ANTONIO NARIÑO EL PRECURSOR DE LA INDEPENDENCIA

ANTONIO NARIÑO, El precursor de la Independencia, (Santafé de Bogotá, 1765 – Villa de Leiva, 1823)

Por Donaldo Mendoza

Se escucha que la tumbada de la estatua de Antonio Nariño fue una “pastusada”. Estoy por creerlo, si se entiende el término como la obstinación de algunas personas de ir contra el sentido común. Este sentido, de elemental sabiduría, dice que si algún patriota merece que su memoria sea eternizada en el bronce es Antonio Nariño. El desconocimiento absoluto de la historia de Colombia es otra hipótesis para explicarse esa echada al piso, en Pasto, del monumento del Precursor de la Independencia.

La noticia que se tiene de la infancia de Antonio Nariño es que era un niño enfermizo que por su fragilidad no pudo asistir a la escuela; pero a cambio recibió una instrucción en casa, suficiente para iniciar su formación autodidacta. Se dice también que aprendió el francés leyendo a Voltaire; y la curiosidad lo llevó a la lectura de autores y libros prohibidos que había en la biblioteca de su abuelo paterno, quien la dejó en herencia a su estudioso nieto.

Cuando sus fuerzas se lo permitieron, organizó círculos literarios donde se leía y comentaban autores puestos en el índice por la iglesia y el orden colonial. En estos años de formación se hizo librero para sacar tiempo y leer todo lo que pudo conseguir sobre la ilustración francesa y las luces de libertad procedentes de los constituyentes norteamericanos. Estas lecturas y la ejecución de José Antonio Galán y sus compañeros comuneros, sellaron para siempre su destino libertario.

Tradujo la Declaración de derechos y se aseguró de la circulación clandestina de copias del documento. Así empieza su casi suicida pasión y temeraria aventura por la causa de la independencia. Y comenzó también la incesante persecución. Por orden de Joaquín de Mosquera y Figueroa, en función de Oidor de la Real Audiencia de Santafé, le fueron embargados los bienes y su biblioteca de autores prohibidos. Fue el inicio de su patriótico infortunio.

Y el preludio de lo que en parte fue su destino: el presidio. Sumados los tiempos que permaneció en distintas cárceles, se cuentan más de quinces años; para aquel entonces la expectativa de vida no pasaba de los cincuenta. En esta primera reclusión pasó dieciséis meses; no hubo en la gris Santafé un abogado que quisiera ocuparse de su defensa; al final lo hizo un cuñado, con un triste juego de la ironía: Nariño salió casi muerto, pero el cuñado murió en prisión.

Sigue en sus andanzas y pronto es sorprendido, en la clandestinidad, en actividades subversivas. Esta vez lo extraditan a Cádiz, de donde se fuga con el auxilio de amigos que comparten sus ideas libertarias. Le ayudan a salir de España, y durante nueve meses recorre Europa tratando de hallar apoyo para la revolución, se relaciona con Miranda y un tío materno de Bolívar. En ayuda material consigue poco, pero se robustece de experiencias. Emprende su regreso clandestino a Bogotá, pero el destino le tenía reservada una cárcel; esta vez la intención era dejarlo morir en una estrechísima celda («encerrado en una pequeñísima pieza, tendido sobre mala cama, cubierto por una ruana, con un par de grillos en las piernas ulceradas, sin un amigo, sin un libro, esperando la muerte»). Enfermo y agonizante –corre el año 1803– es trasladado a una casa de campo, sus verdugos le auguraban poco tiempo de vida. No hubo tal, los buenos aires y sus inspirados propósitos le devolvieron las fuerzas para conspirar de nuevo.

Han pasado seis años. Quienes lo daban por muerto, lo descubren otra vez en actividades secretas, y lo acusan de rebelión. En esta ocasión sus verdugos quisieron asegurarse, no lo dejaron en Bogotá; cargando pesados grilletes fue trasladado a los calabozos de Boca Chica en Cartagena de Indias. Cuando ya moría de inanición y calor es salvado por la providencia veintejuliera de 1810, que facilitó su liberación. En diciembre ya estaba en la capital. No demora en sentir los primeros coletazos anárquicos de la Patria Boba. Y en el afán de salvar la precaria libertad llama a la unión. Defiende la idea centralista de independencia y soberanía, y en septiembre de 1811 es nombrado presidente. En abril de 1812 hace aprobar la nueva constitución de Cundinamarca, y declara la independencia absoluta de España.

Pero la bobería se mueve, el bando que se hace llamar “federalistas”, con alguna fuerza en las regiones arruinan la unión que se había pegado con babas. Nariño intenta defender su centralismo, y envía a las volandas hombres en armas a Tunja para someter a los insubordinados federalistas. Los derrota. Pero es una victoria pírrica, dado que algunos de sus más caros amigos, entre ellos los primos Caldas y Torres, se habían pasado al bando adversario.

En 1813, en un intento audaz por salvar la ya frágil unión, en el grado de teniente general emprende la campaña emancipadora del Sur, buscando liberar Quito. En su avanzada derrota a Juan Sámano, que parecía el obstáculo mayor, y se toma Popayán. No imaginaba Nariño lo que le esperaba Patía arriba; la lucha es encarnizada, y es finalmente derrotado. Vestido de harapos es llevado a Pasto, y antes de ser encarcelado, desde un balcón lanza la siguiente proclama: «Pastusos, si queréis al general Nariño, aquí lo tenéis». Posteriormente es trasladado a Quito y en 1815 a una cárcel de Cádiz, en donde permanece hasta 1820, cuando regresa a América, a recoger el fruto de sus sacrificios, cosa que la ingratitud no le permitió del todo.

En efecto, Antonio Nariño debe comparecer en un juicio en donde los señoritos que hacen parte del gobierno de Santafé lo acusan de traidor a la patria por haber caído prisionero en Pasto. Nariño asumió él mismo su defensa con una pieza considerada un “modelo de oratoria forense”. Ahora me pregunto, si fue esa “traición” lo que las personas que tumbaron su estatua en la plaza que lleva su nombre le han querido cobrar.

BLOG DEL AUTOR: Donaldo Mendoza

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