Valledupar no solo es tierra de compositores; es tierra de defensores. Bajo el sol y las cristalinas aguas del Río Guatapurí que surca la capital cesarense, se forjaron muchas leyendas que no necesariamente necesitan cantar, sino hablar y contar para que el pueblo los aplauda. Uno de aquellos personajes que pusieron, o han puesto la voz para el conocimiento …y encantamiento, fue, o ha sido Jaime Pérez Parodi: La Voz que ruge como el Guatapurí.

Avanzaba el año 66 cuando un muchacho, golpeado por la temprana partida de su viejo, cambió las llaves del taller de mecánica por las consolas de “Radio Guatapurí”. Jaime Pérez no sabía que su destino estaba escrito en una cabina de 15 minutos.

Su programa, “Acordeones al aire”, fue la semilla. Pero fue su garganta, ronca y sabrosa, la que lo sentó en el trono. Durante 11 años le cuidó la espalda al «Jilguero» Jorge Oñate y por más de tres décadas fue el fiel escudero del «Cacique» Diomedes Díaz. Si usted escucha ese trueno de voz en la tarima del Festival de la Leyenda Vallenata desde 1972, ya sabe quién es. No por nada le dicen “La Biblia”: lo que Jaime no sabe, el vallenato no lo ha vivido.

Wilfredo Rosales: El Guardián de los Datos.

Mientras Jaime anunciaba a los grandes, en San Luis de Since – Sucre – un pelao de 9 años hacía algo impensable: se aprendía de memoria, punto por coma, todo el cancionero incluido en dos casetes de música vallenata. Wilfredo Rosales nació con un «señalamiento de Dios», una memoria que parecía más un disco duro que un cerebro humano.

La revelación le llegó de la forma más cotidiana. Trabajando como guarda de seguridad, en un complejo habitacional en Medellín, un día que los citófonos del edificio fallaron, Wilfredo no se varó: se grabó los 250 teléfonos y las 100 placas de los carros de todos los residentes en aquel edifico de apartamentos. Ahí entendió que su don no solo era para vigilar condominios, sino para blindar la historia de su música, la vallenata, la que adora. Wilfredo es el hombre que, si le preguntas por un verso perdido de 1980, te lo recita con la precisión de un reloj suizo.

Dos Caras de una Misma Moneda.

Hoy, el folclor respira tranquilo. En el dial de «La Cacica Stéreo», Jaime sigue lanzando sentencias con su tono inconfundible, mientras Wilfredo camina con su archivo mental intacto.

Son los hombres que no necesitan un acordeón al pecho para que el Valle les rinda pleitesía. Porque en el Caribe, la grandeza no solo está en quien compone la canción, sino en quien la presenta con honor y quien la guarda para siempre en la memoria.

«El vallenato es un libro abierto, y estos dos señores son los que nos ayudan a leerlo sin que se nos escape una sola letra.»

La Biblia Vallenata: ¿Memoria de Microchip o Vivencia de Parranda?

En el Macondo musical que es el Caribe colombiano, donde el aire huele a cardón guajiro o a boñiga de vaca sabanera, el vallenato no se escucha: se padece, se goza y, sobre todo, se hereda. Pero entre tanto acordeón inquieto y tanta musa de ventana, surge una duda que divide opiniones en las esquinas de Valledupar y en las cantinas de Las Sabanas de Sucre: ¿Quién carga verdaderamente sobre sus hombros el peso de ser «La Biblia del Vallenato»?

Este no es un título de papel; es una corona de espinas y laureles que se disputa entre dos titanes: el veterano de mil batallas, Jaime Pérez Parodi, y el prodigio de la precisión, Wilfredo Rosales.

Jaime Pérez Parodi: El Sumo Pontífice de la Tarima.

Si el vallenato fuera una religión, Jaime Pérez Parodi (Valledupar, 1948) sería su sumo pontífice. Jaime no leyó la historia; él ayudó a escribirla con el sudor de las parrandas y el eco de los micrófonos. Su vida es un fuelle que se abre y se cierra en la «zona de candela».

Fue el escudero de Diomedes Díaz y el presentador de Jorge Oñate, el «Jilguero». Cuando Jaime habla, no lanza datos fríos; lanza anécdotas que huelen a whisky y a amanecer. Él sabe por qué a tal compositor le dolió el alma en aquel merengue, o qué mujer inspiró el son que hoy todos corean. Ha estado en la “zona de candela” del florecimiento de las nuevas generaciones vallenatas, o sea, es testigo y mensajero a la vez. Jaime no solo sabe las canciones; conoce la anécdota detrás, el ambiente de la parranda, por qué la inspiración. Su memoria no es solo de datos, es una memoria histórica y emocional.

Su saber: Es integral y «untado» de pueblo. Su apodo se lo ganó por ser el testigo presencial. Como dice un célebre compositor, Jaime es un «actor vivencial». Su memoria es un álbum de fotos y recuerdos que todavía tienen el color de la vida.

Cuando hablamos de Jaime Pérez Parodi, no hablamos de un simple presentador; hablamos del hombre que le ponía el «pico» a las canciones antes de que el mundo las escuchara.

Una de las facetas más recordadas es su complicidad con Diomedes Díaz. Se cuenta que Jaime era el único capaz de «domar» el genio del Cacique de la Junta en plena tarima. En las grabaciones, cuando oyes a Diomedes decir: «¡Jaime Pérez, la Biblia!», no es un saludo gratuito; es el reconocimiento a quien sabía exactamente cuándo entrar con la palabra para que el verso brillara más. Jaime conocía los secretos de la «ventana marroncita» y las parrandas en Carrizal no porque se las contaran, sino porque él era quien servía el Old Parr mientras los versos nacían. Con Jorge Oñate, «La Biblia» fue el heraldo que anunció la elegancia del canto, dándole ese estatus de «clásico» que hoy ostenta el Jilguero.

Wilfredo Rosales Ortega: El Archivero de Dios.

Desde Sincé, Sucre, emerge la figura de este entrañable paisano y amigo, Wilfredo Rosales (1969). Si Jaime es el sentimiento, Wilfredo es el algoritmo. Es una «memoria RAM» incrustada en un corazón sabanero.

Wilfredo no te cuenta el chisme de la canción; te da la «partida de nacimiento» de la obra con una velocidad que asusta. Pregúntenle por un disco de 1974 y él les recitará:

  • El sello discográfico (Codiscos, Fuentes, CBS).
  • El número de serie del vinilo.
  • Quiénes hicieron los coros y quién tocó la guacharaca.
  • En qué esquina de la carátula estaba sentado el acordeonero.

Es un estadígrafo, un perito de la nostalgia; Wilfredo maneja el dato exacto, ese que no admite errores y que sirve de juez en cualquier disputa de coleccionistas. Su capacidad memorística es casi sobrenatural.

Lo de Wilfredo Rosales roza lo inexplicable. Para que te hagas una idea de su nivel de precisión, a Wilfredo no le basta con saber quién grabó una canción.

Se dice que, en desafíos de conocimiento, Wilfredo ha dejado boquiabiertos a locutores veteranos al decirles: «Esa canción es el track número 4, del lado B del LP grabado en 1982, y si usted mira la carátula, el acordeonero tiene una camisa a cuadros rojos». Su mente funciona como un escáner óptico. No es solo que se sepa los nombres de los coristas (como los legendarios coros de los Jhonny Cervantes o los Piñas), sino que sabe en qué estudio se grabó cada instrumento. Wilfredo es capaz de reconstruir la genealogía de una agrupación vallenata en segundos: quién salió, quién entró y por qué el sonido cambió de un disco a otro.

El Duelo: ¿El Espíritu o la Letra?

Comparar a estos dos es como tratar de decidir qué es más importante en una misa: si la fe del creyente o el rigor del misal. El folclorista e investigador, Félix Carrillo Hinojosa lo define con sabiduría: no hay una sola Biblia, hay dos saberes que se complementan.

Veredicto de un Cronista Parrandero

El vallenato, antes de ser una industria discográfica, fue una noticia cantada. Por eso, aunque la capacidad de Wilfredo Rosales es un milagro de la naturaleza que merece todo nuestro respeto y asombro —él es quien guarda las escrituras con celo de monje—, el título de «La Biblia» tiene un peso histórico difícil de mover de los hombros de Jaime Pérez Parodi.

Con las excusas y respeto de los católicos – de los cuales yo soy uno de ellos – hago estas analogías: Jaime es la liturgia completa. Él es el sacerdote que ha bautizado éxitos en la mítica tarima «Francisco el Hombre». Si Wilfredo es el bibliotecario perfecto que sabe dónde está cada libro, Jaime es el autor que vivió los capítulos.

«Jaime es la Biblia por su contenido y su piel curtida al sol del Festival; Wilfredo es la Biblia por sus notas al pie de página, impecables y necesarias para que la historia no se desvanezca en el olvido.»

Al final, el folclor sale ganando. Porque mientras Jaime nos cuenta cómo lloraba un acordeón en la madrugada, Wilfredo nos dirá exactamente cuántos segundos duró ese llanto y en qué estudio de grabación quedó registrado para la eternidad.

¿Y usted, compadre…contertulio? ¿Se queda con el sabor del cuento o con la exactitud del dato?

Este humilde cronista y gestor cultural, le gustaría ver a estos dos colosos “bíblicos” departiendo en una mesa tertuliana; porque sería como presenciar el choque de dos galaxias. Mientras Jaime te describe el olor del pañuelo de Diomedes, del sudor en la caseta y el brillo en los ojos de Oñate al cantar, Wilfredo le pone el sello de garantía con el código de barras de la historia. Si Jaime es el sentimiento que le da alma al acordeón, Wilfredo es el esqueleto técnico que sostiene todo el edificio de nuestra música. Sin el uno, el vallenato perdería su leyenda; sin el otro, perdería su registro civil.»

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BLOG DEL AUTOR: *Alfonso Osorio Simahán 
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