
En el año 2006, durante el desarrollo del foro académico en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar, una dama asistente lanzó una pregunta morcillera al panel de ponentes dentro del cual me encontraba: ¿Es el vallenato una música machista? Nos dejó titubeantes, cada uno esperaba que el otro respondiera. Su pregunta implicaba también un juicio afirmativo el cual argumentó con otra pregunta ¿Porqué el compositor vallenato no le canta a la mujer si no es para satisfacer sus pretensiones sentimentales? Nos preguntó por un título de canción vallenata compuesto a una amiga sin que medie en interés de conquista. Por más que Julio Oñate, Tomás Darío Gutiérrez y otros “arqueólogos” del cancionero vallenato se esforzaron no dieron con un ejemplo que le restara algo de razón a esa acusación velada de la inconforme dama. Nadie le dio la razón a primeras pero tampoco ninguno le argumentó sus respuestas. Me fui de allí con la deuda pendiente con la curiosa feminista y con el compromiso inconfeso de responderle para demostrarle que el vallenato exalta a la mujer y no la mancilla y por lo tanto no es machista. Hoy, siete años después me animo a responderle, pero no para contradecirla como había pensado, sino para darle la razón: si señora, el vallenato tiene mucho de machista.
Bueno, la lógica dirá, si como latinoamericanos y caribes hemos pertenecido y reafirmado en el ethos una atávica cultura patriarcal, es de esperar que seamos machistas y si el hombre de la zona de la vallenatía es machista, pues sus canciones como discurso musical también lo serán. Las identidades son discursivas han dicho las tesis althuserianas y como hecho discursivo, las líricas y narrativas de los cantos vallenatos encarnan y actualizan unas representaciones machistas de la realidad y sobre la mujer.
Según Adriana María Serrano, culturas populares como la nuestra, entre otras, se formó bajo la visión patriarcal del mundo, y aunque se han dado cambios importantes, es de esperarse que la inercia del habitus imponga resistencias a la asimilación plena de los mismos: El hábito social tiene mucho peso cuya y una inercia “que difícilmente puede ser vencida por un cambio de las convicciones en menos de un siglo de reapropiación de la organización social” (2006). Lo refrenda aludiendo al sociólogo Pierre Bourdieu (2000) y su concepto de habitus dentro del cual afirma que las costumbres reiteradas que configuraron, a partir del orden social, el comportamiento de los individuos de una cultura, entran a hacer parte de su propia visión del mundo y se introyectan de tal manera que una persona se convierte normalmente en un tipo determinado de encarnación de su estructura social, y que cada vez le resulta más difícil, y en algunos casos imposible, el trastocar sus comportamientos, sus conceptos y su lógica de acción o relación.
Conspira también contra la mujer la escasa participación del género en la producción musical vallenata (sólo una mujer ha logrado instalarse en el sitial de los compositores exitosos: Rita Fernández de Padilla). La Biblia y El Corán, como textos escritos por hombres (aún si se da como cierto que bajo inspiración divina) también han sido catalogados como textos que promueven el machismo en detrimento del género femenino. El machismo del hombre caribe también encuentra un terreno fértil en la cultura marianista de la resignación que aletarga a nuestras mujeres y que las hace reproducir (y hasta ponderar) el modelo machista impuesto por el hombre. Como lo expresa la feminista más radical, Florence Thomas, “hasta las feministas tenemos un patriarca adentro”.
En los diferentes estadios de evolución de la música provinciana o de parranda (hoy vallenata), el tema recurrente del amor y el desamor obligan a los autores a tomar posición sobre la mujer. A medida que el vallenato se hizo más popular y masivo y menos folclórico, más urbano y menos rural, más transnacional y menos localizado, la temática amorosa o sentimental se fue volviendo hegemónica. Ya poco se le canta al río o al potrero, al compadre y al ganadero, al gallo de espuela deletérea y a la amistad. Lo que vende es el amor y el desamor, pero no todo amor, el pasional. Ante la dictadura del tema sentimental, los imaginarios sexistas sobre la mujer se exacerban y esto nos permite develar las representaciones sociales que estos cantores se hacen de lo macho y su relación y oposición genérica con la mujer.
El machismo ha imperado en el terreno de las canciones vallenatas desde sus primeras generaciones de cantores. Una verdadera ruptura en esta posición lo representa la generación lírica que encabezó Gustavo Gutiérrez desde inicios de los años 60´s. El “Flaco de oro” era consciente de esto al sostener: “Hice un vallenato totalmente diferente: romántico, lírico, hablaba de las rosas, no del machismo que traía siempre” (2013). Rosendo Romero, uno de los compositores más lúcidos y conscientes del género vallenato también nos recuerda que antes de su generación, imperaba el vallenato parrandero que promovía la imagen de un cantautor viril, machista, parrandero, mujeriego empedernido al que la mujer debía obedecer, esperar en casa y atender bien con un balsámico sancocho porque “no se gasta por la calle” (al decir de Escalona). Rosendo así quiso desprenderse de esta figura e instaurar una nueva imagen del cantor como ese que exalta en lugar de vituperar a la mujer:
“Estaban en boga los discos que incitaban al adulterio y a la irresponsabilidad” confiesa en el libro de mi autoría “Seis cantores vallenatos y una identidad” (2004). Se definió entonces por cantarle a la mujer sin ufanos arrebatos machistas ni vejaciones, pintar flores en el desgastado papel de la feminidad pero tampoco siendo un héroe de la desilusión y el despecho. Así lo anunciaría en “Mi primera canción”: “Se que los hombres apasionados son esclavos / de canciones lastimeras del amor y la parranda”. Su estilo era definido como “antiparrandero” para distinguirlo de la tendencia que predominaba en el vallenato cuando Rosendo surgió. “No me gustaba que el compositor se refiriera a la mujer con prepotencia y falta de respeto, era mejor decir – conseguí una mujer y la voy a querer toda la vida -. Con el tiempo me di cuenta que esos compositores mujeriegos y parranderos terminaban empobrecidos, esclavos de la borrachera y la parranda, esclavos, incluso de su propia irresponsabilidad, de su propio amor, con unos nudos sentimentales que no son capaces después de soltar”.
Sería la generación que encabezó Gustavo Gutiérrez y Freddy Molina y de la cual hizo parte Rosendo Romero, Mateo Torres, Fernando Meneses, Rafael Manjarrés, Roberto Calderón, Tomás Darío Gutiérrez entre otros, quienes mejor dieron dimensión a la desgastada imagen de la mujer en el cancionero vallenato. Sus versos de gran altura y lirismo sirvieron para encumbrar a la “Villanuevera” (Rosendo Romero), a la colegiala de “Nido de amor” y “Figuras de amor” (Octavio Daza), a las sanjuaneras que entregan el corazón ante una serenata bajo la “Luna sanjuanera” (Roberto Calderón), la misma “Sanjuanerita” que endiosó Marín y verseó Rafael Manjarrés. Mujeres privilegiadas las de este periodo de la llamada por algunos “romanza vallenata”, elevadas a lo sublime a través de bellos versos que festejaban sus atributos y sus valores provincianos.
Qué mujer no se sentiría elevada a los sitiales sublimes con versos como estos de Rosendo Romero:
Un poema de parrandas, tus cabellos
Y tus ojos son la dulce madrugada
Tu sonrisa la gaviota que alza el vuelo
Y tus labios, mi pasión desenfrenada
(Sueños de conquista-Paseo)
El mismo sitial al que Tomás Darío Gutiérrez eleva sus versos en declaración de amor:
Busco amarte como un ave
Que ha quebrado su soberbia contra el viento
Yo soy tuyo, tú lo sabes
Fuiste idílico final de un gran tormento
Amo el sol o la penumbra
Las espinas o el clavel
Se aclaró mi anochecer
Se volvió a asomar la luna
(Horizonte- Paseo)
Exaltada, elevada al azul umbral de lo poético también se sentiría la amiga quien inspiró en Rafael Manjarrés estos versos:
No toques ni ondules su pelo brisas decembrinas
Ni su cutis que es piel de armiño teñida de miel
Me ataca el celo cuando el sol la galantea y la mima
Jamás pensé que se adorara tanto a una mujer
Y así pudiera idolatrarse tanto a una mujer
Y es que eres linda, dulcemente rara exótica y distinta
Qué modelo bonita
Qué silueta bonita
Qué modelo bonita
Qué belleza sideral
(A una querida amiga- Paseo)
Posteriormente sobrevino una generación cuyo imaginario sobre la mujer destaca la imagen de Eva como mujer fatal. Se trata de la generación de autores como Efrén Calderón, Marcos Díaz y luego Omar Geles, Tico Mercado, Wilfran Castillo, Iván Calderón entre otros, quienes impusieron un formato con gran acogida en la zona andina del país: un paseo ralentizado, estilizado, sensiblero, sentimental. El argot denominó esta formato como “vallenato llorón” aludiendo su carga de despecho y sensiblería. Aquí el hombre se muestra como una víctima de un amor tiránico y la veleidad femenina, pone a Dios como intermediario para que la mujer se conduela de sus cuitas como lo evidencian estas cuatro canciones de Efrén Calderón:
Bendito señor
Y ahora tengo que adorarla
Y llevarla conmigo
Si vieran como estoy
Otra pena estrena mi alma
Otra vez dolido
Ya se le olvidó
Lo que prometió
Pero yo no olvido
(Era como yo-Paseo)
Ay si tú me hubieras dicho que aquí todo terminaba
Ya yo no seguía
Y no hubiera metido mis manos al fuego
No me quemaría
Aún tengo aquí en mis manos el agua que regaba
Rosas que eran mías
Pero ya doblaron campanas en mi alma
Mi amor se moría
Yo no conocí el perdón por Dios
No la puedo perdonar señor (Bis)
(Doblaron las campanas-Paseo)
Como creen que yo me siento, señor
Como creen que yo me siento, por Dios
Ya no sé cuándo haya luna o el sol
Me confundió en el odio el dolor
(No más cadenas-Paseo)
Una razón, una palabra
El camino que espera por mí
Dijo en su voz que no me amaba
Bendito Dios cómo pudo mentir
(No vale quererla- Paseo)
Una nueva ruptura emerge a inicios del siglo XXI, la generación denominada Nueva Ola se impone interpelando al público juvenil que tomó, desde entonces, el protagonismo en esta música que era considerada del adultos. Las quejas se escuchan por doquier, los autores de esta generación suelen vilipendiar la imagen de la mujer, se presenta como frívola, inestable, promiscua, cosmética (“plástica”), “metalizada”, rumbera, de moral cuestionable, fácil y arribista.
Se ataca a la “Pupera” arribista que va tras los puppies soslayando al pobre, como plástica y aparentadora es la “Mete mono”; a la “Rumbera” que “no pela” el fin de semana, a la “Black and White” promiscua la que tiene un novio blanco “paganini” y otro negrito vividor, a la ninfómana de la “Caimana”, a la licenciosa de “La prepago”, la borracha de “Bebe, tú eres las que pierde”, la “Tarúpida” que quizás sea la misma a la que Rolando Ochoa dedicó la despectiva “Ábrete” como igual calificación merece una más reciente muestra de “cariño” por parte de este buen acordeonero quien en su canción “Ni punto de comparación” al lado de Silvestre Dangond expresa inicialmente:
Y no pienses que voy a hablar mal de ti,
Aunque lo creas no es mi estilo
Luego evita todo recato y mesura para “hablar mal” de la sujeta en cuestión:
Y no me busques, no me llames, no me insistas
Porque lo que no me diste
Otra me lo dio, otra me lo dio, otra me lo dio
Donde tú no llegaste
Otra si llegó, otra si llegó, otra si llegó
Y pa que te de rabia en la cama, no
No tiene punto de comparación
A la carga de estigmas sobre estas mujeres se suma el que no quiere que le vean “Cara e´novio”, el cantautor Felipe Peláez quien con todo descaro reconoce a la destinataria del canto que él lo que quiere es “vacilarla” pero nada en serio:
Yo también quiero amanecer gozar, rumbear contigo
Disfrutar de tu cuerpo, si vivamos un momento
Cuando tengas un puente libre dime yo te invito
Y si quieres ven con amigas que yo las recibo
Pero nunca, pero nunca me veas cara e novio
Como tampoco merece una migaja de amor sincero la “Descarada” que solo fue “Un amor de madrugada” para Sergio Luís Rodríguez:
Tan bonita y tan malvada
Tú eres una descarada
Lo que yo tuve contigo
Fue un amor de madrugada
No tengo problemas en llevarte a la cama
Pobre de la ilusa que piensa que la aman
Es de aclarar que al lado de versos rendidos de amor, otros que prometen esta vida y la otra y unos más que imploran ahogados en llanto, encontramos posturas algo misóginas y en suma oprobiosas contra algunas mujeres que han surtido el cancionero vallenato desde sus inicios. Algunas de estas canciones han llegado a despertar tanta indignación que generaron movilización social. Hace varias décadas el sicalíptico acordeonero, autor y cantante José María Peñaranda, célebre por sus canciones obscenas como “La ópera del mondongo” grabó una canción titulada “Las secretarias” que lejos de ser un homenaje, ponía en tela de juicio la moral de estas empleadas. La agremiación nacional de secretarias hizo públicas manifestaciones de rechazo a tal punto que obligaron al autor a resarcirlas con una canción de desagravio y a evitar la posterior divulgación de esta afrenta cantada. Algo similar estuvo a punto de ocurrir con la canción de Efraín Barliza “Noticias” que fue grabada por Iván Villazón. Aunque en la grabación la canción fue parcialmente “blanqueada” de frases ofensivas contra las mujeres, en las presentaciones en vivo, Villazón aludía estas estrofas lo que comenzó a desencadenar reacciones airadas de algunas mujeres y obligaron al cantante a censurar esos versos. Sin embargo, persisten metáforas en alusión a las mujeres que son verdaderas “perlitas” como esta:
Ahí si hay bocadorá (Bis)
Y cuando pican es pa’ matar de verdad
Me dijo mama
Y cuando muerden es pa’ matar de verdad
Me dijo papa
Son avispas carniceras, cruzadas con africanas
Es tierra de cascabel, es tierra de mapaná
Paren uno y paren dos, paren cuatro y paren seis
Paren ocho y paren diez
Todavía son señorita, las cachazúas
Alejo Durán cantó y exaltó mucho a las mujeres, pero en un momento de desengaño le salieron estos versos nada halagüeños:
La mujer hay que tratarla
Así como yo les digo
A los puños y las patadas
Para que pongan cariño
(…)
La mujer hay que tratarla
Como el muchacho a los burros
Vayan bien o vayan mal
Le meten su garrotera
Porque ellas son tan malvadas
Que no quieren a ninguno
Y al final de la jornada
Pagan con la misma moneda
(La mujer hay que tratarla- Merengue)
Por su parte, Julio De la Ossa, por una parte defiende a las mujeres:
Yo pido que se respeten
A esas mujeres queridas (Bis)
Esas son las que merecen
Que Dios le dé larga vida (Bis)
Pero, a renglón seguido viene la contradicción:
Pero aquellas pelioneras
Que no quieren al marí´o (Bis)
Que les den puño molí´o
Y también su garrotera
(Puño molío- Paseo)
Entre esas actitudes hostiles no podía faltar la concreción cantada de esa declaración de machismo descarado que reza: “porque te quiero te aporrio”, esta vez en la autoría del compositor Freddy Carrillo “Calencho” en una canción el formato de vallenato tambora en el que se hizo reiterativo y que tiene como título original “El bojo”, pero que fue cambiado por un sinónimo menos provinciano y más estandarizado: “El golpe”. La canción fue uno de los éxitos del carnaval en 1991 del grupo de Jorge Oñate y Álvaro López:
Tanto brincar y saltar
En tu vida fui el primero
Con hablar no ganas ná
Siempre soy tu compañero
Nuestro amor es de verdad
Por nada puede acabarse
Mucho te puedo golpear
Pero te quiero bastante (Bis)
Siempre se vive quejando
Por culpa de la vecindad
La están mal aconsejando
Y les voy a contestar
Se van a fregar
Porque ella a mi
No me va a dejar
Y van a sufrir
Como de ella soy
Y ella es para mí
Le daré mi amor
Y la haré feliz
Isaac “Tijito” Carrillo, al mejor estilo de José María Vargas Vila (a quien cita en la canción), hace gala de una actitud misógina en esta canción:
La mujer mala y bonita tiene pacto con el demonio
Por culpa de las mujeres se acabó el sabio Salomón
Con una tijera mocha motilaron a San Antonio
Lo mismo acabó Dalila con el forzudo Sansón
A ti te condenarán en la justicia divina
Yo te juro mujer que tu infamia no tiene nombre
Y yo te voy a decir como dijo Vargas Vila
Que las mujeres nacieron para que sufrieran los hombres
(Las mujeres- Paseo)
Una lectura cuidadosa de la obra musical de algunos autores permitiría hacer un escalafón de consuetudinarios machistas que rayan, incluso, en el misoginismo. Dentro de estos se encuentra el extinto Héctor Zuleta Díaz, aquel mismo de los versos que son sangre de herida mortal en “Me deja el avión”:
Hay me importa un carajo que te hayas quedado con ese señor
yo sé que tú piensas que yo ando borracho y llorando por ti
me da mucha pena tener que decirte que no ha sido así
pues yo soy un hombre y hay muchas mujeres mejores que tu
sólo me ha quedado una leve inquietud como es natural
pero algo más bello te va a reemplazar en lo sucesivo de mi juventud
Me cuenta la gente que dices que nunca me vuelves hablar
que estas orgullosa de haberme causado tanto sufrimiento
verdad que te quise cuando eras mi novia y ahora me arrepiento
por eso es que digo que nunca jamás te vuelvo a llorar
y a pesar de todo lo que andan diciendo no puedes negar
que fuiste mi novia y que yo fui tu dueño y que hasta tus labios me hastié de besar.
(Fragmentos)
Es el mismo autor de estos versos pletóricos de un cinismo exacerbado:
Aquí tienes que volver (Bis)
Aunque pase mucho tiempo
Sé que tienes novio nuevo
Pero te tengo que ver
Como la primera vez
Que entregaste tus amores
Supiste lo que era un hombre
Porque yo te lo enseñé
Y después te abandoné
Por unos caprichos míos
Y no estoy arrepentido
Pero tienes que volver
(Volverás, merengue)
En el mismo sitial situaría a Fabián Corrales, por sus recurrentes versos plegados de actitudes machistas y desdeñosas ante la mujer lo que se enfatiza por ser el compositor que más ha influido en el lenguaje y el tono de los compositores del movimiento generacional denominado Nueva Ola. De Corrales tomamos solo los siguientes versos:
No me hables de pureza
Porque ya yo estoy manchado
No hables de moral
Porque este mundo es un pecado
(…)
Lo que no das tú, me lo da otra
Que lo que quiero yo no lo das tú
(Lo que no das tú- Paseo)
Una de las banderas del machismo exacerbado en la canción popular, no solo en el género vallenato, es el de la mujer “inmaculada”, entendido esta como el trofeo de la virginidad como premio de la virilidad. La falta de esta se sigue entendiendo, aún, como falta de honra y por lo tanto motivo para vituperar a la mujer. Un claro ejemplo de esta posición nos la ofrece el compositor Jesús Abigaíl Martínez:
Oye mujer, oye mujer
No es que yo diga que eres sin valor
Tú eres la misma y tal vez mejor
Pero es que ya yo no quiero
Sinceramente no puedo
El primero fue el primero
Ya de segundo no quiero
(Ceniza fría, paseo)
A muchos autores vallenatos les cuesta adoptar una valiente posición de mea culpa frente a la mujer en situaciones amorosas. Quizás sobresalga la actitud de Rafael Manjarrés quien, aunque suele cuestionar a la mujer citadina que se torna cosmética renunciando a los valores pueblerinos y de familia, les sigue reconociendo su valor:
Porque no es aquella del ambiente, ahora esta chapeada
Si era linda y no se pintaba, si era sobria y original
Borracho destino, una vez no aprecié de aquella
Es distinta pero ella es buena, no me obligues a claudicar
Porque claudicar, porqué claudicar
(Aquel amor)
Es el mismo que, lejos de mancillar el nombre de la mujer, prefiere auto-flagelarse con el estigma:
Yo pensé que jamás podía dar en pleno el alma
Que el amor iba a ser pa’ mí siempre tan casual
Siempre fui el jardinero infame que igual me daba
Deshojar el rosal más lindo sin más ni más
(Mi alma en pleno)
Pocas canciones del género conceden a la mujer la virtud por encima de las máculas de un pasado de promiscuidad o infidelidad. Rafael Manjarrés, sin embargo, expresa “con orgullo” que es capaz de querer a su novia a pesar de las tachas sociales:
Esa que se ha dedicado (Bis)
Que amor desinteresado
Me ha entregado hasta el final
Bien merece que la quiera (Bis)
Pero el mundo la condena
Porque así es la humanidad
Me enguayaba viendo a mi muchacha honesta
Tan humilde tan correcta
Merecida y ejemplar
Y que tenga que bajar quizás la frente
No más porque sea la gente
Quien la tenga que tachar
Y si algo hay que reprocharle
También es humana
Yo sé que fui culpable
Debo perdonarla
Pero así es la vida
Mundo misterioso
Esa que ha sufrido y que me ha querido
La calumnian todos
Y así es el destino
Mundo portentoso
Cuantas hay candidas, rodeadas y urgidas
Y de un pasado roto
Y yo que tengo la certeza de que es buena
Con orgullo he de quererla
No importa que yo sea el tonto
(Con orgullo)
Es la misma posición que adopta José Luis Daza y que le reprocharon no pocos autores y melómanos en la canción “Solo me importas tú” grabada por Iván Villazón y Saúl Lallemand:
Cómo voy a pedirle, pureza a tu alma,
Si yo no soy un santo
Como voy a pedirle,
Pureza a tus labios
Si los míos están gastados
Yo sé que no eres la mejor mujer del mundo,
Pero eres la que quiero…
Con errores y virtudes
Fue que te conocí, y así te adoro
Sé que no soy Dios para poder juzgar
Tu comportamiento,
Cuando te conocí naciste para mí
Sin mirar tu pasado
Y a pesar
De que en tu vida no fui el primero
Yo aprendí que hay valores que van por dentro
Y ni el tiempo ni nada lo aseguro que los podrá arrancar
No me importa tu pasado
No me importa lo que hiciste, ni los novios que tuviste
Porque solamente me interesas tú. (Bis)
El compositor vallenato ha hecho de su producción musical un sistema de representaciones sociales, válido para “modelar” los comportamientos y el ethos de su colectividad y le confiere cierto “empoderamiento” que privilegia y da status a sus juicios morales. La música puede ejercer también cierto poder sobre los individuos y esto instituye que un grupo (los músicos) mantengan poder sobre otros en especial si es sobre las mujeres sobre las importancia del músico en nuestra cultura vernacular vallenata como seres privilegiados socialmente para legitimar representaciones sobre el deber ser y reforzar estereotipos y actitudes. Desde la categoría de privilegio social que ser músico le depara el autor define su autoridad y eso trata de legitimar sus juicios hacia la mujer.
Es por eso que estos músicos se arrogan el derecho de exaltar o vilipendiar, de honrar y deshonrar, de encumbrar y enterrar a quienes gocen de sus amores y desamores. “Pobrecita” la mujer que agravie a un autor vallenato pues nunca tendrá la oportunidad de resarcirse de las “puyas” en que se convierten los versos cuando están cargados de veneno. Por ello la imagen de muchas mujeres seguirán “condenadas” al escarnio irredimible, si no que lo digan la “Camaleona” que menospreció a Leandro Díaz como pretendiente de su hija o la “Gordita” que se le fue con otro; o “La marimonda” que se baja de un palo y se sube en el otro, “La difunta” y la “Cabecita loca” de Romualdo Brito; “La veterana” que tanto vituperó Beto Daza o “La camajana” que disgustó a Emiliano Zuleta para solo mencionar algunos casos. El machismo de nuestros cantos es un asunto que cada generación asume con mayor o menor énfasis y exacerbación. Que ellas ya comiencen a poner el delicado tema sobre la mesa es un primer paso para generar conciencia en creadores y consumidores de esta forma de expresión sonora que es la música vallenata.
REFERENCIAS
BOURDIEU, Pierre (2000), La dominación masculina. Barcelona: Anagrama
MARTÍNEZ POLO, Liliana. (2013) Gustavo Gutiérrez: El compositor romántico del vallenato. En: Revista del 46° Festival de la Leyenda Vallenata. 22-24pp
MEDINA SIERRA, Abel. (2004) Seis cantores vallenatos y una identidad. Riohacha: Fondo Mixto de Cultura de La Guajira, 2004
SERRANO LÓPEZ, Adriana María (2006). Alguien que cuide de mí: Para una lectura crítica sobre los discursos de igualdad de género. En: Papeles Políticos. Bogotá. Universidad Javeriana. (Colombia), Vol. 11, No. 1; 221-257pp