Abel Medina Sierra | DIARIO DEL NORTE | Febrero 14, 2022
Darianna Griego, una riohachera de solo 15 años, hija del guitarrista y productor Luis José ‘Sombe’ Griego y, rama de una estirpe musical con origen en Tomarrazón, sacudió en estos las redes sociales que siguen los acontecimientos musicales del vallenato. Esta joven cantante aficionada, comenzó a visibilizarse en el mundo del vallenato por una práctica que se ha vuelto recurrente y propia de los post milenials: los retos.
Cada vez que se enciende el debate sobre si una canción o formato es o, no vallenato, surge la palabra “esencia” como tema ineludible. Los melómanos o actores de la vallenatía, sacan a relucir esta palabra para dar a entender que existe un punto de referencia, una raíz o polo de base y que la cercanía o distancia con relación a éste, es lo que define si una canción es no vallenata. “Es que el Binomio de Oro, innovó pero mantuvo la esencia”, “es que esa canción no tiene la esencia vallenata”, “es que la nueva ola perdió la esencia”, son frases que resultan de este tipo de coloquios informales. Se apela tanto a este argumento que, muchos, entre los que me incluyo, se han preguntado – ¿Y cuál es esa tan cacareada esencia? Pero, ninguno de los “esencialistas”, suele explicar esto, parece ser que la vaguedad fuera el principal atributo de esa esencia. Tanto así que, algunos ya han llegado a sostener que no existe, porque nadie la conoce. Es natural que, si ni siquiera los expertos son capaces de reconocerla, los que no tienen ese saber situado lleguen a pensar que se trata de un mito. El músico y docente Roger Bermúdez, en uno de los coloquios de cátedra compartida en vallenatología del programa de licenciatura en música de la Universidad de La Guajira, nos entusiasmó mucho pues tomó el toro por los cachos y anunció que va a demostrar musicológicamente, cuál es esa esencia. Desde ya, me declaro a la expectativa y ojalá sea pronto. Mientras tanto, vayamos aportando al debate. En algunos géneros musicales, en los cuales solo hay una forma, como el bolero o merengue dominicano, es más fácil identificar esa esencia en el patrón rítmico. Pero, en el caso del vallenato, existen cuatro formas festivaleras o tradicionales y muchas más emergentes. Así que, si para algunos, esa permanencia rítmica del paseo, son, merengue y puya es la esencia, qué pasa cuando emergen nuevas formas, que aunque no la acepten en los festivales no es que dejen de ser vallenatas. Allí ya no se puede aplicar esos patrones rítmicos como esencia. Por otra parte, si para algunos, la esencia es una manera de tocar el acordeón, sería bueno acudir a la tesis de Roger Bermúdez según la cual, “el vallenato no es un formato organológico, sino un lenguaje”. Y le concedo toda la razón, porque hemos escuchado tantas veces el género interpretado por guitarras, arpas, dulzainas y hasta con chiflidos como nos recuerda el coleccionista Álvaro Ibarra. Así que la esencia tampoco está en el acordeón, la caja y la guacharaca (Luis Enrique grabó varias producciones sin caja). Se podría pensar que es una manera de cantar, pero es mucho lo que ha cambiado del canto recio de los primeros juglares, al estilo afinado y colorido de la generación de Oñate, Orozco, Diomedes o Zuleta, pasando por las voces almibaradas de Nelson Velásquez, Amín Martínez o Alex Manga hasta llegar al fraseo urbano de un Kaleth Morales. Si ponemos el foco en la estructura de la canción, encontramos que hay muchas rupturas entres las canciones de cuatro versos simétricos y octosílabos del periodo campesino, luego a las quintillas y sextillas con versos de arte mayor, asimétricos y con estribillos de Escalona y Don Toba; luego pasa el lirismo trovadoresco y de intimismo subjetivo de Gustavo Gutiérrez o Rosendo Romero; un periodo sensiblero hasta llegar a una nueva ola con canciones jergales, con exacerbado machismo y letras ligeras. Es decir, no es claro qué ha permanecido en lo organológico, el canto ni la composición, no asoman tan claras las esencias, son más las contingencias.
Leyendo en estos días, encontré una respuesta de la cantante Aida Villa, hija de Abel Antonio, la cual coincide con la que le escuché a mi contertulio Luis Eduardo Acosta Medina en el programa radial La polémica, en el que también discutimos este tema: la esencia es el sentimiento que subyace en cada canción (como lo expresa Sergio Moya: “el sentimiento de vuelve canción”). Frente a esto, surgen interrogantes: qué pasa cuando la canción es meramente narrativa, no nace de ningún estado de ánimo. Tampoco hay sentimiento, sino interés en una canción que “fabrica” un autor porque se la encarga un intérprete o la crea solo para participar en un festival y ganarse unos pesos. Hay canciones con historias ficticias, autores que cuentan lo que le ocurrió a otra persona, así que no siempre habrá sentimiento ni siempre la esencia será que cantan emociones o vivencias reales del autor. Se ha demostrado ya que la mayoría de canciones vallenatas no son narrativas, así que esa forma expresiva tampoco es la esencia; que no todo vallenato nació en los campos y potreros, luego no depende de dónde se hace y que, si algunos creen que la poesía es su principal polo, no sé qué tiene de poesía canciones vallenatas como “La puerca”, “La perra”, “La yuca y la tajá”, “La espelucá” o “Me tiene pechichón” (más conocido como “El hombre es como el perro”). Nos toca esperar que, desde la musicología nos den las respuestas que hasta ahora nadie tiene. Lo que sí he notado es que, los melómanos desde su habituación y su experiencia sonora, toman posiciones y aceptan como vallenatas algunas ofertas, otras no tanto, lo que quiere decir que sí tienen una línea divisoria, imprecisa, pero existente. Por ejemplo, si se trata de una nueva forma, al menos debe permanecer la instrumentación. Si el paseaito lo graban sin acordeón, caja y guacharaca, ya borra todo nexo. Y si cambia totalmente la instrumentación, los patrones rítmicos o las formas ya legitimadas deben permanecer. Es decir, para que sea aceptado como vallenato, algún rudimento debe mantenerse, como dice Zuleta “El maco se suelta de las patas cuando está agarra`o de la cola”, una forma provinciana de parafrasear la tesis de Schenker de la conciencia permanente en la música, que puede explicar que en el vallenato no hay una esencia única e inamovible, sino contingente.
Nos volvieron a brincar adelante. Se avisparon primero y picaron antes que nosotros. Las comunidades afro del Pacífico colombiano, específicamente las de Valle del Cauca, Cauca y Chocó, quienes sí han sabido aprovechar que los últimos 5 ministros de Cultura son de esa región, metieron el golazo al Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, quienes en días recientes, avalaron la postulación de saberes y tradiciones asociados al viche del Pacífico para que inicien el proceso de declaratoria como patrimonio inmaterial de los colombianos.
El 14 de abril se cumplieron 172 años del natalicio de Francisco Moscote Guerra (1849), nacido en el caserío El Tablazo, corregimiento de Galán hacia el sur de Riohacha. Francisco “El hombre”, hijo de José del Carmen “Checame” Moscote y Ana Juliana Guerra es el héroe cultural más emblemático de la comarca germinal de la música vallenata, en su honor hoy el segundo más importante festival del género vallenato lleva su nombre. De igual forma, tres bienes de interés cultural exaltan su nombradía: el mausoleo en el cementerio de Villa Martín donde vivió gran parte de su vida y falleció, la tarima de la plaza Alfonso López donde se han coronado la mayoría de reyes vallenatos y la escultura del maestro “Cochise” Maya en la glorieta o round point de Riohacha. Se han n intervenido estas dos últimas obras pues en Valledupar se inauguró la nueva plaza con una tarima Francisco El Hombre con nuevo diseño mientras en Riohacha una escultura colosal que remplaza la casi “enana” que lució por muchos años la glorieta de la calle 15.
El nombre de “Franco” como aún lo llaman los viejos de Machobayo o Villa Martín, ha sido tema de polémica, disputas territoriales, celos y hasta de negaciones. Para algunos, se trata de un mito fundado por García Márquez en “Cien años de soledad”. Su historia de un posible encuentro con el demonio en un lugar cercano al cruce de La Florida en vísperas de navidad, es considerado uno de los relatos fundacionales de la música vallenata en su estadio folclórico, le confiere la calidad de símbolo de la juglaría, la piquería y de representar la victoria del bien sobre el mal a través del arte musical y los prodigios de un humano, de allí que su historia es la leyenda musical por excelencia del vallenato (recordemos que la leyenda vallenata, no es musical sino religiosa).
Por mucho tiempo, surgieron algunos relatos paralelos que nos hablaban de tres Franciscos. El primero de ellos, naturalmente, Francisco Moscote. También Ciro Quiróz y Tomás Darío Gutiérrez en sus libros “Vallenato, hombre y canto” y “Cultura vallenata: origen, teoría y prueba” nos revelan que Pedro Nolasco Martínez, juglar de El Paso y padre de Samuelito Martínez, dice haber sostenido un duelo musical con Satanás, del que nació su merengue “El maligno” en el cual narra “Eso se puso feo/el mundo se oscureció/Cuando yo le recé el credo/Fue que se me retiró”. Aunque Nolasco no se llamaba Francisco, su relato de piquería con el Maligno hacen que Quiróz lo mencione como “otro” Francisco.
Por su parte, Quiróz menciona como el tercer Francisco “El hombre” al acordeonero y autor de El Difícil, Francisco “Pacho” Rada. Esta tercera versión, menos creíble, viene de un libro escrito por Pachito Rada Ortíz, hijo del juglar, titulado “Historia de un pueblo acordeonero”. La obra trata de postular la tesis que Francisco Moscote nunca existió y que el real “Hombre” es Pacho Rada, narra también un fabulesco episodio de encuentro con el Diablo. De allí que esta “tradición inventada” hoy corre como verdad en la zona de Ariguaní donde aseguran que Rada es “El Hombre”
Menos mal que el viejo Pacho era más serio que su hijo, porque en 1985 el lingüista e investigador Rito Llerena, en su libro “Memoria Cultural del vallenato” entrevista a Pacho Rada y le pregunta sobre este episodio. El viejo Pacho fue categórico: “esa es una mentira que se inventó mi hijo Pachito”. El viejo Pacho, reconoce que si tuvo el diálogo musical con un acordeonero al que nunca vio, pero que eso no quería decir que era el Maligno ni que él era Francisco El Hombre.
Ahora viene una disputa más reciente. Como quiera que ya muchas personas me reconocen como “vallenatólogo”, me han llegado versiones. En dos ocasiones, descendientes de Nandito Rivero, “El Cubano” que se asentó en Caracolí, me han dicho que el Demonio de Francisco tiene nombre y que era Nandito que ese día pasaba por esos caminos. No hace mucho, en un conversatorio al que asistí en Fonseca, se me acercó un señor para aseverarme también, que el tal Demonio derrotado por Francisco era su bisabuelo Luis Pitre y que su familia estaba segura de eso.
Lo anterior demuestra que no solo el nombre de Francisco se lo han disputado, ahora la identidad del Demonio también tiene quien la reclame. En la tradición oral la verdad es relativa así que no hay nada absoluto, puede ser cierto o no. Francisco nunca vio la cara de su retador, así que la intriga sigue para conocer la identidad de quien tuvo con Francisco la piquería más famosa del vallenato. Se busca al Diablo porque ya sabemos cuál es el verdadero Francisco.
La disputa por “cunas” o hitos “precursores” en la música vallenata, se han intensificado en estos días desde las redes sociales y, con ellas, los atrincheramientos regionalistas y localistas ondeando militancias, a veces chauvinistas. Si hay una música disputada es la vallenata. Por años, guajiros, magdalenenses y cesarenses se han tranzado en debates de reclamo para legitimar algún punto geográfico como “cuna” de esta música.
Repasemos las más conocidas tesis sobre el origen del vallenato. En 1948, el abogado e investigador de Guamal, Gnecco Rangel Pava, en su obra “Aires guamalenses”, postula a su pueblo como cuna del vallenato por una supuesta pre- existencia de sus ritmos desde tiempos muy remotos en esa población. Pero, no llega a probar que en otraspoblaciones o subregiones no existían tales formas previa o simultáneamente que en Guamal. Ciro Quiroz, en su libro “Vallenato, hombre y canto” (1983), sugiere que la cuna del vallenato es su pueblo, El Paso, Cesar. Para ello, reconstruye varias generaciones de músicos vallenatos que nacieron en El Paso, no aporta más pruebas.
En Ciénaga han sugerido que la música vallenata nació en épocas en que este municipio, era un epicentro comercial y cultural desde la segunda mitad del siglo XIX. Su reclamo de paternidad se sustenta, por un lado, por el uso de denominaciones como paseo y sones para referirse a componentes de músicas extranjeras como el danzón, muy apropiadas por la élite cienaguera para esa época. Diego Cardona, llega a aventurar la hipótesis que fue el cienaguero Clemente Escalona, padre de Rafael Escalona, quien llevara este ritmo a Valledupar. Este tipo de conjeturas se diluyen ante la evidencia: Clemente Escalona era un militar y no un músico, por otra parte, Escalona nunca reconoció influencia musical de su padre, además, hay sobradas muestras de la existencia de la música vallenata en la región antes de la llegada a Valledupar del padre de Rafael Escalona.
Otro punto que también reclama ser la “cuna del vallenato” es la población cesarense de Atánquez. Sus gestores culturales, en diversos eventos académicos, vienen defendiendo la tesis que el vallenato es una derivación de sus aires tradicionales como la gaita. También se han apoyado, en algunas discretas coincidencias entre los patrones del son vallenato y el chicote. Nadie ha podido demostrar si, los nombres de merengue, son y puya pasaron de la música serrana al vallenato (no hay registros antiguos que den cuenta de estos nombres como vernáculos en estas etnias), o si bien, pasaron del vallenato a sus expresiones sonoras. Tampoco es claro si fue el son el que influyó en el formato actual de chicote actual, o si los vallenatos bebieron de esta expresión serrana. Además, entre los kankuamos no hay tradición de chicote, sino de gaita.
Existe la tesis del origen fonsequero de “Chema” Gómez Daza, explica que, desde Riohacha, se trasladaron hacia Fonseca los comerciantes italianos Donato y Félix Anichiarico, quienes llevaron acordeones los que ya sabían ejecutar. “Chema” Gómez, quien también ancla el origen de la colita en Fonseca, tal vez no tiene en cuenta que los mismos comerciantes ya habían vendido esos mismos acordeones en Riohacha y los tantos que habían sido introducidos a la región desde diferentes puertos como Cartagena, Sabanilla y por Venezuela hasta Cúcuta. También incurre en el sesgo de sugerir que el vallenato nace después de la entrada del acordeón. El número copioso de acordeoneros contemporáneos de Solano, Pinto, Sajaud y Pitre, refrenda la idea que ya el vallenato estaba extendido para la época en que se postula su “invención” en Fonseca.
Por último, la tesis más aceptada por las representaciones sociales de los músicos vallenatos e investigadores, es que tal género pudo tener su punto de origen en la Provincia de Padilla, en el actual departamento de La Guajira que se extendía hasta el norte del Cesar. Algunos lo reducen a los pueblos del sur de Riohacha (en los que está Villa Martín, donde vivió y falleció Francisco El Hombre), pero la mayor apropiación de los pueblos de la media y baja guajira permiten ampliar esta delimitación.
Las pruebas que favorecen esas representaciones de la parte de la Provincia de Padilla, tienen que ver con las crónicas de Candelier y Goenaga quienes son los primeros en describir la existencia hacia 1.890 del conjunto de acordeón, caja y guacharaca en cumbiambas de Riohacha, fiestas y parrandas. También por los estudios como los de Viloria y González Zubiría que demuestran que Riohacha fue el primer puerto por donde entraron acordeones importados entre 1856. Si bien, luego entraron más por otros puntos, fue en esta subregión donde se usaron para tocar vallenato.
El relato fundacional de Francisco El Hombre, la cantidad de músicos de esta región que hizo parte de las primeras generaciones de acordeoneros, la primacía de los provincianos como estandartes de las primeras generaciones (Francisco Moscote, Chico Bolaños, Luis Enrique Martínez), la prolija participación de intérpretes guajiros entre las máximas figuras del vallenato y la gran apropiación de este género, demostrable en que toda familia se precia de tener al menos un músico vallenato, hace que la antes llamada Provincia de Padilla, sea para los guajiros, argumentos a favor de ser el probable epicentro germinal de la música vallenata. Ahora bien, en aras de la objetividad, privilegiar a La Guajira como cuna del vallenato es una hipótesis, no hay certeza para darlo como una verdad absoluta. Está más sustentada en fuentes primarias de la tradición oral, muy refrendadas por los músicos de las primeras generaciones.
En suma, se puede concluir sobre el origen geográfico de la música vallenata que, hay evidencias de la existencia del vallenato solo desde bien adentrado el siglo XIX y, para entonces, los lugares donde se ha documentado la presencia del vallenato como el sur de Riohacha, Fonseca, El Paso, Rincón Hondo, Atánquez, El Difícil o Plato, hacían parte del Estado del Magdalena, llamado también Magdalena Grande (Magdalena, La Guajira y Cesar actuales). Por eso, se constituye como territorio donde nació el vallenato. Para esa segunda mitad del siglo XIX, ya la denominación usada en la colonia de Valle de Upar para una parte del Magdalena, se había restringido a la ciudad capital del Cesar. No había otra denominación oficial diferente a Magdalena en la cartografía, es más, Francisco el hombre, Chico Bolaños, Luis Pitre, ni siquiera alcanzaron a recibir el gentilicio de “guajiro” sino “magdalenense”. Por otra parte, el vallenato ya se estaba cocinando antes de la llegada del acordeón, tampoco hay creador o “inventor” de esta música, sino que es un fenómeno de creación colectiva.
Imagen de ‘Francisco el Hombre’, representado por el compositor Marciano Martínez, en la película ‘Los viajes del viento’. Foto Cortesía.
Es muy posible que, el vallenato en su origen, haya sido producto de una multi-estructuración que se dio en varios lugares simultáneamente y hay suficiente documentación al respecto. Se ensayaron varios formatos instrumentales, estilos y formas para interpretar los cantos campesino vernáculos, y con la influencia integradora de epicentros de producción como la Zona Bananera, tabacalera, la industria maderera de Riohacha o ganadera en toda la región y, luego con las grabaciones y festivales, se fue posibilitando una modelación hasta llegar a un vallenato bien caracterizado, regional y canónico. Al margen de las disputas de paternidad, es bueno que todos se estén peleando al vallenato, eso demuestra que ya es patrimonio de todos y que le dan valor.
Cuando en cultura se habla de patrimonio, nos estamos refiriendo a bienes muebles o inmuebles, también a manifestaciones inmateriales que constituyen los legados que recibimos de generaciones anteriores y son portadoras de identidad y sentido, alto valor simbólico, estético o histórico para una comunidad. La legislación colombiana es amplia al respecto de las obligaciones, procedimientos, mecanismos, instancias y recomendaciones para crear escudos de salvaguarda que permitan mitigar los riesgos, generar apropiación social de esos legados tangibles e intangibles, lo que también hace parte de acciones vinculantes del Estado frente a convenios internacionales con la Unesco.
A pesar de existir esa legislación, en especial la Ley 1185 del 2008 y sus reglamentaciones, los alcaldes y concejales suelen cometer desaciertos al promulgar medidas de patrimonialización que, aunque bien intencionadas, resultan ser inaplicables, sin apego a la ley o fuera de lugar.
Un caso reciente me llama la atención, y agradezco al consultor patrimonial Pedro Verbel quien me enteró del contexto. El Concejo Municipal de Fonseca, aprobó el Acuerdo 018 el 16 de noviembre del 2020, “por medio del cual se declara patrimonio cultural e inmaterial del municipio de Fonseca, la vida y obra del maestro Luis Enrique Martínez Argote”.
Luis Enrique Martínez
Celebramos que los fonsequeros estén tomando medidas para dimensionar justamente la obra y los legados que dejó “El pollo vallenato”, el gran estructurador del vallenato moderno y del canon festivalero. Pero, esas buenas intenciones se ven torpedeadas por el mismo acuerdo. Primero, según la Ley 1185, las declaratorias como patrimonio cultural las debe promulgar el ejecutivo, en este caso, el alcalde de Fonseca. Segundo, requiere de concepto previo del Consejo Departamental de Patrimonio Cultural. Tercero, no tiene sentido ni lógica una declaratoria de la “vida” de un personaje que ya está muerto. En este caso, lo que se podría patrimonializar sería la obra, pero, si ya el vallenato tradicional es patrimonio de la Nación y de la humanidad, pues la obra de Luis Enrique ya está declarada también. Por último, y ya no es asunto legal sino práctico, al acuerdo no adopta ninguna medida de salvaguarda del legado del “Pollo vallenato”, ni de investigación, centro de memoria, promoción y divulgación, formación. Es decir, este acuerdo, es otro de los tantos saludos a la bandera, normas que se promulgan solo para tener algo que mostrar, pero que no tienen dientes ni efectos.
Es pertinente aclarar a legisladores y administradores que, las personas no son ni se declaran como patrimonio cultural. Cierta vez tuve que convencer a una responsable de cultura de Hatonuevo quien insistía en declarar a Leandro Díaz como patrimonio. Alguien preguntará porqué los putchipus o palabreros wayuu son patrimonio nacional y de la humanidad. Lo cierto es que la declaratoria es para su sistema normativo, sus códigos y mecanismos de conciliación, no para los putchipus. Se protegen los legados, es decir, bienes o los saberes, técnicas, tradiciones, rituales, prácticas, expresiones orales, musicales, danzarías, entre otras, no las personas que son portadoras.
Otro error frecuente de las autoridades, es el de declarar manifestaciones que no tienen el rasgo de tradicionalidad. Una de las muchas “alcaldadas” de Juan Carlos Suaza en Riohacha, fue que quiso crear una feria ganadera y en el mismo acto administrativo declararla patrimonio cultural, semejante esperpento. Otros gobernantes han promulgado declaratorias sobre eventos de reciente data, sin valorar la apropiación social que han tenido a lo largo del tiempo. A esto se suma que, en algunos municipios incluyen como patrimonio cultural lo que solo son atractivos turísticos. Para que un lugar como un balneario, tenga el carácter de patrimonio, debe tener alto valor simbólico o ser un espacio sagrado.
Otra confusión que se hace necesario aclarar, tiene que ver con objetos como las artesanías, instrumentos musicales, instrumentos de trabajo. Estos productos no constituyen patrimonio, son las técnicas o saberes que se usan para elaborarlos. Igual sucede con los saberes culinarios o las prácticas de medicina tradicional o farmacopea, no son los platos o la herbolaria, sino los saberes sobres estos, acumulados y decantados por el tiempo y apropiados por la comunidad lo que constituye patrimonio cultural inmaterial.
Finalmente, algunos políticos a veces no consultan los valores simbólicos, estéticos e históricos de un bien para tramitar una convocatoria vía Congreso, que es otro saludo a la bandera. Un político guajiro logró hace años las declaratorias para las capillas de Los Pondores y Lagunitas en San Juan del Cesar, las que, sin dejar de ser importantes para sus pobladores, no tienen ningún valor por encima de las demás del departamento. Paradójicamente, la catedral de San Juan Bautista, una joya arquitectónica de gran valor como bien de interés cultural, no fue incluida en la ley de marras. Palos de ciego en asunto de política patrimonial es lo que estamos dando.