Félix Carrillo Hinojosa*
Quiero compartir esta cronica con fotografía de Frank Martínez, publicada en El Espectador, sobre» La bella», una mujer que a pulso, hizo su nombre y le propició una visible actividad a la gastronomía Valduparense, quien acaba de fallecer en Valledupar»-Fercahino
Esta experta en gastronomía caribeña hace parte de esos inamovibles que tiene la cultura vallenata. Ella es una reportera de viva voz, que puede narrar horas y horas sobre un mismo tema como una fuente inagotable de historias. Habla sobre lo que vivió, no sobre lo que le contaron.
Quien llegue a Valledupar, recorra sus rincones y saboree sus patios en procura de encontrar a María Iberia Ustariz Ramos, tendrá que regresar por dónde llegó. Nadie la conoce por su nombre. Pueden ir a los diversos restaurantes típicos o sofisticados de esa tierra, pero si no llegan al refugio sagrado de la sazón, que lidera una mujer menudita de habla provinciana y que todos conocen como La Bella, es como haberse cambiado de ropa, sin bañarse.
Ella es frentera, no solo cuando habla, sino cuando gesticula con sus morenas manos, que tratan de suplir lo que con palabras no puede decir. Ella siempre mira a los ojos, en procura de conocer los secretos más íntimos de quien la mira.
Los años aparecen como un sello indeleble en su ceño fruncido, de mujer curtida por el trabajo. La Bella conoce el más allá de la comida nuestra, pero también el de muchas historias que hicieron de esta tierra lo que es. Es una rebelde guajira, que no se tuerce cuando emite un juicio sobre algo o alguien. Antes de hacerlo, piensa, va y viene, desde el fogón que queda en el traspatio, hasta la pequeña pero cómoda sala que sirve de albergue a todo aquel que llega en busca de su comida.
Con un delantal raído de color blanco y un pañolón tirado en su hombro izquierdo, no para de ordenar cuando un pedido se demora.
Ese ratico de permanencia en el territorio de La Bella le permite a cualquier provinciano o simple visitante, conocer la real historia de los amores y desamores, sueños y tragedias, los cantos vallenatos y sus autores reales, porque ella con el argumento de lo vivido, va diciendo de una lo real de lo acontecido.
Tiene a mucha gente metida en lo íntimo de su alma, e igual, a otro tanto que nunca pudo entrar. Quien entra en su reino con el pie izquierdo, jamás puede enderezar ese camino. No importa que sea famoso, quien hable algo que no es cierto, sobre esa persona que ella conoce, lo pone en su sitio y lo mira solamente cómo ella sabe hacerlo. La Bella no es de términos medios. Es amiga de sus amigos, así estos hayan caído en desgracia, los defiende a capa y espada.
¿Por qué una mujer que estuvo en el centro de Valledupar y que ahora ya no está en ese sitio privilegiado, sino que se refugió al extremo de la ciudad, es buscada con el pretexto de su famoso sabor en la comida? La respuesta es sencilla, ella conoce al dedillo cada receta que va a preparar.
Soy un convencido de que su sabiduría la hace una mujer afortunada, que no necesitó asistir a una escuela o universidad, para dar una cátedra de conocimiento sobre el ayer vallenato y sus transformaciones, de la gente que vio nacer, crecer y que muchas de ellas, ya no están.
Ella es una mujer que ha viajado por otros mundos. ¿Cómo hace para estar en esos sitios?, le dije. Se ríe y con palabras en bajo tono, me dice, “tengo mis ahorritos y los sé invertir. A mí no me echan cuentos, ya conozco otros mundos y “el avión” como dice un canto de Juan Solano”.

La Bella es el puente ideal que conecta a cualquiera, así venga del sitio más lejano, con las crónicas o reportajes ambulantes de la historia viva de todo el sur de la Guajira y del Valledupar de antaño. Sus palabras son cuadros vivos, que pese a los años en que se desarrollaron, cuando los cuenta dan la impresión de que están ocurriendo en ese preciso momento.
Ella coge la palabra y no la suelta. Y no es que no deje hablar, sino que quienes la escuchan, prefieren dejarla libre como cometa al viento, para que relate lo que se quiere escuchar.
Esa manera de decir los hechos tiene en ella a una narradora de singular capacidad, que hace viva a la provincia vallenata, pese a los grandes pasos de modernidad que da sin que muchos se percaten. Ella se da cuenta cuando mira a su alrededor y siente que los amores de sus amores, que las luchas de sus luchas, que la complicidad de sus recuerdos, se van quedando en el aire. Sabe que se ha quedado sola. Solo la acompaña un hijo que, a manera de escudero, le sirve en el tropel diario que arranca en la madrugada, cuando empieza el noctámbulo a sacudirse de su noche, en la mayoría de ellos mal vivida, para caer rendido en una mesa vieja del gran restaurante de La Bella, que no necesita de transformación alguna, para complacer al comensal.
La gente va a lo que va: “la comida de ella, con su reconocible sazón” y “la palabra de ella”, cuyos ingredientes han permanecido, en el alma de Valledupar como una estampilla pegada a la historia misma de sus calles y callejones.
Pero esta mujer de grandes historias, no solo en el mundo de la gastronomía criolla, le ha tocado mantenerse de pie. Como ella dice: “el que no se para fino en el Valle lo van volviendo un fleco. Que gentecita Dios mío”. Es que, bajo el ala de esa mirada escrutadora, La Bella ha visto ricos convertirse en pobres, pobres convertirse en ricos, locos en cuerdos y cuerdos en locos. Y ella, ahí, sin pedir nada, ve cómo aparecen y desaparecen personajes que llegan sin ton ni son, con el solo influjo de los aires que da, el ser un nuevo rico.
Ella hace parte de esos inamovibles que tiene nuestra cultura vallenata. Ella es una reportera de viva voz, que puede narrar horas y horas sobre un mismo tema como fuente inagotable, de eso que ella vivió, no que le contaron. Y cuando no es ella, quien ha vivido el hecho dice: “esto no lo viví yo, me lo contó fulanito de tal” y empieza a decir con lujos de detalles los pormenores de lo que sucedió. La Bella es así. No la cambia nadie. Así ha de morir.
María Iberia Ustariz Ramos la llamo yo… “nombe, mejor La Bella”, grita alguien desde una mesa, mientas degusta un sancocho de esos que ella sabe hacer. Pese a estar en su tarea de siempre, me la robé ese día para estar un ratico donde una mujer que sabe hablar a pecho abierto o al oído, pero que también sabe guardar secretos y que por mucho que quiera. No tiene miedo de decir lo que siente. Ese día me habló de La Cacica y de los que no llegaron ni a indio. Me habló de La Polla y de los que no se criaron. Me habló de los políticos, buenos y malos que tiene la región. Me habló de las mujeres decentes y no muy santas que ha circulado por las calles del Cesar. De López Michelsen, el hombre de las sabias palabras y sus conciertos etílicos. Del bueno para nada de Escalona como dice Andrés Becerra. De los cantantes que cantan y de los que son pura moda. De los compositores de verdad y de los de mentiritas.
Esa es La Bella, una mujer que entre pecho y espalda conserva parte de la historia de nuestra provincia vallenata. Ella, sencilla, como debe ser, “quien se ufana de lo que es, es poco lo que tiene”, dice. Se levanta todos los días con el alba y se acuesta con la media noche para arriba. No duerme, no descansa, lo que la ha llevado a responder en su sabiduría, cuando le preguntan cuándo lo va a hacer: “uno cuando se muere, duerme mucho, descansa mucho y lo peor, no vuelve jamás. No se lleva nada para ese viaje. No hay trasteo. Todo es vanidad. La vida es un paseo. Unos lo hacen agradable y de grata recordación, otros, son unos piazos’e na, que vinieron fue a hacé daño y quien los va a recordá. Nadie, ni su propia familia”.
Así es La Bella y así la queremos. No se equivoque, si la ve tan pequeñita de estatura, ella es inmensa en su sabiduría.

Félix Carrillo Hinojosa
*Escritor, periodista, compositor y gestor cultural.