«Lucha por las cosas que te importan, pero hazlo de una manera que lleve a otros a unirse a ti»: Ruth Bader Ginsburg (abogada y jurista estadounidense)
Ramiro Elías Álvarez Mercado*
Hay nacimientos tan silenciosos que parecen un susurro, y sin embargo cambian la historia. Hay cantos que no esperan aplauso, pero abren caminos. Y hay mujeres que, aun sin escenario, ya traen dentro de sí un pedazo de eternidad. Así comenzó esta historia: como un relámpago tibio, como una grieta luminosa en el cielo sonoro del vallenato, un género que durante décadas se narró con voces masculinas, dejando a la mujer al borde del relato: musa, susurro, rumor, sombra. Pero ninguna sombra es suficiente para apagar a quien nació destinada a cantar. El vallenato, esa música que es memoria, viento y herida, tenía una deuda profunda. Las mujeres componían en silencio, tocaban en patios sin testigos, cantaban en amaneceres que nadie grabó. Sin embargo, la vida tiene un modo misterioso de honrar a quien insiste, y esa insistencia tomó forma el día en que la compositora arubeña Glenda Zavala Maduro decidió que ya era hora de romper el cerco, que las mujeres tenían canto de historia y un derecho legítimo a ocupar el lugar que siempre les perteneció.

Glenda , presidenta del proyecto, comprendió que ningún folclor puede llamarse completo si margina la mitad de su alma, y por ello fundó un hogar musical para las mujeres: un espacio donde cantar no fuera un permiso, sino una declaración de existencia. A su lado, y haciendo latir esta visión con una fuerza inquebrantable, apareció la licenciada venezolana y mujer de micrófono Belinda Olano, vicepresidenta del proyecto y directora de Estampas Vallenatas, una voz firme y amorosa que convirtió la difusión del folclor en un acto de militancia cultural. Desde su emisora, desde su página, desde su pasión por Colombia, la música y la identidad, Belinda se volvió puente, altavoz y raíz. Una guardiana del proyecto, una luz que lo mantiene vivo, vibrante y creciente.
Pero este sueño no germinó solo en voces femeninas. Hubo también un grupo de hombres, compositores sensibles, respetuosos y convencidos que ofrecieron sus obras como un acto de fe en la igualdad y en la belleza compartida. Hombres que entendieron que apoyar a la mujer no quiebra la tradición: la fortalece. Entre ellos brillan Manlio Enrique Añez, Álvaro Pérez Vergara, Julio Díaz Torrejano, José Abuabara, Darío López Ecker, Eustorgio García, Charly Rodríguez, Raúl “El Peke” Torres, Miguel Márquez Paternina, Leonardo Díaz, Alex Medellín, Alberto Sánchez Plaza, Nicolás “Colacho” Araújo, José Mercado Porras, Eduardo Méndez, Héctor Romero Bayuelo, Guadis Carrasco, Víctor Teherán, Leonel Barreto y otros que apostaron por un sueño que no pertenece a un género, sino al folclor entero.
Junto a ellos, los acordeonistas guardianes del tiempo y del alma vallenata dieron vida al pulso esencial de cada canción con una entrega impecable y mucho profesionalismo. En las grabaciones del proyecto han dejado su huella. Marcos Jiménez, Jader Aldana, Dairo Meriño y Yovany Ortega, sumándose al trabajo de Producción en Estudios Helber Pinedo en Montería, Córdoba, MG Studios – Guadis Carrasco Productions en Sincelejo, Sucre. Y LP producciones de Raúl «El Peke» Torres, Valledupar, Cesar. Cada uno sopló en el fuelle con respeto y devoción, honrando el instrumento que une al vallenato con la historia.
Y aunque este proyecto tiene muchas raíces, su verdadero corazón lo tejen las voces femeninas que ya no cantan desde el patio sino desde la historia. Son ellas: Karito Domínguez, Michelle Comas, Ángela Orozco, Érika Berrío, Miriam Negrete, Monita Castro, Estrella Cantillo, Malbi Blanco, Marta Solano, Mirley Rodríguez, Jacque Romero, Linnett Acebey, Gisseth Molinares, Adaléxis García, Aury de la Cruz, Patricia Merlano, Bau Gutiérrez, Yissell “La Voz Rosa”, Naima Luz Cotes y Nataliana Vargas. Cada una aporta un matiz, una raíz distinta, una emoción nueva al árbol madre del folclor.
Cuando una mujer canta vallenato con seriedad y respeto por el arte, algo en el universo se acomoda. Se endereza una verdad antigua, se alivia una memoria cansada, se rescata una raíz que parecía dormida. Su voz no solo interpreta: funda. Su acordeón no solo suena: convoca. Y sus composiciones no solo cuentan una historia: la reescribe desde adentro. Voces Femeninas del Folclor no es, entonces, un proyecto musical. Es un gesto de justicia. Es una reparación espiritual. Es un acto de memoria y también de futuro. Lo que empezó como una chispa para darle figuración a la mujer en el canto y la composición vallenata, hoy es una realidad innegable: una fundación internacional con cuatro trabajos discográficos, nacidos del sacrificio, la terquedad luminosa y el amor profundo por el folclor.

Este movimiento no se detiene porque no pertenece a una persona, sino a un legado; porque no depende del favor de nadie, sino del derecho de todas; porque mientras exista una mujer con un verso atorado en el pecho, el vallenato tendrá un camino por abrir. Y de esta manera, Voces Femeninas del Folclor se alza hoy como un faro, un relámpago que sigue abriendo el cielo, una constelación que crece con cada acorde, con cada garganta, con cada mujer que decide cantar su verdad. El vallenato ya no puede contarse sin ellas, ni debe, ni quiere. Porque el futuro del folclor, ese que late entre el río, el viento y la tierra caliente del Caribe colombiano también tiene voz de mujer. Una voz que ya no pide espacio: lo ocupa. Una voz que ya no espera permiso: funda destino. Una voz que no solo canta: transforma. Y en ese canto, finalmente, el vallenato recupera su alma completa. Porque el día en que la mujer abrió el cielo del vallenato, el folclor entendió que su destino también podía iluminarse. Que la tradición no se quiebra cuando la mujer entra: se perfecciona. Que la música no pierde pureza cuando una voz femenina la nombra: por el contrario gana verdad.
Y mientras exista una mujer dispuesta a cantar su propio universo, el vallenato seguirá ascendiendo como un astro nuevo, eterno y rebelde.

Atentamente, Ramiro Elías Álvarez Mercado
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