Mario Paternina, quien murió en Sincelejo, tenía la habilidad de tocar la caja de diferentes formas.
Duró quince años tocando con el Binomio de Oro de América.
Cuando Mario Paternina Payares nació, hace 59 años en Corozal, la música hacía parte de su ser. Hijo del juglar sabanero Alcides Paternina Gamarra, quien decidió dejar su acordeón, pero su discípulo ya empezaba a gerenciar el legado.
“Un día Alcides despedazó el acordeón pero quedaron los pitos regados en el patio. Mario encontró uno y comenzó a tocar, lo que causó la ira de su padre, quien le advirtió que no querían más músicos en la familia”, recordó Alfonso Hamburguer, amigo y especialista en temas del folclor sabanero.
Este episodio, que para muchos fue irrelevante, sería el preludio del eterno coqueteo de Mario con la música, especializándose en la caja antes representada en taburetes, mesas y demás objetos domésticos.
El primer conjunto al que perteneció fue Los Caciques de Sierra y después hizo parte de la agrupación de Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza, Otto Serge, Jorge Oñate, Los Hermanos Zuleta y el Binomio de Oro.
“Mario era un cajero atípico, él no sudaba cuando tocaba, no tenía callos, sus manos eran la de un oficinista, él no golpeaba la caja duro, era dúctil para su interpretación”, recuerda Hamburguer.
El Binomio de Oro. Paternina hizo parte del selecto grupo de artistas del Binomio de Oro a la cabeza del también desaparecido, Rafael Orozco, donde permaneció 15 años.
“A pesar de que Orozco lo quería mucho decidió renunciar porque se dio cuenta de que la que estaba bien era la empresa, y él se sentía incómodo de tener un jefe que podría estar por debajo de su conocimiento; se fue aunque ganaba muy bien, eran como $150 mil por toque”, recordó el amigo.
Creador de cajas. Era tanto el conocimiento de filósofo de profesión que diseñó un modelo de cajas que no afectan las piernas, eran más pequeñas y tenía un espacio para ubicar el micrófono.
Desde hace un año, el tema de la muerte hacía parte de sus conversaciones y bromas, según manifestó su amigo.
POR: LAURA TOSCANO/EL HERALDO