Nabila es una mujer, cuyos pocos años contrastan con el mundo que ella muestra al tener la fortuna de comentar, los sonidos de varias músicas locales, de los tantos pueblos de nuestra América que ha conocido. Eso contrasta, con la no fortuna de vivir de cerca, el embrujo contagiante que produce una parranda vallenata. Fueron muchas las formas que emplee para motivarla y viviera el placer de asistir a un Festival con nuestra música. Mi insistencia tenía un solo propósito, el cual estaba encaminado a que conociera de cerca, el goce motivante de escuchar en vivo un paseo bien tocado, un merengue con su extensión atrayente, un son lamentado y una puya que repica en el ambiente y que le da rienda suelta, al éxtasis que vive y contagia el acordeonero que seduce los botones esquivos, de un instrumento que cruzó mares y ríos para meterse en el alma campesina de nuestra gran provincia y lograr con el cajero, que le da golpes con sus manos a una caja circular con cuero de chivo, para terminar en una unidad musical con la guacharaca que cae seducida con el rebruje de figuras que construye el guacharaquero y hacer del vallenato, un solo celestial que es un llamado a la identidad, para escuchar a la música que lleva el peso de la mayor nacionalidad en nuestro medio.
Ella vive al otro lado del mar. Allá está, en ese otro mundo, en donde poco o nada significa lo que hacen los pueblos de esa otra América que lucha, por sobreponerse a la corrupción, narcotráfico, delincuencia común y de tantos males que produce sin tregua la condición humana. Hasta ella llegan, las noticias de una música que en Colombia es de total audición. Ella le sacude cada parte de su delgado cuerpo y empieza a pensar, que esa música le transformará su sentir. Después de tomar un vuelo comercial que recorre durante varias horas, mares, ríos, montañas, sabanas, llega al epicentro de la música vallenata, que con su festival, pone en alerta a todos los pueblos de la nación. Ella está feliz. Le cubre por todos los poros, las melodías vallenatas y esto le produce una sensación extraña pero agradable. Asiste a los concursos en donde comprueba como las niñas, niños y jóvenes se prenden de un instrumento, que no se cansa de brotar música. Ve como se enfrentan dos o más verseadores en un cerrado duelo de versos, cuyo repentismo pone a prueba la memoria de sus protagonistas. La canción inédita congrega a los nuevos y ya reconocidos compositores. Ellos también hacen su propio duelo. Unos con paseos, otros con merengues, puyas y sones le dicen a una nación, que la creación de ellos está viva y que hay nuevas visiones musicales, que pondrán en alto el nombre del pueblo de donde provienen. Esos embajadores sin sueldo, tienen la obligación de mostrar lo mejor y para ello, se preparan durante un año para estar en este concurso. Hasta allí llegó la esbelta figura de Nabila. Ella se deja seducir por los textos que cuentan historias de amor, protestas sociales, quejas contra la aparición de nuevos ritmos que desorientan a los nativos, elegías a valores que ya no están con nosotros, expresiones que nos brindan la mejor oportunidad de conocer, qué está pasando con los nuevos creadores. Ella sin saber de vallenato, hace sus cábalas y selecciona a sus favoritos, que pueden llegar a la final y alzarse con el codiciado trofeo. Mientras llena una cuartilla con los nombres de los que ella cree, pueden ganar el festival en sus diversas categorías, recibe la invitación abierta y espontanea del reconocido cantautor “Poncho” Zuleta quien hará en su inmenso kiosco, una parranda de marca mayor con la presencia de verseadores, reyes y aspirantes a ceñirse el peleado primer lugar en el festival que congrega todos los años, a tantos rostros de diversos lugares del mundo. En esa parranda todo gira en torno al canto, al verso y a la ejecución de un acordeón que tiene reconocidos o nuevos protagonistas. Todos van es a eso: sumado al disfrute de manos abiertas del old par, un trago que recorre las estepas de la árida guajira en forma de contrabando y que logra emborrachar a más de uno, de los que legisla en contra de esa practica que es cotidiana en la vida de esos pueblos del Caribe colombiano, a vivir de cerca el comentario sobre el nuevo rico o ganadero venido a menos, del matrimonio que sucumbió ante la irrupción de un nuevo pretendiente, del prospecto musical que anhela a suplir a los ya veteranos consagrados del canto, de la composición o del acordeón o a los amores nuevos que surgen de esa parranda que abraza la madrugada y presenta los amaneceres del Valle de Upar con sus matices que hacen quedarse en esa hermosa tierra. Todo iba a pedir de caramelo. Los cantos iban y venían, los acordeoneros se enfrentaban a ellos mismos, en procura de sacarle las melodías al arrugado instrumento. Cada quien quería mostrarse, era la mejor oportunidad de hacerlo. Cuando Nabila y los asistentes a la parranda estábamos en lo mejor, en donde el acordeonero afilaba sus rápidos dedos para ponerle música a su instrumento, el cantante abría sus pulmones y brotaban de él, esas melodías con sabor a pueblo, mientras el cajero y guacharaquero secundaban los llamados de ambos, apareció así de pronto como siempre, el instruso sin calidad que no falta y que lo daña todo. Todos nos aprestábamos a vivir el momento cumbre de toda parranda, el éxtasis a que nos lleva sin darnos cuenta la misma, pero que en ese momento fue cortado de un tajo: el cantante dejó de cantar, el acordeonero de tocar, la mayoría de los asistentes no le dieron importancia a la parranda. Todos en su gran mayoría corrieron y se llevaron la mano a la pretina. El responsable de toda esa hecatombe, fue un señor al que bautizaron con el nombre de “Celular”. Nabila que había llegado sin su compañía, sintió un dolor profundo. Percibió de viva voz, que ese intruso había llegado sin tarjeta de invitación para acabar la parranda. Ella en un acto desesperado, decidió irse al centro de lo poco que quedaba de la famosa parranda y dijo en voz alta:” señoras y señores, no puede ser que uno venga a disfrutar de una parranda vallenata, recorra muchos lugares para estar aquí en este festival y se encuentre con la vergonzante acción de un personaje que no toca, canta, compone, bebe, enamora ni nada por el estilo y termine masacrando una de las fortalezas de esta cultura musical. Por Dios, este es un SOS que lanzo desde aquí, para que a partir de este momento, se prohíba el ingreso de ese señor “celular” a un acto tan maravilloso como este. Parranda vallenata que se respete, no debe dejar ingresar a tan imprudente señor, porque estoy segura y me van a dar la razón, que no hay mejor amor que el que nace en ella, no hay mejor tertuliadero que el expresado aquí, no hay mejor goce musical que el expresado en las notas de un acordeón y las voces de nuestros cantores, para que venga el señor “Celular” y derrumbe en una llamada, lo que por muchos siglos logró construir nuestros juglares. Por eso les pido, que si quieren conservar la parranda vallenata, como una de las mejores maneras de disfrutar esta música, se prohíba a partir de este momento, el ingreso y uso en ella, del señor “Celular””. Todos la miraron y entendieron, que sin ser ella de esta tierra llena de vallenato, había dejado un fuerte llamado de atención para evitar que nuestra música y en especial: la parranda, termine arrinconada por la tecnología y por un señor intruso mal educado y que está en contra del vallenato, llamado “Celular”.
*Escritor, Periodista, Compositor y rey Vallenato, gestor cultural para que el vallenato tenga una categoría en los Premios Grammy Latinos.