple de cantar a las cosas cotidianas… vemos cómo las canciones pasan y la gente no las recuerda…” Rita Fernández parece confirmarlo: “…una producción va enterrando la otra… las producciones sintéticas han ido cambiando la visión…”
Entre la crónica y el reportaje, Jacobo Solano Cerchiaro deja tiempo y espacio para una reflexión crítica, a través de la vida (sus vicisitudes) y la obra de catorce compositores e intérpretes vallenatos, en el marco histórico-cultural de la década del sesenta del siglo XX: Leandro Díaz (la transición), Gustavo Gutiérrez, Marciano Martínez, Rita Fernández, “Chente” Munive, Náfer Durán, Edilberto Daza, “Wicho” Sánchez, Rosendo Romero, “Chema” Ramos, Sergio Moya, Santander Durán y Miguel López.
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