«Es una expresión bonita cuando canta una mujer»: Alberto «Beto» Murgas (acordeonista y compositor vallenato).

Ramiro Elías Álvarez Mercado*

“Mujer, tú eres Vallenato” es más que el título de un merengue: es una declaración luminosa nacida de la pluma sensible del hombre de leyes y compositor Ignacio Cantillo Vázquez, quien con visión y alma Caribe levanta un canto necesario, un espejo donde el folclor se mira y reconoce lo que siempre ha sido verdad. En las voces de Ule Rumbo, angelical y serena como un susurro del alba, e Ivo Díaz, poderoso y original como un viento que baja de la Sierra con la fuerza de la naturaleza, la obra encuentra su equilibrio perfecto. Y sobre ellos, como un vuelo de mariposa que sabe ser tormenta, el acordeón magistral del Rey de Reyes Almes Granados, fiel alumno de los juglares de antaño, le da el brillo majestuoso que solo la maestría auténtica puede ofrecer, hilando notas con la sabiduría de quien conversa con el pasado.

La canción desmonta con firmeza los viejos prejuicios que algunos todavía predican, esa idea gastada de que “pa’ cantar vallenato no ha nacido la mujer”. Cantillo no responde con rabia, sino con verdad: ¿Cómo negar voz a quien ha sido la inspiración de las más hermosas canciones que posee nuestro folclor? Desde tiempos remotos, la mujer ha sido la chispa que enciende al compositor, el silencio donde germina la melodía, la razón íntima del verso que busca refugio en el papel. Tiene todo el derecho y la herencia del alma, de cantar con su voz sonora, de expresar un amor grande, de bordar su historia en el pentagrama sentimental de la música vallenata.

Este merengue alegre celebra esa verdad innegable: cuando la mujer canta, se percibe una ternura distinta, una dulzura que no es debilidad sino revelación. Ese toque femenino que embellece el verso no adorna: transforma. El hombre que escucha esa mezcla de suavidad y embrujo corre el riesgo, bendito riesgo de enloquecer con su encanto. Cada palabra, en sus labios, se convierte en aroma, en brisa, en destello.

La canción también atraviesa otro territorio: el del acordeón, instrumento que por años fue considerado bastión exclusivo del “macho”. A quienes aún dicen que ninguna mujer puede quitarle jerarquía a un hombre tocando un fuelle, la canción les responde con la misma claridad con que canta un gallo al amanecer: no han visto a la nueva generación de acordeonistas. Mujeres que dominan el instrumento con la misma fuerza, técnica y sentimiento que cualquier rey de un festival, mujeres que tocan para competir, y para existir con verdad.

Por eso el tema invoca el nombre luminoso de la juglaresa Rita Fernández Padilla, una mujer que encarna el prototipo de los músicos completos (canta, compone e interpreta acordeón, guitarra y piano), una soñadora de tierras samarias que llegó a Valledupar a iluminar caminos. Su ejemplo abrió puertas, inspiró a muchas y dejó claro que el vallenato no crece cerrando espacios, sino abriendo todas sus orillas.

Porque en cualquier escenario, ellas se hacen sentir: tienen madera, tienen raíz, tienen tumbao. Con ese ritmo costeño que contagia y esa sensibilidad que vibra, hacen brotar canciones nuevas “como flores en abril”, llenas de vida y destino.

“Mujer, tú eres Vallenato” no es solo un homenaje: es un manifiesto poético y un acto de justicia. Afirma lo que la historia ya sabe: que la mujer no es solo musa, sino voz; no solo inspiración, sino creadora; no solo paisaje amado, sino faro y fundamento del folclor. Porque cada vez que una mujer canta o hace vibrar un acordeón, el vallenato no pierde su esencia: se engrandece, se vuelve más humano, más Caribe, más verdadero.

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