Una gripita

Por: Héctor Abad Faciolince / Hoy en EE

De mediados de marzo a mediados de octubre, ya podemos decirlo, casi todos nosotros hemos vivido los ocho meses más raros de nuestra vida. No los más violentos, seguro, ni los más tristes, quizá, pero sí los meses en que tuvimos que cambiar muchos de nuestros hábitos, las rutinas más simples, las costumbres más arraigadas, la forma de tratarnos, de saludarnos, de trabajar, de estar lejos o cerca, de vivir en familia y en sociedad. Todo, en estos ocho meses devastadores y extraños, ha cambiado y nos ha cambiado. Nosotros, los de marzo, ya no somos los mismos.

Este 2020 es para mí, y lo será para muchos, “el año de la peste”, como lo fue para Daniel Defoe el año de 1665, cuando la plaga diezmó a Londres. Nacidos en el arrogante y magnífico siglo XX, hundidos ya un quinto de tiempo en el XXI, llegamos a pensar que la ciencia y los adelantos de la medicina nos harían invulnerables a las pestilencias cíclicas de los años oscuros, los del Medievo, los de la Conquista, los de las bubas y el tifus de las viejas novelas. Tuvimos el sida, claro, para el que no hay vacunas todavía, pero el sida no se transmite por el aire, ni por la saliva: tiene que haber semen, sangre, contactos muy íntimos para contagiarnos. En cambio, con el nuevo coronavirus nos basta intercambiar el aire que respiramos, tocar el mismo objeto, frotarnos los ojos…

Cada semana que pasa, con los contagiados que crecen y se multiplican, uno tiene la sensación de que la enfermedad nos busca, se acerca, nos está cercando. Primero una amiga, después un cuñado, una hermana, un sobrino, un hijo: pronto vendrá también por mí, esa enemiga, la COVID-19, el virus del murciélago, que no es una gripita, pues mata diez veces más que la influenza, la gripa cíclica de todos los años, para la que al menos hay vacunas. No, amigos, cuando la vean de cerca y a los ojos, verán que esta enfermedad es seria, puede ser muy grave, devastadora, y a veces mortal, mortal para una persona de cada cien, poco más o menos, lo cual es una cifra muy alta.

Mi hermana mayor, ya recuperada, me cuenta: “Es como haber estado 20 días fuera del mundo, sin ganas de mover un dedo, no digamos de levantarme o de comer o de tomar agua. Si no me hubieran obligado a tomar líquidos, por mi propia voluntad yo no me hubiera tomado ni un vaso de agua. Por eso es fundamental tener a alguien que te quiera y te cuide al lado. No tenía apetito, y además nada me sabía a nada. No me daba cuenta de que la saturación de oxígeno bajaba, y cuando me pusieron oxígeno, no me sentía mejor ni podía saber que eso ayudaba a que no se me deterioraran todos los órganos. Ya soy negativa, me dieron de alta, ya no contagio, pero mi cerebro sigue convencido de que estoy durmiendo al lado equivocado de la cama, de que mi marido me quitó el puesto. A veces hasta lo regaño por dormir al lado que no es. Después del virus, la izquierda y la derecha las tengo al revés, y durante 20 días la vida me era indiferente y todo lo que pensaba estaba patas arriba. Lo único bueno es que me estaba muriendo muy tranquila”.

Casos como el de mi hermana hay por miles, por millones. Pero lo peor es que hay personas que simplemente se acuestan porque se sienten sin ánimos, esperan sin hacer nada, y cuando ya sienten que se están asfixiando, llegan al hospital demasiado tarde. No solo hay consecuencias pulmonares o neurológicas. A algunos enfermos les da miocarditis, y esta inflamación puede ser silenciosa, sin síntomas, lo cual la hace más insidiosa, pues hay atletas que tuvieron COVID, supuestamente están recuperados, y en medio de la práctica de su deporte se desploman.

No escribo esto para asustarlos. O, mejor dicho, sí. Sé que estamos hartos de vivir encerrados, de no abrazar a nadie, de ponernos máscaras, de tener las manos peladas de tanto lavárnoslas. Pero no es el momento de bajar la guardia. Una vacuna eficaz no está a la vuelta de la esquina, el virus sigue creciendo, y se acerca, y nos cerca: cuidémonos.

¿CUÁL ES LA AFECTACIÓN DEFINITIVA POR ESTE CORONAVIRUS?

POR ALBERTO ATUESTA MINDIOLA, MÉDICO.

Con el pasar del tiempo las sociedades médicas del mundo con la OMS a la cabeza se darán cuenta del error cometido con el control de esta pandemia. Aislar la población, confinar en Gulag a los ancianos vistos como mensajeros del mal, era necesario buscar la forma de hacer una selección etaria y los ancianos al cementerio, no importa la enfermedad siempre el diagnóstico es el mismo, Covid-19, no hay averiguaciones, no hay investigación, se ignora el sitio donde están sus restos o cenizas. Solo queda el recuerdo, a veces.

Se dice que la causa de la muerte por Coronavirus puede ser por la afectación de cuatro sistemas corporales. El primero es el sistema nervioso con compromiso del sistema nervioso central o el periférico especialmente el olfato y el gusto. El segundo es el sistema digestivo que se manifiesta con diarreas, vómitos, pérdida del apetito y dolores abdominales. El tercero es el de mayor frecuencia y más grave es el compromiso serio del sistema respiratorio con edema bronquial y alveolar con cierre de los conductos que impiden el paso del aire oxigenado y por ende no hay recambio gaseoso, la saturación de sangre no oxigenada lleva a las fallas respiratorias, renal y cardiaca, el desenlace es la muerte. El cuarto sistema afectado es el sanguíneo donde se alteran los factores de coagulación llevando una hemorragia en todos los órganos.
Esto es teórico, al momento no se ha investigado cual es la afectación definitiva por este virus. Las entidades de salud no permiten ninguna investigación. Investigar si los ventiladores mecánicos colocados a los pacientes intubados de las Ucis tienen la presión adecuada para ser resistida por las paredes de unos bronquios edematizados y frágiles o la presión es baja y no vence la resistencia de la luz estrecha producida por retención de líquido. La falla respiratoria al parecer en la mayoría de los casos es secundaria a una sobre infección por bacterias nosocomiales o sea bacterias que viven y se reproducen en los equipos de los Uci y son resistentes a muchos antibióticos del comercio.

El control o tratamiento del Covid está enfocado a la estadística. Hoy se hicieron X números de pruebas, se contagiaron Y, se murieron Z, la curva va subiendo o bajando. Cuál curva?
No se han dado cuenta o no han querido darse cuenta que la causa de la muerte por Covid es la soledad, el aislamiento, la estigmatización. Al matricular un paciente por Covid, lo meten en una pieza de cuatro paredes donde solo hay recuerdos y los días se confunden con la noche, el tiempo es eterno, no anda si no que se arrastra. El humano fue creado para vivir en comunidad y cambiar de paisaje continuamente, no puede resistir estar tanto tiempo mirando la pared del frente. Se necesita que los enfermos vean a sus seres queridos, hablen con ellos, oigan sus voces, los pacientes deben estar aislados pero no por paredes o vidrios opacos, si no de vidrios herméticos pero traslucidos, usar video cámaras. Así los parientes verán la evolución del enfermo y no tendrán que hacer como hoy, esperar al médico, al enfermero o al celador para preguntarle cómo evoluciona nuestro pariente o amigo en la Uci. La respuesta es casi siempre la misma, estable, mejorando, o se murió anoche y ya está cremado. Será posible cambiar?

ALBERTO ATUESTA MINDIOLA.
Correo: ticoatuesta@hotmail.com

LOS SENECTOS EN LA CUARENTENA

Por Alberto Atuesta Mindiola

El Presidente Duque ha mostrado una benevolencia extrema para proteger a los senectos, ha dictado un decreto donde se prohíbe a los mayores de 60 años salir a la calle. Que amor a los ancianos. Será así con su querida madre que ronda los 70, la respetable matrona Juliana Márquez Tono. Los ancianitos no queremos esa protección, muchos tenemos aún aliento para limpiarnos el trasero. Eso no es lastima, eso no es sentido de humanidad ni compasión. Eso es simple economía.

Los ancianos después de trabajar más de 30 o 35 años tienen derecho a un descanso, diversión, oler la clorofila y sentarnos en un parque viendo pasar esas muchachas esbeltas que nos hacen cabecear lo que sabemos. Solo allí llegamos. Con el tiempo las maquinas humanas empiezan un deterioro por uso o abuso, como cualquier carro viejo necesitan visitar con más frecuencia el mecánico en este caso al médico. Esto le cuesta al Estado un dinero no despreciable, pero esto no es ningún regalo, nos lo hemos ganado. A nadie se le ha ocurrido averiguar cuanto se han ahorrado las diferentes Eps en esta pandemia, ya que cerraron sus puertas y siempre le dicen al paciente que vaya otro día, ese día va y encuentra la puerta en la misma condición, cerrada.

Esto trae a mi memoria una pequeña anécdota hace ya un tiempo más o menos largo trabaje en Ecopetrol como médico general. De la noche a la mañana se murieron varios ancianos, jubilados, corría el rumor de que la empresa Ecopetrol había dado la orden de formular ciertos medicamentos para matar a estos pacientes. Esta noticia se rego como todos los chismes. Durante dos o tres meses los dispensarios médicos de la empresa estaban vacíos, los pacientes ancianos pasaban a kilómetro. Con el tiempo se pudo que investigar que la causa de la muerte era el dengue. Por esta falsa noticia Ecopetrol se ahorró más de 10.000 millones en un corto tiempo.

Ahora cuanto espera el gobierno ahorrarse con este decreto Dios no quiera que se le ocurra abrir asilos para ancianatos donde van a estar aislados y no se van a morir de Covid-19, se van a morir de tristeza y de otras enfermedades pero ahora nadie sufre de diarrea de infarto de miocardio, accidentes cerebro vascular, las baterías de investigación epidemiológicas están enfocadas solo para el coronavirus.

La experiencia se adquiere con la repetición y la repetición requiere tiempo, por eso los llamados viejitos tiene más experiencia que un joven de 20 años.
Que podemos hacer con los viejitos como el científico Camilo Llinás, el Senador Robledo, los Expresidentes Gaviria y Samper. Se cambió la visión de la historia. Antes los ancianos eran el centro de las reuniones académicas, filosóficas y científicas. Hoy huelen a feo, sufren de incontinencia y se echan gases mal olientes. Hay que protegerlos, encerrarlos, mejor dicho buscar la forma que mueran sin mucho sufrimiento. Habrá que buscar un nuevo Guillotin?
Señor presidente Duque nosotros nos protegemos, no queremos lastima. Saldremos a la calle con tapabocas N95 estaremos a dos metros de nuestros vecinos y nos lavaremos las manos frecuentemente. Esto será suficiente.

ALBERTO ATUESTA MINDIOLA
Correo: ticoatuesta@hotmail.com

Científicos descubren las mejores telas para hacerse una mascarilla casera (+Video)

Una investigación revela que múltiples capas de una combinación específica de tejidos con diferentes características pueden ser eficientes para proteger de las partículas del covid-19.

La pandemia del nuevo coronavirus convirtió a las mascarillas en uno de los objetos más solicitados y provocó su escasez en muchos países. Lo que antes se podía comprar en cualquier farmacia a un precio reducido hoy se consigue a duras penas y con un precio bastante más elevado.

Mientras tanto las recomendaciones actuales de los médicos y autoridades prescriben ponerse una mascarilla al salir a la calle o ir a hacer una compra, para hacer un viaje en transporte público o en taxi. Teniendo en cuenta que encontrar mascarillas a la venta sigue siendo todo un problema, algunos se pusieron a confeccionar sus propias mascarillas caseras.

En Internet se publicaron muchos artículos y vídeos que explicaban cómo confeccionar una mascarilla casera utilizando prendas de ropa, toallas y otros materiales fáciles de conseguir. Ante la escasez, incluso el Pentágono a principios de abril dispuso a sus empleados que usaran «materiales comunes, como camisetas limpias u otros paños limpios» para cubrirse la nariz y la boca.

Efectivamente el algodón es el material más utilizado para hacer mascarillas de tela. Pero ¿qué tan eficiente es en comparación con otros tejidos? ¿Y cuál es el mejor para proteger del virus? En un estudio reciente investigadores estadounidenses examinaron la eficiencia de varias telas comunes como algodón, seda, gasa, franela y distintos tejidos sintéticos. 

Los científicos descubrieron que múltiples capas de una mezcla de telas (como algodón-seda, algodón-gasa, algodón-franela) funcionan mejor. Según ellos es posible que el mejor rendimiento de los «híbridos» se deba al efecto combinado de la filtración mecánica, en el caso de algodón, y electrostática, propia para ciertos tipos de gasa y seda natural. Juntos estos dos factores tienen más potencial para proteger contra partículas de aerosol de tamaño propio para los virus y gérmenes.

Según el mismo estudio también es importante colocar la mascarilla de forma correcta. Si la cubierta de tela está mal ajustada dejando que se formen huecos, la eficiencia de filtración puede disminuir en más de un 60 %.