Por Osmel Martínez.

En la ciudad de Bogotá, donde el frío obliga a la memoria a buscar abrigo en los recuerdos cálidos del Caribe, vive un hombre que no ha permitido que su alma costeña se le enfríe. Su nombre es Ramiro Elías Álvarez Mercado, y aunque sus pasos resuenan sobre los adoquines capitalinos, su corazón sigue descalzo, caminando por las calles polvorientas de Planeta Rica, Córdoba, su tierra natal, donde el tambor y el verso crecen como mangos silvestres en el patio de la casas.

Ramiro no escribe: pinta con palabras, sopla brisas con tinta, y le pone alma a los silencios del folclor. En cada línea que traza, en su pluma se siente el canto de un juglar, el silbido de una flauta de millo, la risa de un acordeón bien tocado. Leerlo es como sentarse en la puerta de una casa de bahareque a escuchar historias contadas al vaivén de una hamaca, con el olor a café recién colado y el murmullo lejano de una parranda de antaño.

Pero Ramiro no se escribe a sí mismo. Él escribe a los otros. A los que cantan y ya nadie escucha, a los que hacen versos en la sombra, a los juglares que nunca grabaron disco pero dejaron su legado en una plaza o en un taburete. Él les da nombre, rostro, alma. Es un rescatista de la cultura oral, un arqueólogo del alma caribeña, que cava con amor en los territorios del olvido para sacar a la luz a esos artistas anónimos que son parte esencial de nuestro ADN cultural.

Trabaja como sommelier en «El Viejo Bandoneón», y no es casualidad. Así como distingue aromas, texturas y memorias encerradas en una copa de vino, distingue también el espíritu del pueblo escondido en una estrofa, en una décima, en una anécdota contada a media voz. Por eso lo llamo —con el respeto que me merece— el sommelier de la vid del folclor. Porque Ramiro cata canciones sin melodías, versos sin partitura, y nos sirve en copa alta el alma del Caribe.

Escritor sin estridencias, cronista de lo esencial, compositor sin guitarra, Ramiro es una vitrina de lo auténtico. Sus palabras no se oyen en la radio, pero resuenan en la conciencia de quienes entendemos que sin memoria no hay identidad, y sin identidad no hay mañana. Su estilo tiene ecos de Gabo, de David Sánchez Juliao, de McCausland… pero es Ramiro en esencia, porque nadie camina por la orilla de un río con tanta devoción por contar las historias que fluyen con él.

Este escrito es, más que un homenaje, un agradecimiento profundo. Por no claudicar en la tarea de contar lo nuestro. Por entregarse con pasión al rescate del folclor caribeño. Por ser un puente entre generaciones, entre el pasado que no se quiere perder y el futuro que necesita saber de dónde viene.

Gracias, Ramiro, por ser palabra viva del Caribe.

Atte: Osmel Martínez, consultor en marketing branding y desarrollo comercial, músico y locutor de radio.

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