LA AURORA DE UNA EPIFANÍA

Por Donaldo Mendoza

   Me ocurrió hace unos días. Salía de mi casa, diez de la noche, a comprar en la tienda. Tres puertas más adelante salió una vecina, joven profesional de unos 36 años, a presentarme disculpas por la fiesta a la que asistía, y de donde salía sonido de música y de voces, que para mis oídos era tolerable. “Perdone, vecino, si en algo le incomoda la bulla…”.

   Era notable que mi profesional vecina estaba “entonada”. Y aquí sucede lo que para mí no fue una disculpa, sino una epifanía: la revelación de algo sublime, bello y verdadero. He aquí la razón: esta profesional pertenece al inmenso colectivo de jóvenes en Colombia que, cuando logran conseguir un empleo, deben someterse a las injustas condiciones del jefe y/o la empresa. La madre de esta joven vive también en la unidad residencial, y más de una vez me ha comentado: “Pobre mi hija, es profesional y tiene especialización, pero el sueldo que gana está por debajo de su preparación académica, y para colmo trabaja más de las ocho horas legales, porque debe estar dispuesta a lo que la necesidad del servicio demande, incluidos los sábados; se va a las siete de la mañana, almuerza a las volandas y regresa a veces a las ocho de la noche. Y no le pagan las horas extras”.

   Esas condiciones de trabajo han afectado el estado emocional de esta joven; en efecto, su forma de saludar es fría y distante; le cuesta hacer algún favor porque el tiempo laboral se lo impide; el trato con sus papás es desde la moto que la lleva y la trae del trabajo, el pito es ya familiar para los vecinos. Cualquiera que no la conoce y la ve, desprevenidamente, alcanza a advertir algo del rostro dulce y tierno que natura le dio a esta joven.

   La noche de las disculpas sucedió lo inesperado: con la entonada de cinco vinos, que me dijo se había tomado, se produjo una transformación que solo es explicable si entendemos lo que es una epifanía. Al otro día le dije (cambio el nombre): «Aurora, anoche me saludaste y eras otra; había un aura de luz que emanaba de tu cabeza hasta los pies; reías como nunca te había visto; hiciste bromas y te despediste con un beso que voló de tus dedos. Te juro que en siete años que vives aquí, apenas anoche vine a conocerte».

   La experiencia trajo a mi memoria dos imágenes. 1) Las Bodas de Caná de Galilea, cuando el joven Jesús apenas empezaba a hacer pública su doctrina. Y ocurre la bella metáfora (como todas las de él) de convertir en vino el agua de seis jarrones. Se me ocurre, que lo que el texto evangélico dice es que Jesús vio en la “entonación” de los invitados a la boda la oportunidad propicia para conocer ese ser auténtico que subyace en la apariencia de cada uno; o como revela el refrán en su sabia esencia: borrachos, niños y locos dicen verdades.

   2)   Vi en Aurora a los jóvenes indignados que hoy llenan las calles y avenidas de Colombia, arriesgando a cada minuto la vida por construir el país que un puñado de poderosos les han robado. Al punto que hasta la esperanza parecía perdida para ellos (“los sin oficio”, decía ayer un señor mayor que pasaba frente a la Facultad de Ciencias de la Salud. <<No señor –le dije– los sin empleo, los excluidos>>). Un país nuevo que, sin duda, será más amable y justo con ellos, y también con Aurora, porque su sueldo y las duras condiciones de trabajo hacen de ella un ser enajenado, un ser extraño, un ser al que le están debiendo dignidad. 

Bolog del autor: Donaldo Mendoza

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