El cantar vallenato, el festival de la leyenda y la salvaguardia de la tradición

Por: Adrián Villamizar Zapata

Ya cantábamos. Antes de que sembráramos la primera semilla de maíz y que dibujáramos animales y cazadores en las paredes de las cavernas, con la danza eterna entre el miedo y el deseo, ya el cantar alrededor del fuego había hecho su faena en la mente abierta de nuestros ancestros niños. Miles de años después, los Griots en África, Aedas y Rapsodas en el Mediterráneo fueron voces que alumbraron la memoria de los pueblos con sus relatos rimados. En la Edad Media, Trovadores y Juglares en Europa con sus cantares se anticiparon por décadas a la laboriosa gesta de cuenteros y novelistas. Cantar no es una forma de decir las cosas, es una manera de entender la vida.

El Caribe continental e insular ha sido el más grande laboratorio cultural (melting pot) que haya tenido la humanidad. La música y el cantar fueron esenciales en todo el proceso de mestizaje y sincretismo de los 5 continentes en un solo y polifónico mar. Desde Trinidad y Tobago, hasta Cayo Hueso en la Florida, no existe una expresión cantada más variada y más rica en testimonios de vida, amor y naturaleza que la del cantar vallenato tradicional. No la busquen.

Producto de la paradoja de estar dentro de la matriz de intercambio del Caribe y a la vez aislados por escollos naturales (montaña, selva y desierto), los habitantes del gran valle del Ranchería y el Cesar fueron más afectos a la contemplación fascinante del universo y al cantar como eje propulsor del pensamiento que sus paisanos de las comarcas costeras y sabaneras.

Los nativos del gran valle septentrional de Colombia desarrollaron una cosmovisión que se volcó en unos cantares que tradujeron el sentir de sus gentes, deslumbradas por el paisaje, la romántica y bucólica cotidianidad y un pensamiento singular que se reflejó en el decir y el quehacer. Muchos años después, al igual que en la edad media, los cantos vallenatos migraron al universo de la literatura y frente al pelotón de miembros de la Academia Sueca, el nieto de Nicolás Ricardo Márquez, con el premio Nobel enmuñecado, habría de recordar aquella tarde remota que, a hombros de su abuelo, descubrió la magia de la tradición oral en el canto de un juglar vallenato.

La modernidad arrimó a estas llanuras y colinas con las maravillas de la invención humana desde la imprenta hasta la radiodifusión, trayendo novedades y tendencias que se incorporaron al andar, al vestir, al comer y al cantar. Fue un proceso lento pero seguro que transformó los cantares simples y penetrantes del corral y las faenas del campo, los testimonios picarescos del acontecer, las rivalidades (especialmente la musical), los amores, las gestas históricas, la alegría y las tragedias. Ningún tópico quedó excluido del cantar vallenato. De la cuna a la tumba, el Canto Vallenato es un hilo conductor como banda sonora para cada acontecimiento.

Cada generación ha vivido y gestado transiciones en las formas y contenidos de esta manifestación. Lo que hoy resulta ‘tradicional’ fue revolucionario en sus comienzos y muchas formas de canto y expresiones musicales que aportaron a su origen y convivieron con el ‘vallenato’, sucumbieron o no continuaron su andar cuando el gusto popular se amarró al compás y a melodías de los cuatro aires. Polkas, Valses, Danzas, Chandés, Porros y Cumbias, siguieron haciendo parte de las fiestas y bailes, interpretados por el mismo acordeón, mas los aires vallenatos comenzaron a tocar el corazón del pueblo y a ser preferidos al momento de la familiaridad, el orgullo territorial, la camaradería y la ensoñación romántica.

La industria fonográfica de mediados de siglo XX capturó su esencia y el formato musical con el sonido profundo y melancólico del acordeón diatónico hizo que estos cantares alcanzaran el gusto de la nación. La capacidad narrativa de juglares y compositores que historiaban al territorio no fue ignorada y como palanca colosal sirvió para convencer a propios y extraños de que Colombia debía voltear sus ojos hacia esta región que gritaba por tener destino propio. La combinada gesta de jóvenes líderes cívicos y músicos de acordeón conquistó para 1967, la realización del primer Festival de La Leyenda Vallenata y la fundación del departamento de El Cesar.

El Festival Vallenato es, desde entonces, el gran referente de la expresión fundacional de la música vallenata. Su rasero centra la atención en la ejecución del acordeón y solo valida la continuidad del estilo musical que campeó en los años dorados. Las rutinas de Luis Enrique Martínez, ‘El Pollo Vallenato’, son la aduana musical para cualquier reconocimiento en la logia Festivalera. La gesta acordeonera de aquel juglar es la espina dorsal del vallenato tradicional y, por ende, sine qua non para la calificación de los aspirantes a la corona de rey vallenato.

Con similar relevancia, aunque algo menor, ponderan las formas musicales que protagonizara ‘Colacho’ Mendoza y, aún menor para los jueces, las rutinas de Miguel López, Emiliano Zuleta Díaz y el primer rey, Alejandro Durán. Es muy extraño que un acordeonero transite por otros caminos y tenga buen recibo por parte de los jurados. Las rutinas de eximios representantes de diversos estilos como Juancho Polo, Andrés Landero, Lisandro Meza, Abel Antonio Villa, Pacho Rada y Juancho Rois, no son tenidas en cuenta o pueden incluso determinar la eliminación del participante.

Cuantas veces el gran Alfredo Gutiérrez ganó el Festival de La Leyenda tuvo que aconductar su indiscutida genialidad musical para entrar en el canon festivalero. Canon que, sin estar netamente definido, quien entiende de vallenato sabe qué es lo que es dentro del concurso. De esta manera siente la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata (FFLV) que está ‘preservando’ la tradición.

Exquisitas aventuras musicales como las de Andrés Landero, en los primeros años del evento, o la de Juancho Rois, en 1991, no tuvieron el beneplácito del jurado. Irónicamente, las notas de Juancho Rois durante una década de profesionalismo y sus derivaciones popularizadas por Juan Mario de la Espriella, ya sin la variedad ni recursos del anterior, son la principal referencia para la actual generación de acordeoneros cuando interpretan obras vallenatas-vallenatas contemporáneas. Más adelante me referiré a otras músicas modernas derivadas del vallenato.

¿Existe entonces un vallenato para el Festival y otro para el consumo de las masas?

Desde hace unos 25 años la parafernalia alrededor del Festival, la concentración del interés nacional e internacional y la gigantesca pasarela de egos mediáticos y comerciales, hacen del trofeo de ‘Rey Vallenato’ la más grande tarjeta de presentación para un acordeonero. Las formas vallenatas festivaleras, según la tesis de los profesores Abel Medina y Roger Bermúdez, de la Universidad de La Guajira, son adoptadas por la juventud más por el sueño de figurar en el certamen que por compromiso con la tradición.

Por fuera de los festivales, los acordeoneros millenials deambulan en la interpretación de lo que hoy llaman Vallenato contemporáneo, ‘brincoleo’ o genéricamente ‘La nueva ola’, donde el protagonismo interpretativo del acordeón ha disminuido enormemente y, dada su matriz poli rítmica, solo por momentos cuadra con dificultad en el ‘andante’ del paseo vallenato.

El Vallenato es un género musical cantado (no existe aún el vallenato instrumental). Las obras musicales en el concurso de la canción vallenata inédita, que podrían ser bloques para seguir construyendo el edifico del folclor, son para la FFLV elementos de segundo interés frente a lo que significa el concurso de conjunto vallenato típico y el de las distintas categorías de acordeoneros. Prefiere el Festival que en el concurso de acordeones sigamos escuchando las mismas 40 canciones de siempre, con escasa variabilidad, que estimular y prestarle atención con criterio a lo que centenares de creadores de cantos nos proponen cada año.

Prueba de este interés secundario por los cantos vallenatos emergentes es la marcada diferencia en el valor de la premiación de acordeonero profesional y el de la canción inédita. Así mismo, durante el año de reinado, la FFLV celebra encuentros y presentaciones dentro y fuera del país en las que participan el rey vallenato profesional de acordeón y reyes de otras categorías, excepto el de canción inédita. Una perla: En la edición del cincuentenario, la revista oficial que produce la FFLV omitió hacer referencia al impacto y la trascendencia que las canciones inéditas del Festival han tenido para la historia del género. Ningún artículo de dicha revista realizó un análisis de las obras más significativas ni de sus compositores. Solo al final de la edición, en las dos últimas hojas, se documenta un listado con el título, año y autores de las canciones ganadoras.

La exegética del canon festivalero que sostiene la memoria musical del vallenato tradicional es la mayor acción de salvaguarda que acredita la FFLV para la manifestación que es patrimonio de la humanidad. Es indetectable que la FFLV haya realizado o aportado para la academia vallenata investigaciones, descubrimientos, estudios o análisis en edición de libros, documentos, audiovisuales u otros que den cuenta de un trabajo de extensión hacia las comunidades del acervo folclórico. Las memorias de los importantes foros que se realizan durante el Festival, auspiciadas por la FFLV, no tienen un compilado físico o digital que le permita al planeta el acceso a las brillantes disertaciones que se dan en ese escenario. Solo en las 2 primeras ediciones del foro se pudo conocer una impresión de esas memorias.

La Escuela Musical Rafael Escalona, propiedad de la FFLV, surgió como intento por emular la laboriosa tarea del maestro Andrés ‘El Turco’ Gil, cuando se produjo el divorcio o separación de intereses entre la escuela de El Turco y los herederos de Doña Consuelo Araujo. Ambas escuelas, hoy por hoy, tienen la responsabilidad de formar talentos jóvenes en el conocimiento y la interpretación de la tradición, mas el núcleo de sus esfuerzos se concentra en la ejecución de instrumentos y el canto y más bien poco en el conocimiento de la episteme vallenata.

Sin proponérselo, el Festival de la Leyenda ha servido para generar nuevas tradiciones que terminan imponiéndose por su poder de referenciación y legitimación dentro del resto de festivales vallenatos de la nación.

Afirma el investigador riohachero Emmanuel Pichón, que las formas festivaleras aceleraron la interpretación tradicional de la puya imponiendo una nueva tradición. Los ‘solos’ de cada uno de los instrumentos del conjunto típico vallenato se empezaron a dar en el Festival y le agregaron una estética visual y auditiva que realza el virtuosismo de sus intérpretes.

Se impuso la ralentización del Son forjando un estilo que opacó las formas que le fueron conocidas, en la primera mitad del siglo XX, en la ribera del río Magdalena y la zona bananera. El gran ‘acordeonista’ y luthier Ismael Rudas Mieles, afirma que la interpretación del Son Vallenato con la marcación inicial en solitario de su ritmo en los bajos en el primer compás fue instalada por el Festival Vallenato.

Cuando Ismael era niño, en Caracolicito, Cesar, desfilaron por el taller de acordeones de su papá los más grandes juglares que dominaron la escena musical de los 40, 50 y 60’s. Dice el Pollo Isma que a ninguno de ellos le escuchó ‘jalar’ el acordeón con los bajos marcantes antes de iniciar el Son. No es ni malo ni bueno, es solo algo que se originó en el Festival de la Leyenda y ya es tradición.

La FFLV tiene posicionamiento nacional e internacional privilegiado para diseñar desde su autoridad en el imaginario popular, acciones de salvaguarda que incluyan el rescate, inventario y repositorio digital de todas sus memorias. Es un deber moral con la posteridad. Podría generar en su interior y como proyección a la comunidad, ejercicios de análisis histórico de lo que ha sido su dogma y el efecto que este ha producido en las generaciones actuales.

Nuestros jóvenes músicos tienen todo el derecho a ejercer su creatividad e inspiración como miembros inocentes de un movimiento musical mundial que se insertó en todos los cantos populares y que en nuestro caso reemplazó el testimoniar de la existencia misma por la ficción amoroso-erótica. En cuanto a las formas, migraron sus cadencias singulares a una polirritmia que es vaso comunicante con la música globalizada.

Para ellos es su momento y su forma de expresarse. Sin embargo, existe un riesgo inmenso de siembra inconsciente en la memoria de los que están naciendo, que podrían mezclar en una misma mochila ética y estética, la obra de Máximo Movil con la de John Mindiola.

Bajo la égida de la palabra VALLENATO nos muestran su carátula, tal como lo hiciera Julio De La Ossa, pero con cantares que poco recuerdan a aquellos que la UNESCO patrimonializó para la humanidad diciendo que éramos la versión cantada del Realismo Mágico.

¿Qué tipo de literatura habría registrado el nieto de Nicolás Márquez (GABO) si en vez de caminar nuestros paisajes hace 50 años, los hubiese recorrido hoy en día y si en vez de dialogar con los personajes de la época y escuchar a Escalona, Leandro y Toño Salas, hubiese disfrutado una noche de mano a mano entre Diego Daza, Tato Fragozo y Rolando Ochoa?

Urge rebautizar las nuevas músicas derivadas del vallenato con un nombre propio que genere identidad en sus intérpretes y que elimine la confusión en el discurso universal. No hay medida de salvaguarda más grande que esta y no cuesta un peso. Solo hay que poner de acuerdo, en el marco del Festival y con la Dirección de la FFLV, a 3 grandes referentes de las agrupaciones, 3 de las compañías fonográficas y plataformas, 3 de los medios; Omar Geles debería ser el padrino de la criatura y que el Dr. Rafael Manjarrez haga la escritura como Notario Público.

Fuente: https://apvangelbohemio.blogspot.com/

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