Por: Alejandro Gutiérrez De Piñeres y Grimaldi
Desde muy temprana edad, las notas emanadas de un Acordeón, tal como lo ejecutan, en la Región caribe colombiana, atrajeron mi atención, pues producían en mi alma gran alegría y mucha emoción. Aún recuerdo letras y melodías de esos cantos inolvidables, que a diario solía repetir, por doquiera que me hallaba, pues ya estaban anclados, bien adentro de mi corazón.
Cada vez que me era posible, adquiría en los almacenes de discos, los temas de actualidad en ese entonces, pero preferencialmente de intérpretes, tales como Nicolás ‘Colacho’ Mendoza, Alejo Durán, Luís Enrique Martínez, Julio De la Ossa, Andrés Landero y otros más, con los cuales me entretenía y me entusiasmaba, como si hubiese nacido en el Magdalena grande, porque al escuchar las notas de esos juglares, espontáneas y originales, producto de sus vivencias, anhelaba desde muy joven, ser partícipe de reuniones, en las cuales el Acordeón fuese el actor principal.
De toda esa cantera de músicos empíricos por naturaleza, pero de una gran creatividad, uno de ellos, ha ocupado siempre, un lugar preferencial: la figura sobria y sincera, del gran Nicolás ‘Colacho’ Mendoza, quién por su gran talento y creatividad, para ejecutar el Acordeón, supo ganarse el aprecio y reconocimiento del público que lo supo escuchar, bien individualmente o acompañando a artistas de gran talla musical.
Uno de los primeros temas, que caló mucho en el gusto popular, fue el Paseo titulado ‘Despedida’, del compositor Luciano Gullo Fragoso
Con el correr del tiempo y tras haberse creado el Festival Vallenato, el deseo de conocer personalmente a esas grandes figuras, estaba muy arraigado. Por consiguiente, procuré por todos los medios posibles, hacer presencia en dicho certamen. Fue así como en el mes de junio de 1.970, decidí viajar a la capital del Departamento del Cesar, para asistir a la tercera edición del citado evento y así, convertirme en un espectador activo, de algo que corría ya por mis venas: la música vallenata.
Tras inaugurarse formalmente el Festival, con la presentación del Ballet Folclórico del Cesar y el conjunto Estampas del Cañaguate, con Florentino Montero, al día siguiente en la Plaza ‘Alfonso López’, no cabía un alma más. En diversidad de kioscos instalados en dicho lugar, se llevaban a cabo las rondas eliminatorias, en sus distintas categorías, pero más allá, en bares, fuentes de soda y en andenes, notas melodiosas de fuelles inmarcesibles, emergían por doquier. Fue allí cuando pude observar, a corta distancia, las figuras que ya eran para mí conocidas, a través de las carátulas de los discos, de ‘Colacho’ Mendoza, Luís Enrique Martínez, Armando Zabaleta y del compositor Camilo Namén. Gran alegría me produjo ese encuentro, pues pude deleitarme en vivo y en directo, de algo con lo cual venía soñando de tiempo atrás.
Varias horas estuve presente, escuchando esos virtuosos del canto y del Acordeón. La música de ellos ocupaba un lugar destacado en mi archivo, lo cual me permitió valorar más y mejor, a estos dignos exponentes, representativos de una identidad músico – cultural.
Habiéndose creado el Concurso Rey de Reyes, en su primera versión el ganador fue ‘Colacho’ Mendoza, quien luego de haberse coronado vencedor, fue objeto de múltiples e injustificados ataques, dado que reinaban ciertos intereses de parte de las casas discográficas, las cuales ejercían influencia en determinados sectores de la población y so pretexto que ‘Colacho’ era el preferido de la clase dirigente de Valledupar, quien lo había hecho coronar vencedor, tratando así de restar méritos, al mejor ejecutante de los bellos aires autóctonos y tradicionales, del Valle del Caique Upar.
A raíz de ese suceso vergonzoso, opté por publicar un escrito, dando el crédito a ‘Colacho’, por reunir los méritos suficientes para ser Rey de Reyes, por encima de la propaganda burda y rastrera, de querer dibujar en la mente del pueblo, la absurda creencia que hubo varios participantes mejores que él. El escrito en mención, publicado en el Diario Occidente, de la ciudad de Cali, tuve a bien enviarlo al propio ‘Colacho’, quien al leerlo derramó lágrimas y lloró emocionado, por lo cual decidió contactarme telefónicamente.
‘Colacho’ tuvo a bien manifestarme durante el diálogo en mención, que, de todos los escritos y mensajes, publicados y recibidos, el mío lo había impactado en gran medida, habiéndolo hecho publicar en una Revista dirigida por Doña Consuelo Araújo-Noguera y leído en una Radiodifusora local. A renglón seguido, me cursó una invitación, para que fuese a Valledupar, me alojase en la residencia de él y por supuesto, de su círculo familiar.
Agradecido decidí aceptar dicha invitación, pero opté por alojarme en casa de un hermano mío en Valledupar. Encontrándome ya en esta ciudad, me permití dar aviso a ‘Coalcho’, quien en asocio de su hijo Wilbert, se desplazó hasta Los Campanos, para llevarme un precioso regalo y, de inmediato me curso una invitación, para que, en horas de la noche lo acompañase al Club Social Valledupar, donde se iba a presentar con su Conjunto e Ivo Díaz como vocalista.
Una vez concluida la citada reunión, nos fuimos a un lugar con todos los integrantes del grupo musical en compañía del Maestro Leandro Díaz, departiendo y cantando hasta el mediodía.
Fue allí, donde pude escudriñar, a carta cabal, a una persona de un gran talante, todo un caballero y señor, muy humano y sencillo, que daba lo mejor de sí mismo, sin máscaras ni apariencias falsas, sino de un ser de una nobleza impresionante. Esa imagen que me formé de él, he podido corroborarla por muchos testimonios de grandes personajes, que en vida tuvieron la oportunidad de tratarlo.
Después de haber disfrutado de esos preciosos detalles, regresé de nuevo a Cali, lugar de mi residencia, pero decidí tenderle a ‘Colacho’ una invitación muy especial: Que fuera a Cali, se alojase en mi casa y se presentase en una reunión de la Colonia Ocañera, de la cual yo era Presidente. El trato incluía pasajes ida y regreso, costeados de mi bolsillo y, todo lo producido, sería para él. De corazón me confesó que le tenía pavor a viajar en Avión, pero en su lugar me recomendó que invitase a Wilbert su hijo, lo cual efectivamente se cumplió.

Que gran oportunidad el destino me brindó, de conocer y tratar, a uno de los hombres que, con sus notas brillantes y originales, vino a darle nuevos matices a una música orgullo de nuestra nación y, ante todo exhibir sus dones de anfitrión, cálido y cercano, para los que tuvimos la oportunidad, de compartir su cercanía y amabilidad.
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